Topografía: Brazos (1939)

Gracias al celo bibliófilo y a la gentileza del escritor Ricardo Alegría Pons, ha llegado a mis manos el libro Brazos de Francisco Hernández Vargas (1914 – ¿1985?). (Lo tomo casi como una orden. Los asuntos de la cultura puertorriqueña son así, y cumplo con gusto.) El libro de poemas se imprimió en agosto de 1939 en los talleres tipográficos de la Imprenta Venezuela ubicada en la calle del Cristo No. 6 en el viejo San Juan. Los datos importan pues ayudan a imaginar con precisión los espacios del país así como las peregrinas casualidades de la historia.

Dos años antes, esos mismos talleres habían terminado de imprimir Cardo labriego de Francisco Matos Paoli, libro donde la imagen de miseria económica de la década era patente. 11 años después, en los juicios luego de la Insurrección de octubre de 1950, Hernández Vargas habría de ser abogado defensor de su tocayo Matos Paoli y de Pedro Albizu Campos. Azares de la historia y las imprentas.

La estética del libro es clara y se anuncia en la dedicatoria: “A esos héroes del mundo, / sencillos, anónimos y oscuros / que escriben el poema del trabajo / en estrofas de brazos y de músculos.” Ahí está la analogía que preside la visión de mundo y la sensibilidad de los textos. La acción del cuerpo en el trabajo equivale a la escritura artística. Los brazos y los músculos son estrofas mientras que el trabajo es el poema. El autor escribe desde la solidaridad con los obreros y con la conciencia de la necesidad de nombrar la realidad de la lucha de clases.

Desde el título, Brazos, se declara la condición subordinada del trabajador como fuerza al servicio de la clase propietaria al resaltar del cuerpo solo las extremidades superiores imprescindibles para la faena física. Parece decirnos que lo importante –para los patronos– son los brazos, no el cerebro ni el corazón ni el conjunto íntegro de la persona.

(Motivo digno de reflexión: he aquí un letrado que asume una perspectiva de simpatía por aquellos que no son sus colegas o compañeros de profesión ni de clase social. Ignoro su biografía. Tal vez el abogado fue de origen proletario. Pero no lo sé.)

El libro, consciente de su naturaleza de combate social, ideológico, la proclama en el primer poema que, a su vez, reitera el título del cuaderno: “A esos nobles [ . . .] brazos de todos los obreros del mundo, / dedico yo mi verso rojo y agitador, / sin freno o taparrabos para ocultarle el sexo; / mi verso proletario fecunda a pleno sol.”

Se trata de una visión de lucha proletaria y planetaria. Esa frase, “los obreros del mundo”, establece el terreno del espacio mayor donde ocurre el antagonismo de clases. Sin duda, su lenguaje recuerda el famoso himno de La Internacional (1871): “Derrotemos todas las trabas / que oprimen al proletario / cambiemos al mundo de base / hundiendo al imperio burgués.”

Por ser verso de combate con moral distinta quiere escandalizar y ofender la moral tradicional presentándose como “desvergonzado” y exhibicionista en su libertad sexual (“fecunda a pleno sol”). Ese gesto enlaza con las actitudes de la vanguardia literaria de los años anteriores.

En el poema, “Brazos quietos”, ya encontramos referencia directa al país: “ (En la huelga de los muelles de 1937)”. Se exalta el método de lucha y se le adjudica la capacidad de transformación social. Asimismo, se destacan algunas imágenes (la primera es de filiación vanguardista) en las que la quietud y el silencio a causa de la huelga ponen de relieve el poder de los trabajadores: “Los grandes barcos se agachan tras los muelles / semejando gigantes somnolientos.” “Porque ancláis vuestros brazos, / todo, todo está quieto” “Camarada, se moverá la vida / cuando pongas tu brazo en movimiento; / fíjate que es tu brazo / el que detiene el pulso de los tiempos.”

Para el autor, el poder obrero es capaz de instaurar un tiempo utópico de justicia y fraternidad. Leemos en “Dirás que no”: “Cuando los hombres y los pueblos / sepan decir que no, / se acabarán las cárceles de pobres, / se acabará la explotación, / habrá pan y justicia / [ . . .] la gran familia del planeta todo / tendrá más religión. / Dios abrirá sus ojos para el mundo / cuando aprendamos a decir que no.” Dadas las circunstancias actuales, la necesidad de potenciar y practicar la capacidad para ese no al sistema colonial capitalista todavía está vigente.

Pero no todo es utopía o esperanza en el porvenir. En “Pilatos y judas del obrero” el letrado poeta parece referirse al liderato sindical traidor. Le advierte al obrero: “Teme a los de la grave pose de intelectual, / a los de gesto fatuo de Redentor; / mira que saben más que tú, / mira que saben que tú no sabes / y ven en ti el terreno / para sus rascacielos de mundanidad. / Mira trabajador, / mi voz, que es tuya, / te anuncia esa traición; hay pilatos y hay judas, / ¡Descúbrelos! / ¡Conócelos! / ¡Expúlsalos!” La historia de la lucha obrera también tiene sus caídas. Fue precisamente –según ciertos estudiosos– la Federación Libre de Trabajadores, el instrumento de lucha de los trabajadores, el que traicionó a los obreros durante la huelga cañera de 1933 al 1934 con la firma del convenio y su imposición a los trabajadores. Fue precisamente por la desconfianza ante sus “líderes” que los obreros acudieron a Albizu Campos.

Finalmente, se imponen una observación y una aclaración.

En el libro no hay signos de la lucha nacionalista ni de la represión colonial, tampoco del reclamo por la soberanía nacional. Tal vacío sorprende pues la década es prolífera en tales “temas” (la Masacre de Ponce, las muertes del jefe de la Policía, Riggs, y las de Hiram Rosado y Elías Beauchamp etc.) Pero no es un defecto sino un rasgo de la cosmovisión del libro. Y, sin embargo, el autor, en el futuro, será abogado de Albizu Campos. Otra casualidad de la historia donde se manifiesta la ley del cambio.

Ya se ha dicho, estos son versos de combate. Su valor estético es dudoso, cuestionable. No obstante, poseen valor histórico y humano. Además, no se olvide el cuadro de extrema pobreza de la década del treinta y la agitadísima historia de lucha obrera durante la misma. Ante tal panorama, algunos letrados e intelectuales pusieron sus palabras al servicio de las mejores causas. Es evidente que Palés Matos, Clara Lair, Julia de Burgos, Matos Paoli, entre otros, ya habían establecido un nivel de exigencia artística. Anticipándose a esta aclaración, el letrado nos dice en “Mi credo”: “Yo soy un aristócrata, / por eso escribo versos, / no a poetas y críticos / y sí a los que se guardan / verdades en secreto, / a los que sólo saben /poemas del trabajo, / a los que hacen crítica / en el taller, que es templo.[ . . .] y si preciso fuera / rúbrica a lo que siento / cambiaría en plomo ágil / el molde de mis versos.” El licenciado, pues, se reafirma en su escritura de combate. Él está claro.

Sí. Los poemas sirven para la lucha obrera. Que escriba todo el que quiera escribir. Ya la historia dirá su palabra. Y las imprentas.

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