En dos columnas tituladas “Barbosa, De Diego, Muñoz” publicadas en 1914 bajo el seudónimo “Juan Bobo” en la revista Boberías, Nemesio R. Canales visita literariamente a los tres líderes. La caricatura de José Celso Barbosa es la más breve y diligente. El contraste entre los personajes le parece oportuno: “son los caudillos nuestros, los campeones nuestros”[1], afirmación no exenta de ironía. Canales afirma que la imagen pública de aquellos, así como la representación histórica que se hacen sus seguidores al presente añado yo, no traduce a las personalidades detrás del discurso o al ser humano concreto. La resistencia de sus acólitos a que se evalúe su jefe y el temor a que se les compare, domina el panorama: “chillan cuando se trata de conocer al caudillo, como si temieran que la luz les destruya su fe y su entusiasmo” (99) como sucede al vampiro del mito ante el resplandor del sol.
Barbosa: “jíbaro hasta le médula”
En la segunda columna de la serie asegura que “casi no conozco Barbosa”[2]. No ha cruzado palabra con él ni le ha oído un discurso pero está familiarizado con la forma en que lo tratan sus aduladores y sus detractores. La situación no difiere de la que se siente hoy cuando se comenta a las figuras públicas en un circuito de medios de comunicación masiva mucho más denso que el de 1914. La intención de Canales no es develar al “verdadero” Barbosa sino más bien inventarse uno de su cuño. La representación literaria del caudillo estadoísta republicano es impecable y sugerente:
Le he visto pasar andando poco a poco y chupando en silencio su clásico cigarro, y he de decir que, aunque su actuación en nuestra política (siempre tan práctica, tan arrimadita al poder, tan enemiga de toda explosión de sentimiento regional y racial) me inspiró fuertes antipatías contra él, al verle pasar con su aire de hombre modesto, campechano, quitado de bullas, su paragüita bajo el brazo y el jumazo en la boca, he tenido la idea de que quizá el hombre que hay en él es sano, bonachón, jíbaro hasta la médula, y encariñado con su tierra y su gente. (100)
En Barbosa la ideología y la praxis no concuerdan: el médico se mueve cerca del poder y no quiere ofenderlo públicamente. Sin presunciones ni petulancias, distante de todo, camina como cualquier otro ciudadano común. Sus actitudes políticas, su americanismo y su republicanismo de buena fe, no impiden que Barbosa se proyecte como un “jíbaro hasta la médula”, metáfora del buen puertorriqueño. La ambigüedad domina: el ser y la imagen que genera Barbosa en el autor colisionan. El Barbosa “tan frío, tan práctico, tan jaiba, tan caimán, tan alejado del amor de su tierra y de su gente”, alega Canales, “se moriría de pena si lo sacarán de entre su paisanos y se lo llevaran a los mismos Estados Unidos que él parece admirar y querer con tanto ardor” (101). Barbosa, concluye, “siente el hechizo de su tierra y la atracción de los suyos” (101) pero las circunstancias lo han deformado ante la opinión pública.
La opinión de Canales sobre Barbosa, por cierto, era compartida por otros observadores estadounidenses de aquel momento. Edward S. Wilson, fiscal de la Corte Federal y autor de un libro sobre Puerto Rico, al diagnosticar la composición social de los partidos del territorio recién ocupado a la luz de sus líderes, aseguraba que el Partido Republicano Puertorriqueño era el que traducía las aspiraciones de los pobres, los negros y los opositores a los valores de la hispanidad. Con ello dejaba en el lector el borrador de un Barbosa populista que traducía, bien o mal, la idea del Barbosa jíbaro de Canales.[3]
Los caudillos unionistas: políticas y discursos
El respeto y la compostura que expresa Canales sobre Barbosa, desaparece cuando evalúa a José de Diego y Luis Muñoz Rivera. Es posible que ello tenga que ver con la cercanía que tuvo con aquellos y las reyertas por el poder en el seno de unionismo y el independentismo, pero estos asuntos siempre suelen ser más complejos de lo que aparentan. A De Diego lo conoce: “hace mucho tiempo que le vengo oyendo, leyendo, tratando asiduamente” (101), por lo que posee de él algo más que una ligera impresión. Lo mismo alega de Muñoz Rivera: “le he oído, le he leído, he conversado con él íntimamente” (101). Con ambos, a quienes califica como “buenos hijos del país” y un dueto difícil se separar, ha discutido y ha tenido polémicas aunque no pueda calificarlos como opositores ni como aliados. El 1914 parecían tomar rumbos distintos: De Diego avanzaba hacia la defensa de una versión de la independencia y Muñoz Rivera persistía con el sueño del self government como remedo de la autonomía de 1887. El independentismo dieguista, si bien conminaba al respeto, debía ser tomado con cuidado.
