Será Otra Cosa- Carta al Dr. Alonso

 

Especial para En Rojo

Dr. Alonso, Psiquiatra.

Hola, Doctor:

Supongo que le parecerá raro, o quizás no, recibir por correo tradicional y no por email, la carta de una completa desconocida. No sé cuál de las dos cosas le parezca más extraña. De todas formas, lo que quiero decir, es que por más conveniente que resulte la tecnología para la comunicación y la preservación del medio ambiente, yo no confío en el ciberespacio. Pero fíjese: al menos el papel y el sobre que he usado son ecológicos, o más bien reciclados, que no es lo mismo. En fin, ya se habrá percatado de que me refiero a que, para su carta, usé la otra cara del folio en que esta mañana practiqué unos trazos y garabateé algunas imágenes antes de decidirme a escribirle. Practico mi caligrafía porque todavía, después de tanto tiempo, algunas letras no me salen bien. Por ejemplo, a veces la ‘a’ parece una ‘u’, y la ‘s’ me queda muy rígida, más que una serpiente parece el rayo que lleva Ziggy Stardust (la andrógina alienígena estrella de rock personificada en los años setenta por David Bowie) pintado en la cara. El sobre lo hice yo, me gustan las manualidades, y el bolígrafo con que escribo, lleva la tinta de mis lágrimas. Bromeo, es tinta dizque normal, química. Bueno, el caso es que, recalco, no nos conocemos de nada, pero ante la situación de incomodidad en la que me encuentro, consideré saludable comunicarme por si pudiera darme usted algún consejo, el que sea, que me ayude a sobrellevar lo que me está pasando. Verá, soy una persona que bien pudiera usted decir que piensa tonterías, cosas sin importancia. Pero no me adelanto, ya me dirá, ahora cuando le cuente, si soy yo o no una de esas personas que pierden el tiempo pensando en pajaritos preñaos. Aunque, no se lo negaré, la verdad es que pienso a menudo en esos pájaros y me enternecen. La cosa es que me la paso dándole a la máquina del pensamiento sin conseguir apagarla nunca y, obviamente, eso tiene unas consecuencias que no siempre son las mejores, ¿sabe? Bueno, no sé ni por qué le pregunto; supongo que sabrá usted mejor que yo, porque lo único que sé bien, es que no soy la única en el mundo con estos padecimientos (en esto me considero del montón, como en casi todo lo demás) y que, cuando se harta de ellos, en el mejor de los casos, termina yendo a donde usted.

Aprovecho para decirle que yo no fui a verlo porque no tengo plan médico, y cuando intenté sacar cita, y su secretaria me dijo lo que cobraba por una consulta, desistí. En mi situación, ir sería cosa de locos; sería o pagarle a usted por media hora de monólogo o asegurar la mitad de la renta del cuarto en el que vivo. Entonces, aquí la carta. Le decía que por andar dale que dale a la cabeza a veces no duermo, no como o como poco, quizá algunas galletas de jengibre, mis favoritas, durante el día, o un vaso de leche de almendras por la noche a la hora de irme a la cama a mirar el techo. Antes bebía vodka con agua, pero lo he dejado porque me da acidez, y con ello aumentan mis pesares y pienso el triple de lo que comúnmente pienso en el tema de la muerte, que, por cierto, ya me tiene bastante aburrida. Es que ese asunto sí que ya viene resuelto desde nuestro nacimiento: cuando la muerte es, nosotros no somos y cuando nosotros somos, la muerte no es. ¿Estará usted de acuerdo en esto con Epicuro? ¿Será usted también un cerdo de la piara de Epicuro, doctor? Ojalá que sí, me caería mejor. Aunque a juzgar por lo que cobra, lo dudo; ya me parece usted más un cerdo capitalista que uno epicúreo. Pero a estas alturas tendré que hacer una concesión para poder contarle lo que me pasa sin sentir que se burlará de mí. Intentaré pensar en usted con simpatía. Claro que no con tanta como la que por ejemplo siento por Nemesio Canales, a quien sus enemigos, algunos próceres macharranes del país, le llamaban «la cerdita de Jayuya», más que porque reconocía y defendía los placeres sencillos de la vida, por ser un hombre sensible, o digamos de una masculinidad no tradicional, distinta de la masculinidad «tóxica» del patriarcado. La suya, le permitía derivar placer de las cosas en apariencia simples, disfrutar de las tardes de retreta, de los paseos por el campo, de las flores y las aves y hablar de ello sin vergüenza; le permitía abogar por los derechos de las mujeres y verlas como iguales. De ser usted así, sensible, moderno, capaz de valorar y hallar felicidad en las pequeñas grandes cosas, de seguro comprenderá fácilmente lo que me pasa y podrá darme el consejo que necesito para aceptar de una vez que los otros no me acepten como soy. Resulta que soy tan pequeña que aún casi ni andar puedo. De todas formas, me dicen, como animándome, que pa’ pichón mucho he volao’. Que me digan eso, casi siempre me da risa, pero a veces, me hace sentir mucho, muchísimo más pequeña y no en el sentido en que realmente lo soy.

Por eso, un día decidí comprar una libreta, también pequeña, y comenzar a contar la historia de mi pequeñez. Nací en un sueño en el que pasaba frente a la vitrina en la que por primera vez me vi pequeña. Después de un momento contemplando incrédula la imagen que reflejaban los cristales, decidí volver a emprender la marcha. Reparé en mi andar de hormiga, que no tenía nada que ver con la velocidad acelerada de mis pasos sino con mi obstinación por, a pesar de todo, seguir andando rumbo a ser la más pequeña. Entonces, no lo dudé: supe que era yo un ser imaginario, de esos que existen y viven mejor dentro de su propio pensamiento, y acepté mi condición sin lamentos. Desde entonces, casi involuntariamente, reduzco cada vez más mi ámbito y procuro comprobar una y otra vez que no me encuentro escondida en algún lugar fuera de él. ¿Se imagina, doctor, la angustia con la que vivo en este mundo de gente que sólo quiere ser grande?

¿Me responde, sí?

Yo, la más pequeña.

 

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