Será Otra Cosa: Virus

Soy una mirona incorregible. Tal vez por eso me hice antropóloga, para tener una excusa. Me le quedo mirando al cerezo florecido, a las burbujas diminutas descansando en un sorbeto, al pequeñín desconocido y regordete que practica y aprende eso que llamamos “caminar”. Hasta ahí, todo bien y muy bonito; el problema es que también me le quedo mirando a la aguja que extrae sangre de mi brazo durante un examen médico, al aburridísimo “infomercial” donde audiencia y actores se emocionan hasta el paroxismo ante las virtudes de algún artefacto electrónico, brilloso e innecesario (dos por uno, si llamas ahora), al cadáver aplastado del mapache neoyorkino que, como la proverbial gallina, quiso cruzar la calle, y así por el estilo.

Tal vez esa dificultad innata para desviar la mirada explica porqué no siempre uso el botón de “stop” cuando me topo sin querer con una categoría de videos caseros muy particular y siempre presente en los medios sociales. No sé cómo llamarla. Podría bautizarla (por aquello de que me gustan las palabras descaradamente agudas) “video santurrón, fanfarrón y gritón”. Aunque mi verdadero amor son probablemente las palabras ingeniosamente esdrújulas, de modo que podría nombrar al género algo así como “video espasmódico, antipático y…¿fanático? ¿Patético?”

No sé cómo llamarlos, pero el  libreto típico es algo así: la persona se graba a sí misma durante algún acto cotidiano (sentado en el inodoro, por ejemplo, o moviéndose de un sitio a otro en un automóvil); elige alguna expresión diseñada para hacernos prestar atención (les gusta mucho las palabra “mire” y “mere”, así como la advertencia “les voy a decir una cosa” ) y, subiendo progresivamente el volumen de su voz, produce una diatriba que casi siempre tiene como blanco a los puertorriqueños que protestan cosas como medidas de austeridad, o a los pobres que reciben dinero del gobierno, o a las mujeres, o a la gente queer, o a los no-cristianos, o a los “de Yulín” (esa última categoría es para mí un verdadero misterio, los “de Yulín” se han convertido en un cuco de lo más ambiguo, poroso y pintoresco), incluso a veces a todas las anteriores o a una vaga categoría llamada “la gente”. El video siempre incluye referencias a las múltiples virtudes del orador (lo mucho que trabajan, lo buenos que están, lo poco que les importa lo que otras personas piensen, los poderes de su ingenio y capacidad mental, la cantidad de admiradores que se gastan) y culmina con una apretada secuencia de palabrotas, un exceso de sudor en el rostro del protagonista, y la repetición final, por si las moscas y a grito ronco y pelado,  de los argumentos centrales de la cosa, argumentos que por lo general no son oraciones completas sino más bien adjetivos o frases insultantes: “guimas mantenías”, “malagradecidos/as”, “chorro ‘e vagos”, “los que siempre se quejan”…

Los protagonistas de este género audiovisual emergente son variados pero coinciden en el vigor, la furia, el volumen y el blanco de su indignación, un blanco que me parecería muy peculiar si no fuera tan común.

Porque, ¿están acaso indignados con las leyes que perpetúan nuestra miseria? No. ¿Con el cierre, sin explicación, de cientos de escuelas? No. ¿Con el desmantelamiento de la universidad pública? Menos aún. ¿Con la incompetencia gubernamental que multiplicó y multiplica los efectos del huracán? ¿La Junta que no permite una auditoría ciudadana de la deuda? ¿Los buitres que compraron deuda basura barata pero quieren cobrarla cara? ¿Los políticos que aprovechan el río revuelto para adelantar agendas retrógradas y/o ridículas? ¿Los encargados de contar muertos que jamás se contaron, o de atender a los moribundos que parecen no contar?

No. Para nada. Qué va.

Verá usted: a estos personajes que protagonizan los videos rabietudos que describo aquí no les interesa indignarse contra esas cosas o individuos, porque ellos alegan que ‘no hablan de política.” ¿Me sigue? Palabrotas, odio, insultos y amenazas, todas se valen, pero hablar de “política” no. Eso sería tener malos modales. A ellos no les gusta la política; les gusta un sinsentido que llaman “sentido común”.

Están indignados con los pobres (“vagos”) y especialmente con las mujeres pobres (“güimas mantenías”); están indignados con las mujeres que abortan y con la gente queer (por aquello del “pecado”, y el “fin del mundo”); y están indignados, sobre todo, con la gente que protesta, sobre todo si asisten a la Universidad de Puerto Rico, pertenecen a una unión de trabajadores, o son (horror de horrores) exalumnos de la Universidad de Puerto Rico que encima ahora pertenecen a una unión de trabajadores.  Dicen (vociferan) cosas como “mere, deje de quejarse y póngase a trabajar”. Le gritan “mamabicho” al que marcha pero se rasgan las vestiduras y quieren meter gente presa porque alguien le escribió “mamabicho” a Pesquera en un tweet.

¡Ya, ya sé cómo llamarlos! Son Videos Virulentos: ponzoñosos, malignos, violentos, ardientes.

Claro que no son un fenómeno precisamente nuevo. Son parte de una larga tradición que incluye instituciones tan separadas cronológicamente como los gladiadores antiguos y los reality shows modernos –que, bien pensado, son más o menos lo mismo, excepto que a los perdedores de ahora los humillan y los botan, pero no los matan.  La diferencia entre esos circos, pasados y presentes,y los videos virulentos que describo aquí, es que en estos últimos, el orador despotrica contra una víctima tácita pero ausente, y que esa víctima es un chivo expiatorio común –es pobre, de piel oscura, de orientación o identidad sexual “pecadora”, inmigrante, socialista, etc. En eso se parecen menos a un reality show y más a un tweet de Trump.

No pretendo obligarlos a callar, porque no creo en la censura (aunque ellos, curiosamente, sí la predican, siempre, claro está, contra otra gente). Si fueran sólo virulentos, me parecerían sencillamente incómodos, desagradables. Pero a veces son, además de virulentos, virales. Y entonces son ellos (y no sus “inmorales” víctimas) los que parecen ser el verdadero síntoma y anuncio del fin del mundo.

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