Es fascinante la obsesión terrícola con los viajes espaciales. Y terrorífica. (Si no, que lo digan los perros.) Y, compartida, desde luego, por algunos científicos como Stephen Hawking, tan célebre que hasta una figurita suya suele aparecer como artista invitado en los dibujos animados de Los Simpson.
Pero hay razones. En otra época fue la competencia entre la Unión Soviética y Estados Unidos por el dominio del espacio sideral. Ahora es el Apocalipsis. Según Hawking, el gran final deberá ocurrir en 2617. Ya antes, el popular científico había señalado como posibles causas la guerra nuclear, la inteligencia artificial y un virus modificado genéticamente. Recientemente ha añadido el exceso de población y la gran necesidad de energía. En otras palabras, como decía mi tío Juan, se va a acabar el pan de piquito.
Sin embargo, hay buenas noticias: la emigración. Ya no basta irse ni a Nueva York ni a Orlando, ahora (desde hace un año) el viaje ha de ser para Alfa Centauri, el sistema de estrellas más cercano al sol. Resulta que Hawking participa en el Proyecto Breakthrough Starshot, que en simpática colaboración, luego de la Guerra Fría, financian los millonarios Yuri Milner (ruso) y Mark Zuckerberg (norteamericano) y que cuenta con un presupuesto de 100 millones de dólares. (Ellos son blancos y se entienden.) Según Stephen H. en 20 años se debe organizar el viaje cósmico de la emigración humana. Sí. La tierra prometida queda algo lejos.
Según Hawking, hay que inventar unas naves del tamaño de un chip o circuito que viajen al 20% de la velocidad de la luz. La idea es reducir a 30 años un viaje que tomaría 30, 000. Estas navecitas viajarían a Alfa Centauri, recopilarían información y la enviarían a la tierra para planificar futuros viajes. ¿Qué contraste, no? Aquí en ¿nuestro? “PuertoRicotratadelevantarseperoselehacedifícil” nos conformamos con que llegue la simple agua del acueducto y la humilde luz de la Autoridad de Energía Eléctrica.
La “prehistoria” de todo esto empezó en Moscú, en 1957. (Por supuesto, los historiadores dirán un cuento diferente.) Recorrían la ciudad, libres y andariegas, entre otros, tres perras callejeras: Albina, Mukha y Laika.
Como se sabe, la URSS y EE UU estaban enfrascados en su competencia estelar. Había que enviar seres vivos allá arriba a como diera lugar. Los científicos rusos, encabezados por Serguéi Korolev, pensaron en los perros y en que los mejores candidatos debían de salir de aquellos que hubieran sobrevivido a las más adversas circunstancias. O sea, las calles de Moscú. (Muy darwiniano este sentido del realismo por parte de los rusos.)
De los diez perros recogidos por el ejército, las 3 hembras ya mencionadas fueron las finalistas. Albina estaba preñada, y las patas de Mukhu (según la BBC) tenía curvas poco fotogénicas. Así que fueron descartadas y se salvaron. Laika fue la escogida, aunque también intervino una cualidad importante, su docilidad. (Más le hubiera valido rebelarse. . .). Aunque ese no era su primer nombre, pues tuvo varios, (por ejemplo, “pequeña de pelo rizado) sí se convirtió en su signo de identidad. Laika o la que ladra o la ladradora en ruso, se ganó su nombre durante el entrenamiento por lo mucho que ladró. No era para menos. La preparación consistía en mantenerla en un espacio reducido, hacerla soportar mucho ruido y las aceleraciones y vibraciones de la cabina. Estuvo quietecita, desde el 1ero de octubre en que la pusieron en la pequeña nave hasta el 3 de noviembre cuando fue lanzado el cohete. Así, en 1957, Laika (la dócil ladradora) fue lanzada en el Sputnik II en un viaje histórico del que no regresaría con vida.
Las circunstancias de su muerte fueron terribles. La temperatura de la pequeña cápsula subió a tal punto que le causó un gran estrés, le aumentó el ritmo respiratorio y horas después la perra sufrió un fallo cardíaco.
La nave dio 2,370 vueltas y meses después, en abril de 1958, “regresó”. Pero Laika ya había muerto a la sexta hora de vuelo.
De este modo, los rusos “ganaron” esa parte de la historia. Fueron los primeros en poner en órbita –y vaya que lo hicieron– a un animal y también en 1961, a un ser humano, el cosmonauta, Yuri Gagarin. (También, en 1968, enviaron una tortuga que fue la primera en darle la vuelta a la Luna.) Pero Estados Unidos ripostó: en 1969 colocó al primer ser humano en nuestro satélite, Neil Armstrong. Muchos lo vimos por televisión.
Y ya es hora de empezar con las preguntas irritantes.
¿ No se estará llenando nuestro mundo de proyectos que son obstáculos para su mejoramiento con la proliferación de propuestas y ensayos de viajes interplanetarios?
¿Para qué sirve la ciencia si al intentar prender la luz nos llevamos una decepción, si no podemos bañarnos en nuestra casa cuando nos place?
Y deben seguir las preguntas. ¿Inventaremos naves fantásticas para emigrar a Alfa Centauri y llevarles el regalo de la actual lamentable cultura humana de desigualdad, clasismo, racismo, homofobia, machismo, xenofobia, patriarcado, injusticia, intolerancia, guerras, neocolonialismo, destrucción del medioambiente, crueldad contra los animales etc.?
Creo que podemos parafrasear la paradójica sentencia de Groucho Marx. El comediante norteamericano dijo algo así como “yo no formaría parte de un club donde aceptaran personas como yo”. ¿Qué estarán pensando de nosotros nuestros vecinos de Alfa Centauri? ¿Estarán ocupados ya levantando muros de defensa espacial ante la amenaza de los ambiciosos y peligrosos terrícolas?
Y seguimos con las interrogantes. ¿Por qué no organizar un viaje hacia aquí, ahora mismo, al planeta de la prosperidad para todos, con ciudades y campos hermosos donde haya un sistema de salud justo, con viviendas bellas y cómodas, educación liberadora y creadora, todo para todos y gratis donde las artes y las ciencias tomen en cuenta toda la complejidad de la realidad humana? ¿Será ese viaje más extravagante que la invención de una nave que vaya a un 20 % de la velocidad de la luz para llegar a Alfa Centauri? ¿Estaremos todavía a tiempo para exigirnos a nosotros mismos, con sensatez e inteligencia utópica, la invención de un mundo más justo y decente?
Volviendo a Marx (el de la G), podríamos decir como él, que no deberíamos ir a un planeta donde aceptaran especies como nosotros, claro está, a menos que ya seamos otro tipo de terrícolas, hijos de una profunda transformación material y espiritual ocurrida en nuestro planeta.
Pero quién sabe, quizá cuando hayamos realizado ese cambio, a lo mejor ya se nos ha ido la dichosa manía de los viajes espaciales. Si no, siempre estará el vuelo sacrificial de Laika, la dócil ladradora, como un poderoso motivo que hará pensar al ser humano en su propia humanidad al confrontarlo con su oscuridad. (Para no mencionar la tragedia de 1986 de la nave Challenger en la que murieron los siete cosmonautas.)
¿”Viaje ahora y pague después”?
Ladra, Laika. No pares de ladrar.
El autor es profesor de la UPR en Río Piedras.