El 5 de noviembre de 2024: ¿terremoto electoral?

Especial para CLARIDAD

A pocos días de las elecciones los dos partidos que han gobernado a Puerto Rico tiemblan. Se esperan grandes cambios el 5 de noviembre de 2024. No hay ningún indicio para pensar que dejará de avanzar la tendencia hacia el pronunciado declive político del bipartidismo, ya visible desde 2016. Sin embargo, todavía lo esperado vendrá acompañado de lo inesperado. Por consiguiente, el país podrá experimentar su capacidad de asombro. Tenemos dos partidos, históricamente poderosos, que hace años han entrado en una profunda crisis. Entre ambos controlaron, durante décadas, el 94-95 por ciento de los votos emitidos en las elecciones. El Partido Nuevo Progresista (PNP), en dos ocasiones – 1996 y 2008 –, obtuvo más de 50% de los votos emitidos y sobrepasó el millón de votos.

En noviembre de 2008, el PNP alcanzó la cifra más alta de votos de nuestra historia: 1,025,965. Obtuvo el 52.8% de los votos emitidos. Si comparamos esa cantidad de votos con los 427,016 recibidos por Pedro Pierluisi en 2020, se observa un descenso de 598,949 votos. Es decir, en unos doce años, el PNP ha perdido casi 600,000 votos. Es necesario tener presente el significado de esta enorme pérdida de fuerza electoral, que alcanza el 58.4% de los votos obtenidos en 2008. En poco más de una década, el PNP ha perdido casi 6 de cada 10 de sus seguidores. Este notable descenso se ha manifestado a través de una baja escalonada.

El primer escalón fue en 2012, cuando el propio Luis Fortuño perdió las elecciones con 884, 775 votos: 141, 190 menos que en 2008. En solamente cuatro años perdió la ventaja electoral más grande – 215,894 votos – que ha tenido partido alguno desde 1968. En las elecciones de 2016, Ricardo Rosselló ganó con 660,515 votos: 224,260 menos que los recibidos por Luis Fortuño en 2012. Y Pedro Pierluisi salió victorioso en 2020 con 427,016 votos: 233,499 menos al compararlos con los votos recibidos por Ricardo Rosselló en 2016. El 52.8% de los votos obtenidos por Fortuño en 2008 se redujo a 33.24% en 2020. Entre 2008 y 2020 el candidato a gobernador del PNP bajó de 52.8% a 33.24%: una caída de 19.26 puntos porcentuales. Aunque todavía es el partido más grande, se trata evidentemente de una embarcación en proceso de hundimiento.

Si comparamos estas cifras con las del Partido Popular Democrático (PPD), el proceso es análogo. Aunque nunca sobrepasó el millón de votos, en noviembre del año 2000 Sila Calderón obtuvo 978,860 votos, mientras que Carlos Delgado recibió 407,817 en 2020: un descenso de 571,043 votos. Cada uno de estos dos partidos ha perdido más votos durante este siglo que la cantidad  poblacional que ha perdido el país entre el año 2000 y el 2020. Pero lo más alarmante es que la reducción escalonada que puede observarse solamente en la pérdida de votos, también se nota en el porcentaje de votos emitidos bajo la insignia de ambos partidos. De una capacidad constante para captar entre 94-95 % de los votos emitidos, en 2016, esa cifra se redujo a alrededor de 80 %, debido principalmente a dos candidaturas independientes (Alexandra Lúgaro y Manuel Cidre). Las elecciones de 2016 dieron la primera muestra visible  del evidente deterioro que venía sufriendo el bipartidismo. Anunciaron lo que sería el cambio principal que se manifestó en 2020: la quiebra del férreo monopolio electoral bipartidista y la transición a un nuevo escenario con una pluralidad de partidos.

