«Prieto», perdona el desplante

Carlos García en el local de CLARIDAD en Villa Capri. Foto Pucho Charrón

 

Especial para Claridad

 

A fines de la década de los años sesenta del siglo pasado coincidió en la U.P.R.-Río Piedras un grupo de aguadeños. Nos unía, además de provenir de Aguada y ser un poco o un mucho regionalistas, nuestro deseo de luchar por la independencia de Puerto Rico. Entre los más veteranos, pues cursaban el segundo o tercer año en Pedagogía, estaban Manuel de Jesús Cordero, Carlos Humberto García Guzmán «El Prieto» (ya fallecidos) y Juan Cordero Santiago, Juan Yúnior, como le decimos. El combo lo completábamos otros varios, y seguramente olvidaré algunos nombres: Ferdi Acevedo, Ismael (Yungo) Cardona, Jorge Bonilla, Juan González Feliciano (DEP), Carlos Luis Lorenzo, Higinio Feliciano Avilés, Leonides Mendoza Figueroa (DEP), José Rosa Rodríguez (DEP) y yo. En las esquinas de simpatizantes muy activas estaban las compañeras Margarita Crespo Rosa, Juanita y su hermana Carmen «Titita» Cotto.

Casi todos teníamos por padrinos políticos a dos patriotas aguadeños: Evangelista (Yelin) González y Jaime Agudo, a quienes secundaban Radamés Solá, Rolando Acevedo y el isabelino Alejandro Sella.

Yo había llegado a la UPR en 1967, crudito en todo campo en que se podía estar crudo. Se puede decir que era un independentista intuitivo y analfabeto. Peor aún, atiborrado de prejucios anticomunistas hasta la coronilla, como lo disponía el evangelio de la guerra fría. Mi padre era independentista admirador de Juan Mari Brás, siempre lo fue, pero hasta ahí. Sucede que en casa se respiraba catolicismo hasta cuando no se respiraba por solemnidad, que era durante la Semana Santa. La parroquia aguadeña, encargada a San Francisco de Asís, la administraban y administran sacerdotes españoles agustinos, aunque tengo entendido que ya hay allí otros que no son españoles. Como era natural, mi padre tenía excelentes relaciones con aquellos curas, gran parte de los cuales, si no todos, eran admiradores acérrimos del franquismo fascista implantado a plomo y sangre en España con el beneplácito de la Iglesia Católica.

Es decir que antes de llegar a la Universidad yo había desayunado, almorzado y cenado catolicimo y anticomunismo en dosis iguales e igualmente perturbadoras. Pero hay más: El cuco de Fidel Castro y la Revolución Cubana se había soltado, con su rastro de juicios de pantomima, fusilamientos por dame acá esas pajas, encarcelamientos viciosos, persecución indiscriminada y tantas otras misas sueltas oficiadas y radiadas desde no sé dónde, captadas en mi casa, juntas en una emisión llamada «Lo que pasa en Cuba». Era inconcebible suponer que hubiese terror mayor que aquél tan gráfico y tan cerquita de Puerto Rico. ¡Como para no conciliar el sueño!

Hubo todavía otros tres ingredientes en este cóctel de deformación cerebral: A mi casa, de cuando en cuando, mi Viejo llevaba el periódico El Mundo. Allí se publicaban dos joyas de la propaganda desembozada anticomunista. Una, la columna «Trasfondo», de la pluma de lodo de Miguel Ángel Santín; otra, la titulada «En Torno a la Fortaleza», de la inspiración estercolera de Eliseo Combas Guerra, éste con menos aceite en la lámpara que el primero, ambos parejos en su afán ríspido contra el independentismo y, desde luego, contra el comunismo en cualquer manifestación dura o suave. Ninguno vacilaba en mentir descaradamente, pero yo los leía con alguna asiduidad y me contaminaba o consolidaba mis prejuicios anticomunistas.

