Las dulces moscas de la muerte

 

 

Un ser humano normal cuando piensa en una colmena de abejas, a lo sumo, piensa en una caja de madera y muchas abejas. El que sabe algo más, le divide las abejas en reina, obrera y zánganos. El que las ha observado concienzudamente, sabe que la colmena está poblada por más animales necesarios para su existencia “saludable”. En una colmena. También una araña blanca de patas largas, unas cucarachas pequeñas y oscuras, el gusano de cera en el suelo de la colmena. Si miras bien, encontrará un sapo a las afueras comiendo abejas muertas y si te descuidas, una noche de calor, se come las vivas que salen a refrescar la colmena. Hemos visto boas descansando bajo el zinc que protege la tapa.

Ya con la vejez, yo no molesto una colmena. Si abro la tapa y veo el geco, las cucarachas, la araña, sé que la colmena está sana. Cada uno de los integrantes cumple una función en ese “ecosistema” que llamamos colmena. La gran aportación de la apicultura a mi es entender la naturaleza como una sola entidad donde la salud del todos depende de la existencia y salud cada una de sus habitantes.

Alguien (se que Yogüi, la profesora Vega y Solá, al menos) debe estar pensando ¿qué tiene que ver la fotografía de esas moscas de cadáver con las abejas?

Hacen 10 años sentía repulsión ante una mosca de cadáver. Hoy, cuando las encontré posando en esta hoja de mangó que ondulaba sobre un ave muerta, un ave muerta, me llamó la atención su bello color verde. Sentir la emoción de la presencia de belleza ante una mosca de cadáver me sorprendió. Por eso la fotografié. Esta noche observaba la fotografía y entendí que ya no asociaba la mosca con la muerte sino con el ciclo de reciclaje de la vida. Sin ella, no podría el cadáver ser reabsorbido por la naturaleza.

Al reconocer la mosca como una más en este ecosistema de vida y muerta la aprecié bella. Ese salto mental se inició observando una colmena.

 

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