El tercer artículo de la serie, “El Manifiesto del señor De Diego”, gira alrededor de un vuelco ideológico que preocupa a Canales. En 1914 De Diego ocupaba la presidencia del Partido Unión y la discusión de lo que luego fue la Ley Jones ocupaba el espacio público, asunto que tomaba con mucha cautela por cuenta de la ciudadanía estadounidense. El abogado entró en un proceso de revisión ideológica que radicalizó su posturas.[4] Woodrow Wilson, demócrata, ocupa la presidencia desde 1913 luego de 16 años de dominio republicano. Las dos expresiones públicas más significativas de De Diego fueron un “Memorial al Presidente y al Congreso de Estados Unidos” (marzo) en defensa de la Ciudadanía Portorriqueña; y un mensaje “Al Partido Unionista” (noviembre) en el cual evalúa la contienda electoral desde la posición de Presidente.[5] Lo que intranquiliza a Canales es el cariz de la radicalización de De Diego y no otra cosa, como se verá de inmediato.
De Diego es un “ser de lo más agresivo que anda por el mundo”, como historiador lo imagino pontificando desde su ilusoria torre de marfil, que se queja sin freno de que lo “acosan y lo martirizan y le arrebatan la salud y el sosiego”[6]. Esa vocación de mártir le sirve para autoprotegerse. La ironía de Canales es muy rica. De Diego es un “mártir especial, que vive en un palacio y anda en lujoso y flamante automóvil, y tiene más sueldos que pelos tengo yo en la cabeza” (103).
La observación de Canales, aparte de los privilegios materiales de De Diego, tiene que ver con su “estilo” y su “cultura”. Su oratoria, propia del nacionalismo ateneísta criticado en 1930 por Pedro Albizu Campos, esconde las ideas “en un mar de frases retorcidas y retumbantes de un gastado, falso, chillón y cursi lirismo; (recurre a) una catarata de metáforas baratas y fuera ya de uso, por lo viejas y ramplonas”, al modo de un “Víctor Huguito o Castelarcito” (103-104). El diminutivo confirma la cruda ironía canaliana que, a veces, recuerda la fuerte comicidad de Ramon E. Betances en su sátiras.
De Diego es un “pavo literario”, un ser ostentoso en cuya oratoria “todo es énfasis y ampulosidad y manía de hablar en sublime” invadido del arrobo emocional. Ello genera una “fofa retórica” al estilo de la “oratoria bufa” del actor cubano Raúl del Monte porque, si hablara claro, tendría “pocas cosas interesantes que decir” (104, 109). Del Monte, empresario cubano, dirigía una compañía de variedades conocida a través de las Antillas que trabajó el tema del “negrito”, el “gallego” en sus obras burlescas.[7] Pontificador, moralizador, solemne, señorial, romántico trasnochado, melodramático, De Diego no encaja en la idea de lo “moderno” que Canales cultiva. Detrás de todo ello hay una severa censura a su hispanofilia acrítica y retrógrada. Para el crítico, De Diego representa bien lo que Antonio S. Pedreira calificó como nuestro retoricismo.
Respecto a sus ideas políticas Canales destaca su sumisión patológica a Muñoz Rivera a pesar de que este “en más de cien ocasiones, mostró una gran enemistad hacia” él. El otro elemento tiene que ver con la oposición de De Diego a que se fundara un partido independentista que compitiera el favor del electorado al Partido Unión. El Partido de la Independencia, en cual militaron Matienzo, Canales y Lloréns Torres, representó un dolor de cabeza para el caudillo aguadillano. El celo por el control del proyecto independentista, común en otros a otras organizaciones como en Partido Nacionalista y el Partido Independentista Puertorriqueño más tarde, era visible.
El argumento de De Diego para oponerse a los otros esfuerzos independentistas no deja de ser inane o baladí: “no rechazaría la fundación de un Partido que respondiera a nuestro anhelo de emancipación soberana; pero esto sólo, cuando la Unión no conservara, como conserva, el divino fuego de los ideales patrios” (105)[8]. Con ello afirmaba la exclusividad de la defensa de la causa para los unionistas y excluía cualquier proyecto alterno. De Diego levanta pasiones, lo amas o lo odias, y “se siente con vocación para ser Cristo, pero suprimiendo del Calvario” (106), “la boca se le hace agua (buscando la verdad), y se traga uno frases y más frases laberínticas y asfixiante” (107) mientras la verdad no se manifiesta.
