Fiel a la fila

En la CEE la fila desespera. Foto por Eddiel Morales

 

 

 

CLARIDAD

 Aquel sábado soleado de tráficos livianos y climas favorables era el último día para que las personas se inscribieran para votar el próximo 5 de noviembre. En Hato Rey, donde las oficinas de la Comisión Estatal de Elecciones leen un enorme “VOTA” amarillo, la fila se estiraba desde la puerta de entrada hasta el último ventanal contiguo a la Sala de Arte. Eran más de cien personas, y no paraban de llegar. Cuando las sillas no bastaron, las personas esperaban en el pasillo del baño, y casi todas desconocían la logística de sus turnos. La matrícula era variada: señoras navegando algún rincón de la web, jóvenes compartiendo quejas y chistes y un gentío que se entretenía con cualquier distracción de aquella engorrosa espera. Y no era la única fila en el edificio.

“Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Por la parte de afuera, a la derecha”, indicó una de las funcionarias de la Comisión. Los seis se incorporaron y enfilaron su paciencia hacia la verdadera cola, que quedaba en las laderas de las oficinas. Allí, donde las luces son más opacas y los espacios menos amplios, algunos salían sin la tarjeta electoral y, al ser preguntados, respondían que “la máquina está dando problemas. Dicen que se puede votar con la licencia”.

Aledaño a ambas oficinas, un puñado de gente refunfuñaba por el tiempo que esperó. La mayoría de ese grupito estaba recién salido, pero esperaba por quienes les acompañaron, que aún permanecían tras las puertas cubiertas de otros “VOTA” amarillos. El punto más denso de la fila seguía dentro de los ventanales altos y empañados. Algunos, cuando no podían más, desocupaban sus sillas con ademanes de decepción y salían por la puerta, dejándoles a los demás inquietud en las miradas.

Había un hombre con un par de audífonos negros que, probablemente, le enmudecía el hervidero de tertulias que le rodeaba, pero no la impaciencia que se le colaba por los labios. “Creo que me voy, llevo tres horas aquí”, vociferó al quitarse los auriculares. Junto a él, dos jóvenes continuaron la crítica al servicio de la Comisión. Mencionaron la falta de actividades de inscripción, la merma en las Juntas de Inscripción Permanente (JIP) y, de tema en tema, acabaron por resignarse e insinuar que, quizás, el fraude primará en estos comicios. Cuando los tres estaban por irse, la misma voz les interrumpió: “un, dos, tres, cuatro, cinco, seis. Vengan conmigo”.

En la Sala Histórica de la Comisión, que queda opuesta a la Sala de Arte, los funcionarios acomodaron dos mesas negras con computadoras. Muy pocas personas fueron atendidas en ese espacio, mientras la mayor parte de las personas quedaba atenta a la próxima tanda de seis que llamaran.

“Llegué, me dieron un turno, pero no sé cómo funciona en verdad. Me senté aquí porque no hay más espacio y porque nadie me avisó dónde tenía que esperar”, reveló Andrea Figueroa, seudónimo de la fuente que prefirió mantener el anonimato. “Vine porque quiero aportar al cambio y no quiero que sigan ganando los mismos. Es la primera que voto, y nunca he estado interesada en la política”, añadió. A la hora y media, Andrea pasó a la segunda fila de espera, no sin antes lanzar una mirada de hastío.

En cuatrienios anteriores, el país fue arrasado por rojos y azules. Cada elección, por años, lucía como una competencia entre banderas, suéteres y parafernalia alusiva al rojo popular o al azul penepé. Sin embargo, esta cola vestía de camisas, prendas, gafas, relojes e incluso cadenas negras. Muy pocos, en una muestra obvia de su preferencia, llevaban camisetas con palmas.

De acuerdo con el saldo que reportó la CEE, 135,000 nuevos electores fueron inscritos tras la ordalía. No obstante, la nueva ola de votantes enfrenta a una Comisión que, de acuerdo con el Centro de Periodismo Investigativo, aún espera por depurar sus listas de participantes fallecidos y no ha hecho un simulacro con las máquinas que utilizarán el 5 de noviembre.

La espera continuó de seis en seis, de queja en queja, de hora en hora, hasta que la noche llegó. Cerca de la hora pautada para el cierre, las ocho de la noche, se notificó que el plazo de inscripción se alargó hasta la medianoche. Por lo que CLARIDAD pudo corroborar, se concluye que gran parte de la gente se mantuvo fiel a la fila.

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