Miguel Hernández (1910-1942). Poeta de la República Española y de siempre

Jesús Delgado Burgos

Existen poetas que una vez te acercas a su obra, aunque sea leyendo por primera vez uno de sus poemas, te capturan para siempre. Son bastantes los poetas y poetisas de diferentes épocas históricas que han causado ese efecto en mí. Hoy quiero comentar de uno de ellos, Miguel Hernández, de quien tuve oportunidad de conocer algunos de sus poemas a principios de la década de 1970, siendo ya estudiante universitario. Del conjunto de su vida y obra en versos o prosa muy poco había leído.

En esa etapa, mi interés académico-profesional era el estudio de la historia y la pedagogía. Mi acercamiento a la literatura y las artes, al igual que otros campos del saber, resultaban ser algo así como complementarios al estudio de la historia, pero más vinculado a ciertas contradicciones subyacentes en mi modo de pensar que, siendo asiduo lector y defensor de la teoría sociológica marxista y el materialismo histórico, cierta noción del existencialismo  a partir de varias lecturas que hiciera de Kiekergarard, asignadas por el profesor Manfred Kerkhoff, para un curso de filosofía en el que estaba matriculado,  con cuyas nociones acerca de la existencia del ser, sus paradigmas éticos, la vida y el ser humano, me identificaba y reafirmaban mi forma de ser y pensar.

Interpretando esa aparente contradicción entre considerarse marxista y, en la intimidad del ser, pensar y escribir desde la propia reivindicación de la utopía poética, no es otra cosa que manifestación de la complejidad y existencia del ser humano, porque lo otro sería ser simple autómata de un conjunto de ideas o dogmas a partir del cual el acto de creación científica, estética o artística se cosificaría. Por eso, lo mismo podía redactar un boletín o artículo para para su distribución a estudiantes universitarios, que escribir un poema desde la vertiente de la poesía social y de compromiso o en la tradición de la exaltación del amor, que solo mostraba tímidamente a amigos y amigas que compartían mi interés por la poesía (Erick Landrón, Vilma Dones, Jazmina, Linda Ramos, Raquel y Elizabeth Brailoswky y a mis hijos). Y sigo siendo así porque para mí esa contradicción no es tal, sino expresión de la misma esencia del ser.

En ese mar de complejidades existenciales fui conociendo y leyendo parte de la obra poética de Miguel Hernández, como tuve mis primeros acercamientos a Pablo Neruda, César Vallejo, Clara Lair, Vladimir Mayakovski, Vicente Huidobro, Charles Baudelaire, García Lorca, Vicente Alexandre, Hugo Margenat, Julia de Burgos, otros tantos poetas nacionales y de otros países. Todos me cautivaron. Unos más que otros.

A ese poeta español de formación autodidacta, Miguel Hernández, que en este 28 de marzo se cumple otro año más de su muerte, escasamente había leído uno o dos poemas.

Nacido en 1910 en Orihuela, cuyos campos, cabras y lecturas de varios de los poetas clásicos de la literatura española como Calderón de la Barca, Luis de Góngora y Garcilaso de la Vega, quedaron como raíces profundas en sus poemas juveniles; la voz literaria más precisa y comprometida con la República Española, condenado a pena de muerte por su compromiso y lealtad a la República, la cual es conmutada, muerto de tuberculosis en la cárcel de Alicante un 28 de marzo de 1942, pero con sus ojos profundamente abiertos, cuyos poemas mantienen la frescura y el calor humano del mismo instante en que fueron escritos y cuyos versos también crean estupor, rencor odio en aquellos que todavía añoran un pasado de fusilamientos, barbarie y terror franco-falangista…

Su imagen y palabra poética llegó a mí por pura casualidad a través de la música y la voz de Joan Manuel Serrat el día en que compré, en la desaparecida Librería la Tertulia, su disco de larga duración en que se musicalizan 10 de sus poemas (c. 1973) y a partir de entonces comencé a leer sobre su vida y obra con sumo interés.

El autor de Perito en Lunas, Elegía (a Ramón Sijé), Vientos del Pueblo, El Hombre Acecha, Cancionero y Romancero de Ausencias, Nanas de la Cebolla; el poeta por excelencia y voz del pueblo durante la República Española me cautivó para siempre. Corría el año de 1975 y habiendo leído un poco más acerca de su vida, su obra, su compromiso con la República Española y su martirio carcelario, escribí una oda dedicada a Miguel Hernández, que comparto en este momento con motivo del 79 aniversario de su muerte:

 

Niño pastor de lunas

 

A Miguel Hernández,

Poeta de la República Española y de siempre

 

Caminando va el poeta

por esas calles de España,

tierra que arrancó a la muerte

una postrera mirada

como aquel niño pastor de lunas,

hortelano de sangre, vida,

barro, pueblo, muertes, cabras,

palabra viva del hombre

que a la España

quijotesca,

gongorina, juglaresca

libertaria y pasionaria consagrada

con la ternura del amor en sus pupilas

y la más eterna sencillez de su mirada.

 

Decir Miguel Hernández es decir poesía, ternura, amor, conciencia y compromiso. La fuerza de su voz y su palabra ha tratado de ser invisibilizada, pero su ejemplo y su creación poética que es universal, ha logrado trascender tiempo y espacio.

28 de marzo de 2021.

 

 

Artículo anteriorCuba ratifica en elecciones nacionales a sus diputados parlamentarios
Artículo siguienteChez versus Mukien: O el rol de la intelectualidad