Las tribulaciones de Melania

Las fotos de la Primera Dama de los Estados Unidos durante el reciente discurso sobre el estado de la Unión de su marido, Donald Trump, dicen mucho más que mil palabras. Pero, ¡por cada una! Sucedió el pasado 30 de enero en el hemiciclo de la Cámara de Representantes del Congreso, en Washington, D.C. Melania se veía seria, ensimismada. Una expresión a la que el público ya casi se acostumbra. Parecía sola, aislada, literalmente como si tuviera muy pocas amigas o amigos. Esta vez, no la acompañaba su hijo Barron, el preadolescente silencioso, que es el menor de la prole Trump.

Hace un año, cuando Trump, el presidente #45 de los Estados Unidos, tomó posesión de su cargo, integrantes de la importante Marcha de las Mujeres escribieron en las redes sociales las consignas “Sad Melania”, “Save Melania”, “Free Melania”. Es decir que desde entonces corría el rumor de que la primera dama estaba prácticamente secuestrada por este hombre sexista y troglodita, que se vanaglorió en público de que agarraba a las mujeres por su “pussy” (genitales), y las tocaba inapropiadamente sin su consentimiento.

¿Será cierto que Melania está triste y necesita que la salven? ¿O, es realmente una trepadora que dio el salto de una insignificante chica pobre de Europa del Este a multimillonaria dama de Nueva York? Aquí está el quid de la cuestión… ¿Debemos compadecerla porque tiene que aguantar las groserías de un marido poderoso (cafre pero rico) o tal vez despreciarla porque todo, lo hace por dinero y posición social?

Nacida como Melanija Knaus en Eslovenia, una de las repúblicas que surgieron una vez se dividió la antigua Yugoeslavia, la ahora primera dama de Estados Unidos, era considerada “callada y triste” durante su infancia y adolescencia por quienes la conocieron. De padres obreros, marchó pronto a la capital eslovena donde se matriculó en la carrera de arquitectura en la universidad de Ljubljana, pero pronto interrumpió sus estudios para aspirar a la carrera de modelo profesional en Europa Occidental. Aunque no se destacó en las pasarelas europeas, sus fotos aparecieron en algunas publicaciones y comenzó a frecuentar las fiestas de magnates que se relacionan con la industria de la moda. Pero, ésa es otra historia. Ya Melania había modificado su nombre e intentaba trabajar como modelo en Nueva York, a dónde llegó de la mano de otro ricachón, Paolo Zampolli, quien la trajo como inmigrante con visa legal para aparecer en las pasarelas de la ciudad. Zampolli la invitó a una fiesta en su casa a la cual también estaba invitado Trump. (Evgenia Peretz, “Inside the Trump Marriage: Melania’s Burden”, Vanity Fair, 21 de abril de 2017)

No vamos a seguir contando la historia de Melania, disponible en archivos periodísticos y libros oficiales, lo que nos ocupa es comentar su desempeño, primero, como mujer, casada con un hombre de poder, adicto a las mal llamadas “esposas trofeo”; y en segundo, como “primera dama”. Es importante señalar que el hecho de que sea modelo profesional no la descalifica como una mujer inteligente y emprendedora, hay quienes atestiguan que lo es. Lo que sí vale la pena es explorar ese papel que interpretan las esposas de gobernantes. Sólo las esposas de hombres que gobiernan, porque a los esposos de mujeres mandatarias, no se les asigna ninguna ocupación y tampoco se espera que desempeñen un papel especial…

Me gustaba mucho aquel programa de la televisión estadounidense llamado The Good Wife en el cual la esposa buena aparecía en los medios de comunicación apoyando a su esposo, un dignatario infiel. El programa tuvo mucha acogida por lo que sus creadores fueron entrevistados y cuestionados sobre qué o quién los había inspirado. Michelle King, una de los productores(as), contestó que siempre se había preguntado qué pasaba por la cabeza de esas mujeres, que de forma silenciosa apoyaban a sus maridos en medio del caos, por lo que quiso representarlas en su personaje.

Por mi parte, pensé en Hillary Clinton durante el affaire de su marido con Monica Lewinsky, y en cómo los medios y el público en general la quisieron más cuando se convirtió en una “esposa buena”, y dejó atrás su trabajo como una eficiente ejecutiva. Pensé en aquel fiscal del estado de Nueva York que sostenía relaciones telefónicas con una prostituta, y en un gobernador de Nueva Jersey, que pidió comprensión cuando confesó (con su esposa al lado) que era gay y que por eso había cometido el delito de contratar a su amante como ayudante. No, todavía no sabemos qué pasa por la mente de estas mujeres, consideradas “esposas buenas” y por qué hacen lo que hacen. Será como consecuencia de la milenaria cultura patriarcal que obliga a las mujeres a comportarse de una manera específica. Tal vez actúan así por la familia, los hijos, para salvarse… O tal vez lo hagan por dinero, poder, o una ciudadanía diferente. Por eso, cuando Melania Knaus Trump se presenta en una actividad presidencial con unas enormes gafas oscuras, silenciosa y adusta me pregunto a qué grupo pertenece.

Y por otro lado, me remonto al estudio de la biografía de aquella primera dama estadounidense, que tanto tuvo que ver con la reconstrucción del maltrecho Puerto Rico de la década de los ’30, doña Eleanor Roosevelt. Periodista por derecho propio, activista feminista y de derechos humanos, quien dejó una impronta en la Casa Blanca y en el gobierno de su país, contribuyendo a la creación del Nuevo Trato (The New Deal, 1933-1937).

En fin, que entiendo que ese papel de “primera dama” en Estados Unidos, o en cualquier lugar del planeta, es uno obsoleto. Las mujeres, igual que los hombres, deben poder desempeñarse en sus propios oficios y profesiones, independientemente de las de sus compañeros o compañeras.

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