Por Justin Agrelo, Katie Rice, Martha Bayne
y Kari Lydersen
Centro de Periodismo Investigativo
Un mundo distinto
De niño, José Vélez disfrutaba visitando el Disney World en Florida, pero nunca se visualizó viviendo en los Estados Unidos.
Después del huracán, el hotel para el cual la madre de Vélez trabajaba en Puerto Rico la transfirió a un hotel en Colorado. Vélez, quien tenía entonces 18 años, se mudó con ella ese otoño. No tenían familia allí y muy pocas personas hablaban español – sentían soledad, dijo él.
Entonces, a través de un amigo, se conectaron con el Puerto Rican Cultural Center y decidieron mudarse a Chicago, donde la organización les ayudó a encontrar un apartamento y trabajo. Dos primos de Vélez también se mudaron a Chicago y se les unieron en febrero de 2018. Ahora Vélez trabaja para el centro cultural y le agradece al director José López por ayudarle a entender cómo el colonialismo afecta a la Isla, incluyendo a Guayama, su pueblo natal, donde los residentes tienen que lidiar con emisiones tóxicas y cenizas producidas por una planta de carbón cercana.
Vélez quiere ir a una universidad en los Estados Unidos a estudiar sociología o derecho y entonces regresar a Puerto Rico a ayudar a las personas en la Isla.
Sus hermanos, padre y abuelo permanecen en Puerto Rico; la separación fue especialmente difícil durante las navidades, cuando Vélez se perdió de las continuas fiestas a las cuales está acostumbrado en Puerto Rico – el lechón, los intercambios de regalos del Día de Reyes. Y la cultura “súper diferente” en Chicago también ha requerido un gran ajuste. “En Chicago, la gente te pasa en la calle sin decir ‘hola’”, menciona Vélez. “En Puerto Rico, aún los extraños se saludan y se dice ‘buen provecho’ cuando alguien está comiendo”.
Vélez nunca ha dejado de extrañar a Puerto Rico y espera poder regresar a trabajar ahí algún día. “Cuando era joven nunca imaginé que me iría de mi país”, dice, “pienso en él todos los días”.
Buscando ayuda y dando ayuda
Rebecca Sumner Burgos nació en Cleveland, hija de padres activistas. Ha pasado tiempo en Nueva York, París y Berlín. Vivió en Chicago brevemente, cuando era niña. Ha sido artista, traductora y ha hecho trabajo comunitario dentro de la comunidad LGBTQ. Cuando azotó el huracán María, ella estaba viviendo en Guaynabo, Puerto Rico donde servía como directora de Desarrollo y Coordinadora Estudiantil para una escuela Metodista.
Su empleo fue eliminado tras el huracán; trató de solicitar los beneficios de desempleo en Puerto Rico, iba en persona a la esa oficina, semana tras semana, sin éxito. Entonces, después que murió su madre en mayo de 2018, Sumner Burgos pensó que era tiempo para un cambio. “Parecía que Chicago era un secreto, un lugar donde podías reinventarte”, dijo ella.
Se mudó a la casa de un amigo en un suburbio en Oak Park y muy pronto consiguió trabajo. También fue a la oficina del asambleísta Roberto Maldonado y luego a la oficina de recursos del pabellón buscando ayuda para el plan médico. Sumner Burgos no le gusta identificarse como una persona que fue “evacuada” y reconoce que ella tuvo más recursos y experiencia para manejarse que muchas personas afectadas por los huracanes. Sabe que el estrés financiero y de otra índole que sufrió a causa de los huracanes y a su llegada a Chicago fueron peores en el caso de otras personas.
“Soy una mujer soltera, no tengo hijos, no soy jefe de familia, así que solo puedo imaginar cuan desesperadas estaban otras personas que llegaron aquí”, dice. “Mi posición social y educación me permitieron un nivel de privilegio que es muy importante reconocer”.
Ahora tiene un trabajo ayudando a puertorriqueños, incluyendo los damnificados, y a otros residentes de Chicago. Ella es la coordinadora de divulgación de La Casa Norte, una organización sin fines de lucro en Humboldt Park, la cual ayuda a personas sin hogar.
El trabajo le ayuda a manejar su propio trauma – tiene “flashbacks” del huracán y ataques de llanto incontrolables, sumado a la culpa que siente por haberse ido de Puerto Rico. “Vengo de una familia puertorriqueña muy nacionalista, así que irme se siente como un fracaso y como un abandono a mi gente y a mi país”, dice. Pero su plan es quedarse indefinidamente en Chicago.
