Mirada al País: Mensaje de Navidad

Especial para CLARIDAD

Estamos en tiempo de Navidad, así que no está de más reflexionar sobre su mensaje y significado. Tomo para eso dos pasajes de Hechos de los Apóstoles, que me gustaría escuchar más en discusiones sobre este tema. Se trata de dos comentarios sobre la forma de vida de los primeros cristianos. El primero lee como sigue: “Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno.” (Hechos 2:44-45) El segundo pasaje, vuelve sobre el mismo tema: “La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común.” (Hechos 4:32) Y unas líneas más abajo sigue: “No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad.” (Hechos 4:34-37)

Lo primero que llama la atención es la afirmación tan rotunda y clara: tenían “todas las cosas en común”. No algunas cosas, querido lector o lectora, todas. Y entre ellos “ninguno decía ser suyo lo que poseía”. Es decir, no existía entre ellos propiedad privada: “las cosas eran de propiedad común.” Pero se plantea, sin embargo, que los que tenían posesiones las vendían. Los estudiosos del tema se han preguntado, si lo tenían todo en común ¿cómo es que vendían sus posesiones? En ese caso, parece que retenían algunas propiedades particulares. Para entender esta aparente contradicción hay que ver la segunda regla: la comunidad se aseguraba de que todos y todas cubrieran sus necesidades. Ese era el valor supremo. Es decir, la propiedad privada que pudiera subsistir estaba sujeta al bienestar de la comunidad y se entregaba cuando el bienestar de la comunidad lo exigía. La regla suprema era: a cada cual según sus necesidades. (A quien le interese el tema le recomiendo el libro de Roman E. Montero, All Things in Common. The Economic Practices of the Early Christians, 2017.)

¿Cómo compara esto con las reglas de la sociedad capitalista en la que vivimos y celebramos la Navidad? No se trata de reglas distintas, sino de reglas opuestas. En el capitalismo no se tiene todo en común. En el capitalismo reina la propiedad privada. No dominan el bien de la comunidad sino la lógica de la competencia entre empresas, individuos y países. De esa guerra de todos contra todos se supone que aparezca la armonía social. Del choque de los egoísmos debe nacer el bienestar social. Pero cada cual debe asegurarse lo suyo. La idea de que nadie llame “suyos” a los recursos de la comunidad es anatema para esta sociedad. Y, por supuesto, la defensa de la propiedad privada y sus derechos está por encima de la satisfacción de las necesidades. En la actualidad, por ejemplo, la humanidad necesita vacunas en abundancia para todos y todas en el planeta. Para eso sería necesario suspender las patentes y permitir la producción masiva de vacunas. Pero esto afectaría las ganancias privadas de las grandes empresas farmacéuticas. Lejos de ponerse las patentes en manos de la comunidad para que todos y todas satisfagan sus necesidades (como harían lo Apóstoles), se respetan las patentes, a pesar de que esto sea una tendencia de muerte para millones y atrase la superación de la pandemia. De igual forma, enfrentar el cambio climático exige un sistema económico que no se fundamente en la acumulación e incremento incesante de la ganancia privada y, para empezar, convertir la industria de la energía y del automóvil en propiedad pública (tenerlo en común, dirían los Apóstoles) y redirigirla en la dirección de un desarrollo sustentable; garantizar servicios de salud adecuados para todos y todas exige acabar con el reino de las aseguradoras y grandes proveedores privados; hacer posible la recuperación de los países y poblaciones empobrecidas impone cancelar sus deudas insostenibles… Pero todo eso afectaría el principio supremo de la propiedad y de la ganancia privada, así que tampoco se hace.

Habrá quien diga que no podemos pretender vivir en el siglo XXI con las reglas de los Apóstoles del Siglo I. Muy bien, pero entonces acéptese francamente que se considera que sus enseñanzas son imprácticas. Son buenas para el discurso, no para la vida. Cuando esas ideas entran en conflicto con el capitalismo, no es el capitalismo lo que se debe cambiar, sino las ideas las que deben adaptarse para hacerse compatibles con el capitalismo. De hecho, el lector o lectora puede encontrar decenas de exégetas que intentan interpretar los pasajes citados para que digan lo opuesto de lo que tan claramente dicen y convertirlo, de algún modo, en una defensa del capitalismo. En Hechos incluso se critica a un tal Ananías, que luego de vender sus propiedades se quedó con una parte, en lugar de colocarla en el pote común. “Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una propiedad, y se quedó con {parte} del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo la otra parte, la puso a los pies de los apóstoles. Mas Pedro dijo: Ananías, ¿por qué ha llenado Satanás tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con {parte} del precio del terreno?” (Hechos 5:1-10). Todo indica que Pedro no estaba en las de tolerar alianzas público-privadas.

En esto me declaro fundamentalista. Pienso que, en el Siglo XXI, al menos en esto de la propiedad, estaríamos mejor viviendo al pie de la letra y de acuerdo con lo que dice el libro: teniendo las fuentes de riqueza en común y como norte supremo la satisfacción de las necesidades de todos y todas. De hecho, soy menos radical que Pedro y sus camaradas. Me conformo con la propiedad común de los grandes bancos, de las grandes empresas industriales, de transporte y comerciales. Y para la gran mayoría de nosotros esto no conlleva gran sacrificio. El capitalismo ya nos transformó hace tiempo en desposeídos. La gran mayoría no somos dueños ni de fábricas, ni talleres, ni bancos, ni grandes comercios. Su transformación en propiedad común no nos privará de propiedad, nos convertirá en copropietarios. Sé que esta idea, aunque es menos extrema que la de los Apóstoles, sigue siendo una propuesta radical. Radical pero correcta. Los Apóstoles tenían razón: la única manera de asegurar que no haya necesitados es tener todo en común. Y sí, ya de qué me van a acusar. No es de cristianismo. No le tengo miedo a esa otra palabra. Para mí no es un insulto. Y, en mi humilde opinión, todos y todas los que aspiramos a un mundo distinto, cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, debemos perderle el miedo.

 

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