Será otra cosa: Como arena entre los dedos

“Poder extranjero que nos roba la tierra, que nos escatima el pan y lo administra como medio de soborno”.

-Francisco Matos Paoli

Fue hace ya unos meses, a decir verdad. La imagen de este chamaco flaco, blanco, joven pero mataíto, con ese sombrero colorido y un chaleco con los brazos al aire y cola de pingüino, relamiéndose con las virtudes del paraíso fiscal puertorriqueño y, simultáneamente, abrazándose a una ceiba, me resultó demasiado perturbadora. No podía añadir una angustia más a nuestra ya complicada vida post María y opté por ignorar el artículo del NYTimes sobre el tal ‘Puerto-Crypto’ de este grupo de millonarios lunáticos.

Pero los días han pasado. Y me he ido dando cuenta de que, obviamente, esto no es una serie truculenta de Netflix. Es más bien un reality show que ahora, sin remedio, observo con verdadero espanto e incredulidad. Este chamaco y su tribu existen y, en efecto, están en el Viejo San Juan (donde, por cierto, trabajo).

Vaya y pregunte por ellos en los restaurantes finos de la ciudad antigua. Digamos que no hay mesero o bartender que le tenga cariño a este corillito de millonarios granola bastante quedaítos en unos tripeos bien jarcor.

Pero esto no es lo peor. Lo que es inconcebible es que, sin importar el trauma y los daños que hemos vivido tras el huracán María, hace un mes, usted y yo cumplimos con nuestro país pagando nuestros impuestos, a pesar de que para nosotros lo que hay es impuestos regresivos y cada vez menos servicios públicos. Para nosotros hay una reforma laboral que nos dejará desprotegidos, empobrecidos, explotados y desincentivará aún más el trabajo formal en nuestro país (¿quién rayos querrá trabajar para más miseria?).

Nuestro futuro es la quincalla y el resuelve; “emprenderismo” (pero del bien primitivo) le llaman ahora a la falta de trabajos y oportunidades, a tener que salir a vender cualquier cosa en una economía desahuciada. Pero para estos millonarios estrafalarios lo que hay es exenciones contributivas sin precedentes en ningún otro paraíso fiscal. Personas y corporaciones que pagaban 55% de su riqueza en impuestos, con tan solo mudarse aquí han comenzado a pagar entre 0 y 4 porciento. Para estos específicos lunáticos del norte que se pasan el día abrazados a los árboles, poniéndose bien high en público como si aquí no les aplicaran las leyes, para los que están apoderándose de nuestros vecindarios con ese convencimiento estrambótico de que esto les pertenece; como si Santurce, San Juan, Nashville, Atlanta, Los Ángeles fueran todo lo mismo. Para todos ellos no hay reforma laboral ni contributiva ni cierres de escuelas ni falta de luz ni privatización de servicios esenciales. No hay crisis ni trauma. Vamos, ni siquiera los hoyos en las carreteras de este Kabul caribeño profundo compartimos con estos especímenes pues ellos viven entre el Viejo San Juan, Condado y la playa. Su única reforma es una que ya conocemos pues, en el fondo, es bastante vieja: la de explotarnos sin contribuir al País, la larga historia de nuestras vidas. Lamentablemente, sin embargo, hay que recordar que ninguno de ellos está aquí por legislación federal. Las leyes 20 y 22 son criaturas, aparte de fantasiosas y artificiosas, criollas, avaladas y reiteradas tanto por gobiernos populares como penepés.

Soy tan masoca que me meto a averiguar qué dicen los arrimados a los arrimados potenciales de las Leyes 20 y 22 por el Internet. Y es patético, no lo haga si quiere mantener algo de salud mental. Lo primero que destila es una gran incredulidad de parte de los potenciales. A pesar de que las leyes llevan unos años, todavía estas personas no se lo pueden creer y piensan que debe haber algo así como ‘gato encerrado’. “¡Es cierto! Las exenciones son tal y como se describen. No hay engaños ni sorpresas”, se insisten entre ellos en distintos foros.

“Una vez que haya recibido su contrato que le otorga sus beneficios fiscales, será casi imposible que alguien se los quite, sin importar cuán duro algunos políticos les pisen los pies”, lee uno de estos artículos.

“Puerto Rico has more Walmart and Walgreens stores per square mile than anywhere else on Earth!”, se repiten como refuerzo a su campaña de reclutamiento mientras yo sigo leyendo espantada y paso al peor de los artículos, uno que menciona los “pros & cons” de vivir en Puerto Rico: “Es hermoso”, “todo el año es verano”, “es como vivir en otro país fuera de EEUU”, “hay tiendas de todo tipo: Cartier, Gucci, Salvatore no sé qué… ¡Como estar en la Quinta Avenida!”, “excelentes restaurantes”, “mucho que hacer” y hasta “los puertorriqueños son muy sexy y saben pasarla muy bien y vivir la vida”.

Los cons: “Hablan español” y “aunque muchos hablan inglés en las áreas donde usted viviría, prepárese para manejar con los letreros todos en español”. “Hay mucha criminalidad”, “pero eso no necesariamente le afectará pues se encuentra más bien en los vecindarios pobres”, “por cierto, hay mucha pobreza y una crisis económica muy seria con altas tasas de desempleo”, “pero eso tampoco tiene que afectarle necesariamente, al menos si sus negocios no dependen de la economía local”.

Aunque obviamente soy independentista, no me considero anti-americana. En Estados Unidos tenemos la mitad de nuestras familias. Allí nos hemos educado en algún momento muchos de nosotros. El otro día discutía con un amigo que quiere promover que algunas instituciones puertorriqueñas donen sus archivos históricos a una Ivy League que tiene un programa robusto de ‘Estudios latinoamericanos’. A veces pienso que nuestro vínculo con Estados Unidos ya es tan íntimo que de verdad nos creemos que ese es nuestro país. No lo digo por mí (no es pa’ tanto) sino por mi amigo que, de hecho, vive allá hace muchos años. “Es lo único que falta”, le decía yo. “Que tras que tienen el país, ahora también se queden con nuestra memoria”. Él defendía el traspaso de los archivos por la supuesta incapacidad del Archivo General o de la Universidad de Puerto Rico de mantener esos documentos óptimamente. Yo insistía en que existía la capacidad, lo que hay es que garantizarla.

Decía que no me considero anti-americana. De Estados Unidos, especialmente de su gente, de sus organizaciones cívicas y su trabajo de búsqueda democrática, he aprendido muchísimo. Pero, como residente de una zona limítrofe con el área turística sanjuanera, todos los días me encuentro con este nuevo ecosistema de la explotación que pone en evidencia que nuestro país está literalmente a la venta y que, desde hace ya bastante tiempo, se están formando unos países muy disímiles dentro de este archipiélago: el de los blancos del norte que se creen que esta es su villa exótica de playa; el de los que han sido expulsados en cuerpo pero no el alma, y siguen viviendo vicariamente la vida isleña desde el afecto pasado por el filtro tecnológico.

Y entonces está el país de quienes -no se sabe cómo ni por qué- contra todo pronóstico, todavía nos quedamos aquí, insistiendo en el país que nos ha hecho gente y en ese otro por el que luchamos, el que aún imaginamos que un día resultará triunfante ante toda adversidad; pequeño y deforme pero sobreviviente, nuestro, aunque en la realidad de los días se nos escape cada vez más como la arena entre los dedos.

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