“Mi vida me resulta irreconocible”, dice, “pero simplemente tendré que seguir adelante, cualquiera que sea este libreto”.
Los sabores del hogar
En Chicago, Roberto Pérez no podía encontrar ni comida caribeña ni clases de cocina sobre cómo prepararla así que decidió enseñarse a sí mismo a cocinar y comenzar su propio negocio culinario.
Pérez, de 34 años, es puertorriqueño aunque nació en Chicago, en el área de West Town. En el 2012, con su amigo Ángel Fuentes fundaron el Urban Pilón, una compañía culinaria dedicada a compartir comidas y técnicas de cocina de Puerto Rico, el Caribe y Latinoamérica. El 5 de diciembre se celebró la edición #100 del evento “Santísimo Sanchocho”, de Urban Pilón, una celebración del tradicional plato latinoamericano, que se llevó a cabo en el Segundo Ruiz Belvis Cultural Center en Chicago.
Con la música de bomba de fondo, los asistentes disfrutaron cuatro tipos de sancocho: “sancocho Santa Anacaona” (de carne); “sancocho Santa Inocencia” (de vegetales); sancocho santo (de mariscos) y “sancocho siete potencias” (incluye 7 carnes distintas).
“La comunidad puertorriqueña en Chicago es muy nostálgica”, dijo Pérez, “y la gente quiere aferrarse a su cultura”.
“Los puertorriqueños en Chicago realmente han puesto su sello sobre quiénes son y dónde están y yo pienso que las personas en la diáspora, en general, se sienten como ‘Wow, Ojalá pudiera tener algo así en mi ciudad’”, dijo Pérez. “Aunque en Orlando haya una comunidad más grande, la gente dice que los puertorriqueños en Chicago están más organizados y son políticamente más fuertes”.
Cuando Pérez se ve necesitado de una inspiración cuando cocina – o cuando necesita escapar del crudo invierno de Chicago – visita a su madre a Ponce, Puerto Rico. También viaja a otras islas caribeñas, buscando nuevos sabores y nuevos métodos de cocinar.
“Puerto Rico realmente me inspira cada vez que voy”, dijo.
Separación familiar y migración
Vanessa Gómez, de 44 años y su hija Verónica Díaz, de 14, sobrevivieron el huracán María en su casa en Caguas. Traumatizada por la tormenta y su periodo posterior – sin electricidad, gas racionado y la llegada de la Guardia Nacional que hizo que su vecindario pareciera “una zona de guerra”, como lo explica Díaz – se fue a fines de septiembre de 2017 en un barco crucero de rescate a reunirse con su padre en Florida.
Gómez vivía en la Isla con su madre de 68 años, quien tiene problemas renales.
Su madre y su tía, de 76 años y que padece de Alzheimer, luchaban por conseguir servicios de salud después del huracán, pero al no lograrlo, decidieron mudarse a Estados Unidos. Cuando la mamá de Gómez fue a la oficina de vivienda en Puerto Rico le aconsejaron que no se mudara a Florida por que ya estaba “repleto”, y se fueron rumbo a Berwyn, un suburbio de Chicago, donde vive el hermano de Gómez. La madre de Gómez y su tía fueron las primeras en irse; llegaron a Chicago el primero de febrero de 2018. Gómez se quedó en la Isla unas semanas adicionales, para resolver los asuntos familiares.
Las tres mujeres se adaptaron a la vida en Berwyn, donde Gómez cuidó a su madre y tía a tiempo completo, mientras esperaba la llegada de su hija que estaba por terminar el año escolar en Florida. Díaz finalmente se mudó a Berwyn con su madre, luego de terminar su séptimo grado el pasado mes de junio.
Gómez y Díaz tienen una relación muy cercana, hacen chistes y se ríen cuando hablan de sus experiencias en Chicago. Díaz habla sobre su escuela intermedia, mientras revisa su teléfono buscando un vestido que usará para una fiesta escolar. Gómez le hace bromas.
La transición a la vida en Estados Unidos ha tenido sus dificultades y la mudanza ha tenido resultados mixtos para la familia. La madre y la tía de Gómez reciben mejores servicios médicos allá y Díaz está en una escuela que tiene mejores recursos que su escuela en Puerto Rico, dice Gómez. Pero la transición ha sido difícil para todas. Díaz tuvo que mejorar drásticamente su inglés para mantenerse al día en la escuela mientras toma clases menos avanzadas que las que estudiaba en Puerto Rico.
