Muchas gracias, Papa León XIV

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Especial para En Rojo

 

Muchas gracias por su hermosa y oportuna exhortación, Dilexi te, sobre el cuidado de los pobres. Su exhortación cobra especial importancia en el mundo actual, donde el Capitalismo ha perdido cualquiera pretensión de ser un sistema mínimamente humanitario. Multitudes de migrantes y continentes enteros como África se han vuelto desechables.

Esta exhortación también es urgente en una Iglesia donde muchos grupos considerados católicos y la mayoría de la jerarquía y el clero mantienen posturas conservadoras, poco dialogantes, atrapados en una concepción de Iglesia clerical, autorreferencial y nostálgica de los viejos tiempos de la Cristianidad colonial. Quizás obispos y sacerdotes que no se han molestado en leer las encíclicas del Papa Francisco, tomen en serio sus exhortaciones.

La exhortación también beneficiará a otras Iglesias hermanas. Es un útil resumen de todo lo que una buena enciclopedia podría ofrecer sobre la ayuda a los pobres en los textos bíblicos, en documentos de Patrología y en toda la tradición de los institutos de vida religiosa en la Iglesia.

Uno de los fundamentos del argumento de esta exhortación viene de las palabras de Jesús: «Siempre tendréis pobres entre vosotros» (Mateo 26:11). En la cena en Betania (nombre que significa casa de los pobres), Jesús cita el capítulo 15 del Deuteronomio, que legisla sobre el año sabático, la amnistía de las deudas y la liberación de los esclavos, para que ya no haya pobres en la comunidad. Sin embargo, como la sociedad siempre encuentra maneras de mantener desigualdades injustas, es necesario ayudar a los pobres, porque entre ustedes (el acusa), siempre habrá pobres (Dt 15:11).

Eso significa que lo que Dios quiere, más aun que ayudemos a los pobres, es que organicemos el mundo de manera que no exista pobreza, o al menos la pobreza jamás sea algo naturalizado como si fuera una enfermedad inevitable.

De hecho, el vocabulario bíblico contiene tres términos hebreos para designar pobre. En la mayoría de los textos, como en el libro del Éxodo, los términos anaw o anawin se traducen mejor como empobrecido que como pobre. Los libros sapienciales hablan de los anawin de Yahvé. Esta es la categoría social y política del pueblo oprimido. El término ebion significa necesitado, mientras que dal designa a una persona que, estructuralmente, necesita cuidados especiales.

De hecho, en el mundo actual hay personas pobres, pero hay pueblos enteros de personas empobrecidas. Por eso, más que a personas pobres aisladas, la solidaridad tiene de ser organizada a las comunidades de familias víctimas de la agroindustria en el campo de nuestros países. Necesita ser dirigida a las comunidades indígenas que siguen sofriendo amenazas de exterminio físico y cultural. Debe denunciar a las políticas genocidas en contra el pueblo palestino y en contra la multitud de migrantes que el Capitalismo y las políticas neocoloniales producen en el mundo. Los empobrecidos por las estructuras de esta sociedad no necesitan de limosna y si de justicia. Pedir ayuda à los pobres sin priorizar esas cuestiones estructurales que provocan la pobreza sería como dejar que enfermedades mortales se propaguen por el mundo y después proponer: vamos dar alguna cosa à las víctimas para aliviar sus dolores. Y sin dejar claro que lo más urgente es una política de sanación de la enfermedad que provoca los dolores.

Esta exhortación papal me recordó las palabras de Helder Camara,  obispo brasileño profeta de los pobres. Una de sus afirmaciones más conocidas fue: «Cuando ayudo a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, dicen que soy comunista».

Una vez, en una de sus entrevistas, el Papa Francisco citó esas palabras. Desde la época de Helder Camara hasta hoy, el mundo ha empeorado tanto que quizás incluso esta exhortación papal, que se centra más en la atención a los pobres y solo alude a las causas estructurales de la pobreza, podría ser acusada de comunista.

Gracias, Papa León, por la mención honorífica de los movimientos populares y por haber manifestado el deseo de que la Iglesia se comprometa en la solidaridad concreta y en la lucha pacífica para superar las causas estructurales de la pobreza.

A propósito, su carta contiene una larga lista de las buenas obras que la Iglesia Católica ha hecho por los pobres a lo largo de la historia. Recordó la propuesta evangélica y franciscana de una Iglesia de los pobres y para los pobres. Sin embargo, todos sabemos que, si bien todos esos textos están correctos y dicen la verdad, lamentablemente, en la práctica, la jerarquía eclesiástica no siempre ha actuado conforme a esos principios. A lo largo de la historia, los representantes de la Iglesia, casi en su totalidad, se han aliado con imperios colonizadores y han legitimado la violencia de la conquista, la organización de la esclavitud y, por ende, el origen de la pobreza estructural de la mayoría de los pueblos de América Latina y África.

En 1992, al celebrar el 5º centenario de la conquista, el Papa Juan Pablo II pidió perdón por los pecados de algunos hijos de la Iglesia en relación à los pueblos indígenas y a las comunidades afrodescendientes. Sin embargo, todos sabemos que esos clérigos actuaron como representantes de la Iglesia y respaldados por documentos oficiales que, hasta la época del Papa León XIII, condenaban todos los movimientos sociales, sindicatos y organizaciones obreras.

Sería bueno reconocer que, por desgracia, esta indiferencia social y política ante la manifestación del reino de Dios en el mundo aún permanece en el ADN de muchos clérigos. Por eso, espero que esa exhortación papal provoque verdadera conversión estructural y comunitaria.

Ruego a Dios para que superemos la época en que un Papa necesite escribir una exhortación sobre la necesaria solidaridad con los pobres, porque tengamos logrado organizar el mundo de forma que la pobreza sea una enfermedad erradicada por la sociedad. Al mismo tiempo que, en nuestra Iglesia, cartas como esas, cuando necesarias, puedan venir de los obispos, curas y pastores, non de áreas territoriales como si estuviéramos en la Edad Media y si de cuidadores y curadoras que se dedican a situaciones humanas de emergencia que ya ocurren en todos los continentes.

Que las Iglesias locales puedan tener más autonomía y, como pidieron los obispos católicos en la Conferencia de Medellín (1968): «en América Latina, la Iglesia asuma cada vez más el rostro de una Iglesia pobre, despojada de los medios del poder, comprometida con la liberación de toda la humanidad y de todo ser humano en su totalidad» (Med 5,15).

Para mí, Papá León, esa su exhortación me interpela a intensificar la solidaridad con los más pobres, pero también a denunciar las causas estructurales de la pobreza y luchar contra el sistema que la produce y, cotidianamente la multiplica.

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