En Reserva- El exilio en Sergio Ramírez

 

 

Especial para En Rojo

 

“Tu país no te lo quitan
ni aunque te dejen en carne viva”.

Entrevista a Sergio Ramírez, periódico BBC News Mundo

Imagina que te levantas un día y te enteras de que ya no tienes patria. El país donde naciste, al que, por cierto, serviste como vicepresidente durante algunos años acaba de declararte persona non grata. La terrible razón por la que te expulsan y te quitan todos tus derechos como ciudadano es lo que has escrito y dicho sobre los asuntos que se viven en tu patria durante el último tiempo. Es decir, tu pecado mayor ha sido ejercer la democracia por la que tanto has luchado mientras estuviste en la política.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez es esa persona. Una noche se acostó como ciudadano nicaragüense y se levantó de madrugada desterrado, como ciudadano de ningún sitio. La mañana del 16 de febrero de 2023, las autoridades judiciales de Nicaragua le quitaron a él y a otras 93 personas todos sus derechos nacionales de forma permanente. ¿La razón? Su rechazo a las políticas actuales del presidente Daniel Ortega, con quien trabajó casi de la mano durante sus primeros años de presidencia.

Sergio Ramírez ha sido parte de la política de izquierda de Nicaragua. Desde muy joven, integró el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y participó en la revolución que derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza, en 1979. Más adelante, de 1985 a 1990, asume la vicepresidencia de Nicaragua bajo el gobierno de la persona que hoy lo destierra. En 1990 Ortega pierde las elecciones y Sergio Ramírez se mantiene algo activo en la política hasta que, en 1996, aspira a la presidencia nicaragüense, sin éxito. En 2007 Daniel Ortega retoma el poder. Esta vez, tardó poco en mostrar oposición al nuevo gobierno que se forjaba frente a él. Durante este tiempo, Sergio Ramírez alzó la voz frente a la carencia de derechos democráticos y se opuso a la represión política que fue manifestándose de formas cada vez más evidentes. Más tarde, él sería víctima de esa misma contención por manifestarse en contra de la postura del Estado.

En una entrevista reciente, Sergio Ramírez ha dicho: “Las democracias no hay que darlas por sentado. Son como una planta que hay que abonarla todos los días, hay que regarla siempre. Si no, se secan”.

La falta de libertad, en el caso de Sergio Ramírez, se ha traducido también en la censura de su obra. Su libro, la novela negra Tongolele no sabía bailar (2021), fue prohibido en Nicaragua por aludir al gobierno de Ortega y tratar de mostrar su mandato como una tiranía extrema. A pesar de que la novela es producto de la ficción, la realidad de Nicaragua se posa en la trama y retrata las revueltas que se dieron en el país en la primavera de 2018, en las que murieron más 400 personas.

Como suele pasar con los actos de censura, estos provocan más difusión del artículo prohibido. En Nicaragua, a pesar de la prohibición, algunos medios aseguran que el libro se comparte por vía de WhatsApp, en formato de PDF, y hasta se le ha dado nombre a la acción como “pirateo solidario”.  Una alternativa a la censura que, a pesar de la modernidad del medio usado, parece recrear las acciones que provocaban las monarquías y dictaduras más despóticas de la historia.

Los logros de Sergio Ramírez como escritor nicaragüense son incuestionables. Obtuvo los premios literarios más prestigiosos, entre los que se encuentran el Premio Alfaguara de Novela, el Premio Miguel de Cervantes, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español y la lista no termina. De su obra, me dijo en una entrevista en 2006: “Cada vez más entiendo que escribir es, además de una necesidad, un acto de reflexión sobre el lenguaje no importa cuán ardiente sea la imaginación”. Más recientemente, en una de sus columnas, dejó claro cuál es su mayor aspiración: “Ver cara a cara a las palabras sin ataduras y sin mengua, alzarse en su libre vuelo hacia las verdades, y hacia la imaginación, es lo que los escritores pretendemos”.

Para los que vemos la situación de Nicaragua desde afuera, es difícil entender que, en pleno siglo XXI, aún estemos con prácticas de siglos pasados. La censura a un escritor (y a cualquier ciudadano), indistintamente de cómo piense, implica la violación de un derecho fundamental como lo es el de la libertad de expresión, sin mencionar que el acto otorga un poder desmesurado al que se cree con el poder de permitirle a otro qué puede decir o no. Censurable, en este siglo, debería ser que se sigan utilizando recursos del Estado para reprimir la democracia y abusar del poder. El menosprecio hacia las leyes y los derechos constitucionales por un gobierno que luchó contra las dictaduras es el gran castigo, inmerecido, de los países que han luchado por su libertad.

Hoy día, Sergio Ramírez vive en España desde 2021. Llegó allí después de que se hubiese dictado una orden de arresto en su contra. En aquel entonces, antes de su destierro, el gobierno lo acusó de lavado de dinero y de incitación al odio, entre otros delitos. Pero, para el escritor, su “gran delito” ante los ojos de sus enemigos ha sido ejercer su profesión, sin cegarse ante las injusticias del Estado. En una columna titulada “La lengua que es mi patria” el autor reafirmó que, a pesar del castigo, sigue tan libre como siempre ha sido, pues su lengua, la palabra, lo lleva a todas partes. “[La lengua] me quita cárceles y destierros, y me libera. La mía es una lengua sin fronteras. La lengua que nadie puede quitarme de la que nadie puede desterrarme”.

A pesar de este golpe directo a la esencia del escritor, Sergio Ramírez sabe bien cuáles son sus bienes. Reconoce que, en su amada tierra, dejó algunos objetos materiales: “un pequeño museo”, libros firmados por su amigo Gabriel García Márquez, un grabado del nobel Günter Grass y hasta una bolsa de papel firmada por el legendario Julio Cortázar. Sin embargo, la patria no la dejó en Centroamérica. Esta la lleva aún consigo. Con él, también ha dicho, permanece la conciencia tranquila, la que le permite dormir en paz, incluso, desde aquella madrugada en que se enteró de que le habían arrebatado su nacionalidad.

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