Por último, la ambigüedad ideológica de De Diego en cuanto a la ciudadanía, portorriqueña o estadounidense, molesta a Canales. El debate entre la ciudadanía portorriqueña reconocida por la Ley Foraker y la ciudadanía estadounidense que la futura Ley Jones articulaba atenazaba al abogado. De Diego había confiado en que la ciudadanía portorriqueña, una imposición republicana, era una garantía de soberanía. Por ello estaba en posición de asumir que la, ciudadanía estadounidense, favorecida por los demócratas, podía resulta una amenaza a aquella posibilidad.
El unionismo había administrado el territorio colonial al lado de los republicanos hasta 1913. El triunfo de Wilson alteró una relación de colaboración que había reportado ventajas al Partido Unión y ofendía al Partido Republicano Puertorriqueño como he comentado en una columna sobre Barbosa hace años.[9] Canales pone en duda la oposición radical de De Diego a la Ciudadanía Estadounidense: “aceptará la ciudadanía americana, si ésta llega con el Bill Jones, tan ciertamente como ahora es de día” y lo justificará “con una frasecita de relumbrón, de las de su vasto repertorio” (108). No se equivocó al respecto.
La sátira no tuvo más secuela por cuestiones al margen de la política partidista: De Diego estaba enfermo. Sin abandonar la ironía Canales cierra su ciclo de reflexiones:
Para el compatriota señor De Diego, de quien a última hora se nos informa que está mal de salud, todos nuestros respetos. Para el tornátil e insoportable declamador político que hay en el señor De Diego, nuestra penosa, pero firme y patriótica resolución de reducir a añicos su lanza de soldado plañidero y el retórico y retozón girón de su bandera…
De Diego en Lloréns Torres: el debate de la cultura y la independencia
En 1916 y bajo la firma de Luis de Puertorrico, Lloréns publicó unas agresivas notas en torno a De Diego. Ya este se encontraba en medio de su peregrinación o viaje de propaganda política, hecho que preocupaba al poeta por su contenido. En aquel momento el debate sobre el Partido de la Independencia ya era cosa del pasado y el Bill Jones estaba por aprobarse en medio de la Gran Guerra.
En “… ¡Párese! ¡Oiga! ¡Mire! …”[10] de junio de 1916, el destinatario o narratario es “don Seboruco, el pueblo (…) bonachón, sanote”, al cual solicita atención para que evalúe la jornada patriótica de De Diego (435). Lloréns asume que para don Seboruco la campaña de De Diego es “como fula (excremento) de cotorra, ni huele ni hiede” es decir, nada resuelve.
Según Lloréns la radicalización y el esfuerzo internacional de De Diego, un recurso que Matienzo Cintrón y el Partido de la Independencia habían considerado incorporar a su activismo, ocurren a destiempo. La protesta internacional serviría para desenmascarar a Estados Unidos, poder al cual no le convenía “que un clamoreo nuestro alce contra ella el recelo y suspicacias de las otras naciones” (436). Las consideraciones de Lloréns para devaluar la gesta de De Diego eran precisas:
- Aquel era un acto que sería más práctico en tiempos de paz que en tiempos de guerra en Europa y revolución en México.
- Era un recurso propio para usar en “momento de imperialismo yanqui” y no cuando Wilson “proclamaba su doctrina antiimperialista” en el contexto de la Gran Guerra.
- La táctica debió aplicarse en tiempos de la “dictadura patente de Taft” y no cuando Wilson afirma que hará “justicia a Puerto Rico” y el Congreso discute el Bill Jones (435-436).
La empresa de De Diego puede ser perjudicial para la causa independentista en la medida en que le quitaba eficacia o “embota” el arma y coloca obstáculos al reformismo wilsoniano y congresional (436). Lo que pide Lloréns es tolerancia para con los demócratas en cuya palabra confía tanto como confió De Diego en la de los republicanos. Hay en el poeta de Juana Díaz algo de lucidez y pragmatismo que recuerda al pensamiento hostosiano al filo de la invasión de 1898 cuando inventaba la “Liga de Patriotas”: “queremos la independencia, pero ante todo queremos que el pueblo la quiera” (438) sugiriendo que en 1916 las mayorías no la querían.
La representación de don Seboruco o el pueblo es la ajustada a un intelectual comprometido moderno: el pueblo es un proyecto por construir, como decía Matienzo, enfermo que padece la “anemia del bill Foraker” y debe ser fortificado de la mano de una “constitución democrática” (438). Debo aclarar que el Bill Jones nunca fue un proyecto constitucional por lo que Lloréns partía de premisas frágiles. Por último, Lloréns devalúa la gestión de De Diego: es un viaje de placer, no de redención.
