Tercera carta al doctor Alonso

Especial para En Rojo

 

Estimado Doctor Alonso:

Sé que este bien pudiera ser ya, oficialmente, un ejercicio de fe pues entiendo que usted no les ha respondido a mis compañeras. No importa. Puedo imaginarme lo ocupado que debe estar, y entiendo también que su prioridad no ha de ser las consultas epistolares, mucho menos las de correo regular. Pero imagino muy posible que, en algún momento, usted se apreste a sentarse para responderles con detenimiento, como estas consultas y el género mismo lo ameritan. Para eso necesitará tiempo. Tiempo e incentivos.

Sé que mis compañeras no han sido demasiado generosas propinándole lo segundo. Es lo que les digo, “el Doctor Alonso no les va a responder si se ponen con sus cosas”. Sé que le han dicho bastante, doctor, de cerdo para abajo, pero tampoco es para que se ofenda. O -más bien- tiene que ver cómo y por qué se va a ofender, si es que decide hacerlo. Porque, por ejemplo, llamarle cerdo puede parecer un insulto pero no siempre lo es. Si usted me preguntara a mí, le diría que el insulto va más por la vía del cuestionamiento de sus tarifas por el servicio médico. Entiendo que han sido severas con usted en ese aspecto. Como si usted no actuara en el ámbito de una sociedad entera donde el acceso a la salud mental se ha transformado intencionada y sistemáticamente en un bien exclusivo, casi de lujo. ¿Qué se supone que usted haga? Definitivamente no es usted el doctor Betances, andando a caballo los barrios mayagüezanos en el siglo XIX para tratar el cólera. Usted es un psiquiatra lidiando con los desajustes sistémicos y las patologías exorbitantes del siglo XXI en la colonia más antigua del mundo.

Pero en fin, cuando usted recibe correspondencia de estas mujeres, tiene que analizar bien lo que le dicen, leer entrelíneas. Pero como no sé si usted se va a tomar la molestia de buscar ciertas referencias en google, le cuento que yo creía que Epicúreo era un dios muy goloso. Pero no, Doctor. Busque en google “cerdo epicúreo” y descubrirá una estupenda identidad potencial, tal vez incluso novedosa. Sobre la otra compañera, ya ahí lo de “cerdito capitalista» fue más directo y no creo que tenga que darle explicaciones de ningún tipo. Sólo le recordaré que no debe juzgar a sus pacientes, mucho menos por ejercer sus libertades de expresar sus ideologías y visiones del mundo.

Pero nada, que me desvío. Les he dicho a mis compañeras y me reafirmo: “Yo sé que el doctor Alonso va a responder. No sé cuándo, pero va a responder”.

Así, me animé yo también a escribirle porque coincido en que el costo de su consulta en estos momentos es un tanto inaccesible para mí. Pero estoy segura de que eventualmente podré tener el placer de visitarlo en su despacho.

Nunca he sido de consultar con psiquiatras pero, bueno, siempre hay una primera vez. Entiendo que mi salud mental ha sido común y corriente. He tenido mis momentos, por supuesto. Lo normal. Algunos desafíos me han puesto a prueba, pero mirándolo a esta distancia, creo que he resultado victoriosa de todos. O de la mayoría, vamos, no quiero decir que sea perfecta porque no. El punto es que nunca he visto un psiquiatra. No de manera clínica, digamos.

Ahora, no se lo voy a negar: muchas veces me pregunté si debía hacerlo. No por nada, nada realmente de peso. Pero me lo preguntaba. ¿Por qué no voy un día donde el Dr. Alonso? No lo digo exactamente por las estelas, Doctor: el punto de sangre en los pellejos de las uñas, el ardor; el mechón de pelo entre los dedos que no quiero descartar por no percatarme de su aparatosa dimensión flotando sobre el zafaconcito del baño; las horas despierta consumidas en la lectura obsesiva de noticias criminológicas. El líquido fino, siempre inclinado, escurridizo. La claustrofobia, el impulso de abrir las puertas en los aviones.

Lo digo por lo más complicado: cómo mantener la imagen de la cordura cuando se tiene una serie de enfermedades raras extendiéndose inevitable, indefectiblemente, por el torrente sanguíneo. No es fácil diagnosticarlas por esa fragmentación tan estricta de la medicina moderna. ¿Qué médico va a diagnosticarte todo lo que tienes, si cada uno se dedica a una mínima parte de tu sistema y no le interesa observar más allá? Al cardiólogo le hablas de algún asunto estomacal y te mira como si le estuvieras preguntando sobre las señales del universo cuántico o sus partículas subatómicas.

Hoy día es casi imposible hablar de enfermedades raras, incluso con tu propio médico de cabecera, sin que se sospeche de tu situación emocional. Termina una angustiada, ya no sólo por la enfermedad sino por lo que te adjudican de inmediato: “Esta es hipocondríaca”, es lo primero que se dicen con la mirada, se les ve a legua. ¿Por qué en un mundo cuya enfermedad generalizada nadie cuestiona, es tan estigmatizante atender la enfermedad propia? Ambas situaciones, tanto el manejo de las enfermedades raras como el juicio de la gente, requieren de la mejor psiquiatría moderna. Por eso recurro a usted con tanta fe.

Llevo años navegando sobre decenas de síntomas  y muchas veces he tenido que callar para no ser acusada de la patología hipocondría: pupilas dilatadas, venas brotadas, vértigos extremos en las lunas menguantes, euforia natural en luna llena. Fiebrecillas nocturnas, dolores musculares que laten al ritmo de un zumbido auricular constante (es insoportable). Sudoraciones insólitamente excesivas, falta de oxígeno, corrientes linfáticas y, tal vez, el peor de todos… Bueno, Doctor, el peor de estos síntomas se lo diré en persona porque no encuentro cómo ponerlo por escrito.

Dicen que de médicos, poetas y locos, todos tenemos un poco. Le soy sincera, no he hablado de esto con nadie. Le estoy confiando mi espantosa y solitaria situación porque sé que usted es todo un profesional. Ante todo, quisiera poder respirar sin esta angustia. No tener que pensar en esta incapacidad de expandir mis bronquios, en la sensación aterciopelada de cuando se contraen.

Espero su respuesta.

 

 

 

 

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