“Ahora mismo le digo a Verónica que aproveche la oportunidad y los sacrificios que estamos haciendo”, dijo Gómez. “Hay dos cosas importantes para mí: Que disfrutemos el tiempo que estemos aquí, que aprendamos y que [Díaz] se ajuste para que se prepare académicamente”.
La separación familiar ha sido una consecuencia difícil del huracán, así como la subsiguiente migración de la familia. Gómez y Díaz consideraron mudarse a Florida para estar más cerca del padre de Díaz, pero ya decidieron quedarse en Chicago ya que, según Gómez, ofrece mejores oportunidades para Díaz. Ambas mujeres siguen extrañando a Puerto Rico.
“La patria siempre llama”, dijo Gómez.
Irse y regresar
Maricarmen Hernández Galarza, una trabajadora de la salud de Caguas, se mudó a Chicago en octubre de 2017, unas pocas semanas después de María. Se fue con sus padres y su hijo Caleb, de 10 años y que tiene autismo.
Al principio la familia buscó ayuda en la oficina del congresista Luis Gutiérrez y, más adelante, en el Ruiz Belvis Cultural Center pues el pabellón en Humboldt Park todavía no había abierto. Eventualmente la familia consiguió vivienda temporera en Humboldt Park, a través de Casa Central, una organización de servicios sociales.
La Autoridad de Vivienda de Chicago (CHA por sus siglas en inglés) les prometió un apartamento de vivienda pública en diciembre, pero eso no ha ocurrido.
Sus padres, frustrados por la lucha de conseguir vivienda, optaron por regresar a Puerto Rico ese mismo invierno. Para primavera Hernández y su hijo eventualmente se mudaron a una unidad del CHA en un sector diverso en el vecindario de North Side en Rogers Park. Aún así, la vida era estresada.
En Puerto Rico, cuenta Hernández, Caleb estaba en una buena escuela pública con acceso a la ayuda que necesitaba, incluyendo terapia del habla y consejería sicológica. Pero en el sistema de escuelas públicas de Chicago ella sentía que su hijo no recibía la atención adecuada. Lo sacó de la escuela a fines de febrero y decidió educarlo en la casa, por lo cual no podía trabajar fuera.
Mientras tanto, dice ella, Caleb estaba triste y deprimido. Buscó ayuda a través de una de las clínicas de salud mental de la ciudad, pero, según ella, se le dijo que tomaría un año el conseguir una cita para Caleb. Originalmente Hernández quería hacer una nueva vida en Chicago, pero ella y Caleb terminaron regresando a San Juan a principios de julio.
El regreso ha sido difícil.
Hernández encuentra que el “descenso social” de Puerto Rico después de María es perturbador, citando un aumento en el crimen y un desorden general. Ella y Caleb han tenido que mudarse varias veces desde que regresaron. En un apartamento, cuenta ella, un hombre disparó a su novia justo afuera de su dormitorio. Ahora están en un lugar que se siente estable y, por tanto, ella y Caleb se sienten seguros. Él está recibiendo las terapias que necesita y ella está estudiando una segunda maestría en Educación Especial.
Una nueva líder para tiempos cambiantes
Dentro de un salón, en la parte de atrás del negocio Chief O’Neill’s, un grupo de personas están reunidas para celebrar. Al frente del salón hay una banda de jóvenes, en un pequeño escenario, tocando “Oye como va” de Carlos Santana para un grupo de más de 100 personas. El sonido que producen sus trompetas, congas, flautas y guitarras intensifica el alboroto en el lugar. Entre los presentes nadie parece estar más entusiasmada que la persona con el micrófono, Rossana Rodríguez-Sánchez, quien casi no puede contener su sonrisa mientras canta. Rodríguez-Sánchez tiene mucho por lo que estar contenta esta noche de un martes frío, ya terminándose febrero. Después de meses haciendo campaña para convertirse en asambleísta del distrito 33 en el lado noroeste de Chicago, logró obligar al veterano incumbente a una segunda vuelta electoral, la cual está programada para el 2 de abril.