Las elecciones de 2024 ocurrirán, pues, en el contexto más maduro de ese nuevo escenario. Con la continuación del declive de las dos caras del bipartidismo, la tendencia que se viene manifestándo sufrirá un cambio cualitativo en noviembre de 2024. No veremos solamente una acentuación del deterioro bipartita. Veremos su quiebra.  ¿Por qué no se puede esperar un detenimiento o reversión de la tendencia? La primera razón poderosa para no esperar una reversión de la tendencia expuesta consiste en que no ha habido cambio alguno en la política oficial del bipartidismo. Siguen haciendo lo mismo y no pueden esperar resultados diferentes. La causa principal de su deterioro se encuentra en la política neoliberal, hoy llamada “libertad económica”.

En el PNP, además, ocurrió un evento nunca antes visto en Puerto Rico. Jenniffer González retó al gobernador Pierluisi en primarias y lo derrotó. Para hacerlo tuvo que colocarse como si estuviera en la oposición. Afirmó que íbamos por mal camino y adoptó una posición crítica ante LUMA, encarnación del proceso de privatización más importante ocurrido durante la política neoliberal. Al hacerlo, colocándose fuera de la élite política del PNP, González dividió de forma profunda a su partido. El PNP no podrá curar las hondas cicatrices creadas por la ambición desenfrenada de la Comisionada Residente. Y por más esfuerzo que haga en sus anuncios, ella es parte, como protagonista principal, de la política del PNP desde 2009, cuando presidió la Cámara de Representantes y apoyó la versión neoliberal más agresiva de Luis Fortuño. Como figura política González encarna la política que ha empobrecido al país y que ha enriquecido a una claque, que ha empantanado al país en la dependencia de fondos federales y en formas generalizadas de corrupción.

Pero lo peor de todo es que Jenniffer González hizo una campaña primarista colocándose fuera de la política que ella misma ha impulsado, porque reconoce que es una política fracasada. Derrotó a Pierluisi con una retórica que, sin percatarse, la incluye a ella misma. Las elecciones de noviembre de 2024 son las primeras que ocurren bajo la privatización de la AEE. El signo de la derrota es LUMA: el fracaso más estruendoso del neoliberalismo. Sin embargo, la conciencia de este fracaso no la ha llevado a una autocrítica, al reconocimiento de sus errores. No. Por el contrario, su actitud se reduce a una gesticulación que pretende situarla fuera de un gobierno que ella misma ha formado como figura destacada. Su propio pasado la persigue. No puede desligarse de la rapacidad de la corrupción que circula por todo su partido. Peor aún, Jenniffer González representa hoy día la peor versión del PNP. Por voluntad propia, por decisión deliberada, su campaña representa la procacidad. Después de su victoria en las primarias de junio, en lugar de la concordia y el acuerdo interno, la gesticulación procaz acentuó la división ya irreparable en el PNP. Pulverizó la posibilidad de consenso.

La probabilidad de que gane la gobernación es lo esperado. Pero si gana, la victoria no será igual a las del pasado. Será una victoria con una hegemonía bipartidista quebrada y en un espacio político donde las alianzas serán necesarias. El movimiento llamado estadista encarnado en el PNP, es decir el gran negocio de la estadidad, se está resquebrajando. Ya no apela, ya no seduce. Lo domina la fragmentación. Basta ver la proliferación de candidatos estadistas independientes o hablando desde el Proyecto Dignidad. Y esa indetenible fragmentación del PNP se tendrá que enfrentar con una Alianza que proyecta lo contrario: el deseo de acuerdo, el diálogo, el entendimiento, el crecimiento de la voluntad de un nuevo país, la esperanza con la mano extendida.

El 5 de noviembre se enfrentará la esperanza con la desesperanza. La fuerza de la ilusión tiene el momentum. Pronto sabremos si las instituciones partidistas del pasado todavía pueden prevalecer. Sin embargo, no podrán detener el cambio. Un nuevo Puerto Rico comenzará a nacer de las ruinas del bipartidismo, de los escombros del neoliberalismo. Un Puerto Rico con la mirada más puesta en sí mismo.

 

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