Dije tres ingredientes, y falta uno. Se trató de un libro titulado Comunismo sin Máscara, que mi Viejo llevó a casa, de un autor llamado Blas Stefanich, supongo que sacerdote, pero no sé más sobre él. No tengo que decir que libro que llegaba a casa, libro que yo leía, al menos parcialmente. Según mi recuerdo, aquella pócima era un verdadero extracto de cicuta con relatos escalofriantes de las monstruosidades realizadas por los gobiernos de los países socialistas de entonces. Recuerdo que mencionaba mucho a Yugoslavia, del cual luego sabría yo que era el menos comunista de la región escarnecida, el Este de Europa hasta llegar al infierno absoluto de la Unión Soviética.

La cosa es que como salió el jibarito de Lamento Borincano, «loco de contento con su cargamento para la ciudad», Río Piedras me recibió con una carga bien apertrechada de liviandad de juicios y pesados fardos de prejicios que yo tenía por ideas.

Con ese trasfondo, yo tenía pánico a la FUPI satanizada por Santín y Combas Guerra y por Jaime Benítez y por una caterva innombrable de acólitos del colonialismo, con Muñoz Marín actuando de sumo sacerdote en esa cofradía. Pero no ocultaba mi afiliación independentista, no pipiola, ni mi admiración por el Movimiento Pro Independencia, por el ilustre patriota Juan Mari Brás, y comprendía más o menos la justicia de sus luchas nacionales, y en el caso de la FUPI simpatizaba sin ambages con los reclamos estudiantiles. Así llegó el 1968, segundo semestre de mi primer año en la UPR.

Si mi recuerdo es fiel, ese año se celebró un Congreso de la FUPI en Río Piedas, en las facilidades de un hotelito situado entonces en Ave. Ponce de León, cerca de la plaza de recreo. El compañero Carlos Humberto García Guzmán me invitó a ese Congreso y yo accedí. «El Prieto» no me dijo que tuviera intención de postularme para el Comité Ejecutivo de la FUPI. Pero lo hizo, para mi sorpresa. Carlos no había actuado de mala fe. Todo lo contrario: él entendió que yo estaba listo para dar aquel paso y se sorprendió mucho de que yo declinara la postulación. Pienso que sin decírmelo Carlos consideró que la FUPI necesitaba militancia nueva, pues él, Juan Yúnior y Manuel de Jesús Cordero, que habían sido la representación aguadeña más cercana a la organización, ya estaban por terminar sus estudios universitarios. Además, a un aguadeño independentista raramente se le consultaba si quería desempeñar una tarea que se considerara importante realizar. Se daba por sentado que quería y la haría. ¡Gracias, Prieto, por tu confianza! En fecha posterior yo aceptaría integrar el Comité Ejecutivo, la Secretaría de Prensa y Propaganda de la FUPI, y andando el tiempo la Comisión Política.

Recuerdo que el camarada Carlos me chacoteaba en broma cuando se refería a aquel lance del Congreso de la FUPI, diciendo que yo me había «despuntado» del Comité Ejecutivo fupista. La chanza duró años, incluso cuando ya yo había militado en la FUPI, y luego en el PSP. Lo cierto es que el incidente no pasó de ahí. Ni yo le hice ningún reclamo al Prieto ni él a mí y, bien considerado el asunto, aquello sirvió para hacer más sólidos los cimientos de nuestra fraternidad.

El lazo de amistad y camaradería entre Carlos y yo lo mantuvimos, ambos, desde antes de aquellos remotos años de la década de los años sesenta del siglo pasado hasta ahora que ha muerto el querido aguadeño, amigo y compañero de tantos y tantas. A veces pasaba mucho tiempo sin vernos, pero siempre su simpatía y afabilidad perduraron incólumes. Para mí, ha sido un gran honor haber compartido su amistad y hermandad. Y tenía que narrar el episodio del Congreso de la FUPI para pedirle al Prieto de Aguada perdón por aquel desplante que él no se merecía.

Carlos Humberto García Guzmán hizo muchas aportaciones a la lucha por la independencia y el socialismo para nuestra Patria y nuestro Pueblo. Algunas muy conocidas, como las tareas de fotógrafo en CLARIDAD, otras todavía por saberse, todas realizadas con pasión y dedicación. Fue un roble de la estirpe de Evangelista González y Jaime Agudo. Un abrazo para su hijo Miguel, a quien no conozco. Prieto, y otro abrazo de cariño y admiración para ti, noble hijo de nuestro Pueblo.

 

 

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