Nacida en Humacao, Rossana Rodríguez-Sánchez, de 39 años, estuvo entre los “migrantes económicos”, como ella los llama, que vinieron a Chicago a mediados de la década del 2000, mientras recrudecía la crisis de la economía y de la deuda de Puerto Rico.
Rodríguez-Sánchez era maestra en Puerto Rio, pero tuvo que dejar su trabajo después que recortes en el presupuesto severos transformaron su salón de clase en uno hacinado y carente de las necesidades básicas. No pudo encontrar otro empleo así que en el 2009 se mudó a Chicago donde fue contratada como directora de la Albany Park Theater Company, un teatro de jóvenes en un vecindario del lado norte, hogar de inmigrantes de varios países latinoamericanos, asiáticos y europeos. También daba clases en la escuela superior Pedro Albizu Campos, manejada por el PRCC.
“Me hubiese encantado quedarme” en Puerto Rico, dice. “Me hubiese encantado estar con mi familia. Pero estas oportunidades no estaban allá. Y verdaderamente sentí que tenía que cuidar de mi misma por que me sentía como si fuese a colapsar emocionalmente”.
Como una socialista comprometida, con un agudo sentido de conciencia de clase y profundas raíces en la comunidad, se refieren a ella como la versión de Chicago de Alexandria Ocasio-Cortez – una comparación que ella considera “un honor”, a la vez que señala sus diferencias. “Crecí en la Isla y viví ahí hasta que cumplí 30 años”, cuenta. “Vivir en una colonia te da una perspectiva diferente de lo que es la política norteamericana”.
Para algunos, Rodríguez-Sánchez simboliza la diversidad de la comunidad puertorriqueña en Chicago. Una líder joven, que no tiene base en Humboldt Park ni tampoco representa directamente las tradicionales organizaciones puertorriqueñas. Está entre los primeros miembros del grupo Resistencia Boricua de Chicago (Chicago Boricua Resistance o CBR) – un grupo político independiente que aboga por la descolonización de Puerto Rico. Fundado en 2016 por puertorriqueños mayormente jóvenes y progresistas, el CBR trabaja al margen de las instituciones tradicionales puertorriqueñas de Humboldt Park. El grupo auspicia eventos educativos a través de Chicago, motivando a la gente a entender la historia de Puerto Rico y el colonialismo – una historia que no es ampliamente conocida en los Estados Unidos. Poco después del huracán María, el grupo organizó una brigada de ayuda para la Isla.
Para Rodríguez-Sánchez, su activismo político, así como su carrera política en Chicago, son una extensión de su compromiso social. Fue a su primera protesta cuando tenía seis años, en Humacao, donde se crió y donde su padre era un organizador comunitario.
Cuando el río que era la fuente primaria de suplido de agua de su comunidad fue redirigido a suplir a una base militar norteamericana cercana durante una sequía, sus vecinos se organizaron y lucharon para recuperar su agua, como ella la describe. La batalla por el agua y la victoria de su comunidad fue una experiencia formativa que ayudó a Rodríguez-Sánchez a moldear su conciencia política.
De la mano de su padre, conoció muchos activistas independentistas y socialistas, logrando desarrollar temprano en su vida conciencia sobre el colonialismo en Puerto Rico. En la escuela superior conoció la Federación Universitaria Pro-Independencia (FUPI), una organización pro-independencia dirigida por estudiantes de la Universidad de Puerto Rico. Organizó con sus amigos un grupo pro-independencia en su escuela superior. Esto no le gustó a la dirección escolar, quienes querían que el grupo se identificara como un “club de historia” en vez de reconocerlo como un club político, cuenta Rodríguez-Sánchez.
Eventualmente espera regresar a Puerto Rico
“Siempre sentí que regresaría a casa y todavía me siento igual”, dice ella. “Eso es algo que la mayoría de los puertorriqueños llevan en su bolsillo – ‘en algún momento regresaré a casa’”. Mientras tanto, ella trae a Chicago el mismo espíritu que ha ayudado a los puertorriqueños a sobrevivir la crisis de la deuda, los huracanes y otros retos, ya sea en la Isla o en EE. UU..“Se trata de identificar los problemas que tenemos y unirnos para tratar de encontrar la forma de que las cosas funcionen, y entonces exigir al gobierno que ponga los recursos ahí,” explica.
Camille Erickson contribuyó en este reportaje.
Esta historia se publica como resultado de la colaboración entre el Centro de Periodismo Investigativo y el programa graduado de periodismo de Medill en Northwestern University.