La carta de julio de 1916 a Rufino Blanco Fombona (1874-1944), de origen venezolano y radicado en Madrid, se propone desenmascarar a De Diego el intelectual[11]. Los argumentos no difieren de los de Canales. De Diego es un hombre de “buenas condiciones” pero “no es una mentalidad, no es lo que nosotros llamamos un filósofo o un poeta o un literato” sino más bien uno de tantos “trovadores mediocres” con una oratoria cargada de “frases huecas y erudición barata de enciclopedia” (440). De Diego no representa los valores modernos sino más bien la tradición señorial que se va dejando atrás, presume Lloréns, mientras el siglo 20 avanza. Aunque sugiere a Blanco Fombona que lo apoye, le asegura que De Diego peregrina “por su gloria personal” (440) y no por el bien del país. Concluye afirmando que “no podemos tener mucha fe en esos caudillos de ocasión que ayer se sometieron y hoy se rebelan” (441).
Por último, en “Los odios del señor De Diego”[12] de agosto de 1916, pretende responder ciertos insultos de De Diego contra su persona. La ha llamado “cerdo” y le ha acusado de atacarlo “por cuestiones bufete” a tenor de algunas jugosas contratas que De Diego ejercía. Lloréns devuelve la acusación con elegancia y rudeza: si se trata de envidias él es la víctima. Las conexiones de De Diego con las corporaciones estadounidense son bien conocidas y poco investigadas. Era consultor de la Guánica Central y de la Porto Rico Railroad Co., entre otras, y su legislación se ajustaba a las necesidades de los grandes intereses (452). Si me atengo al texto, De Diego debió sentirse traicionado por la presión de Lloréns a Blanco Fombona. Antes de su viaje, alega Lloréns, el aguadillano lo vio en la estación del trolley, le hizo subir a su auto y le comentó que no sabía qué hacer con sus “contratas profesionales de la Guánica (Central)”. Lloréns no tenía interés en el arreglo pero le refirió al bufete de Carlos López Tord de Ponce con el cual De Diego no pudo llegar a un acuerdo.
Aquellos choques tenían un pasado borrascoso. En 1910 mientras gobernaba George Colton y luego de la llamada huelga legislativa de 1909 que involucró el presupuesto, el Partido Unión estuvo a punto de expulsar a De Diego. Las razones eran que, durante el conflicto, aquel había informado a “la Fortaleza y la Gobierno (…) todos los planes y secretos del partido”. Un discurso de Lloréns le salvó de la vergüenza de la expulsión (450-451). Otra vez el servilismo de De Diego a los Republicanos salía a la luz. Poco después de ser disculpado por el choteo, De Diego instruyó al alcalde de Ponce que no votaran por Matienzo ni por Lloréns en los comicios por venir (452).
¿Alguna lección?
La pregunta que me hago es ¿qué sentido tiene olvidar la diversidad, la polisemia y las disputas al interior del independentismo? Los intersticios de la ideología, las personalidades involucradas, la responsabilidad con la causa no iba a generar una militancia uniforme y sin fisuras. Mirarlos de ese modo equivale a quitarle una parte significativa de su riqueza. El estudio de esos choques políticos, discursivos pero, sobre todo, humanos, demuestran que la independencia como meta posible es algo más que un simple cambio jurídico.
Fuentes consultadas
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Nemesio R. Canales (1974) “(Imágenes de De Diego)” en Servando Montaña, ed. Antología nueva de Canales: 3 Boberías. Río Piedras: UPREX. Págs. 97-110. URL: https://documentaliablog.files.wordpress.com/2016/05/1171_canales_de_diego.pdf
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Luis Lloréns Torres (1969) “(Imágenes de De Diego)”, Obras Completas. Tomo III. Artículos de periódicos y revistas. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña. Págs. 435-443, 449-456. URL: https://documentaliablog.files.wordpress.com/2016/05/1171_llorens_de_diego.pdf
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Rosendo Matienzo Cintrón (1960) “(Imágenes de De Diego)” en Luis M. Díaz Soler, ed., Rosendo Matienzo Cintrón. Recopilación de su obra escrita. San Juan: Instituto de Literatura Puertorriqueña/UPREX. Págs. 17-20, 95-98, 167-168. URL: https://documentaliablog.files.wordpress.com/2016/05/1171_matienzo_de_diego.pdf