Ucrania entre la OTAN y la Gran Rusia

 

CLARIDAD

Si le creyéramos a cualquiera de los bandos en la guerra de Ucrania, habría que concluir que en esta tercera década del siglo XXI el nazismo que personificó Adolf Hitler está más vivo que nunca. Desde el lado invasor, Vladimir Putin ha intentado justificar su acción diciendo que busca “desnazificar” a su vecino, mientras quienes denuncian la invasión rusa hacen todo lo posible por pintar a Putin como un nuevo Hitler. Es que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y más aún desde que se conoció en toda su magnitud la brutalidad del régimen nazi, no hay mejor manera de satanizar a un enemigo que vinculándolo con el nazismo. En el actual conflicto estamos viendo ese uso en las dos direcciones.

Creo que el único parecido que Putin tiene con el sátrapa alemán es el nacionalismo imperial que lo guía. Igual como Hitler soñaba con un Tercer Reich milenario, Putin aspira a una poderosa “Gran Rusia”. Formado como un soldado de la guerra fría, cuando la Unión Soviética era el “otro polo” del mundo bipolar, nunca estuvo dispuesto a aceptar el papel reducido que empezó a tener Rusia a partir de 1991. Desde que llegó al poder hace más de 20 años, su principal objetivo ha sido devolverle el protagonismo que la URSS tuvo por más de 40 años, comenzando por restaurar su dominio en el Este de Europa.

Desde los tiempos de la zarina Catalina II, mejor conocida como “la Grande”, el Este europeo ha sido el patio trasero de Rusia, de la misma manera en que, tras la llamada “doctrina Monroe”, el Caribe y Centroamérica lo es de Estados Unidos. La historia del siglo XX está llena de las acciones de ambos dirigidas a tratar de mantener a raya cualquier incursión “extraña” en su campo de influencia, recurriendo a intervenciones armadas cuando se presenta la amenaza, Tras el colapso de la URSS, el cordón de naciones que se ubican desde el Báltico hasta el Mar Negro se movió ideológicamente hacia el oeste, tratando de alejarse lo más posible del antiguo “patrón”. Desde que Putin llegó al poder ha tratado de revertir ese proceso con una mezcla de negociación y fuerza. Desde las guerras napoleónicas de principios del siglo XIX, ese cordón de naciones había operado como “buffer zone” de Rusia y el principal objetivo de Putin ha sido tratar de restituirlo.

Parecería lógico pensar que, habiéndose convertido Rusia, a partir de 1991, en un gran estado capitalista, no hubiese tenido dificultad para contemporizar con sus homólogos del oeste. De hecho, la oligarquía que controla su economía se ha entrelazado en relaciones de negocios con su contraparte en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de esta interrelación económica, el antagonismo ha sido la norma desde que Putin consolidó su poder en Rusia. Después de todo, no podemos olvidar que las dos grandes guerras del siglo XX se originaron entre estados capitalistas. En el caso de la Segunda, el único estado no capitalista, la URSS, entró al conflicto porque la invadieron. El hecho de que se comparta el régimen económico no es garantía de solidaridad, más bien lo contrario.

El comportamiento de Estados Unidos y sus aliados europeos a partir de 1991 ha estimulado ese antagonismo. Aunque su alianza militar, la OTAN, creada para un potencial enfrentamiento con la URSS, parecía un anacronismo una vez esta desapareció y el capitalismo se impuso en Rusia, ha sido mantenida y ampliada. En los años ’90, cuando se hablaba de una “nueva era”, se consideró su desmantelamiento, pero ese no ha sido el caso. Uno tras otro, países del antiguo “buffer zone” ruso han ido entrando a la alianza militar, y hasta estados que fueron parte de la URSS, como Estonia y Lituania, ahora están en la OTAN. Esta ampliación sólo se explica como un cerco defensivo frente a Rusia, que esta lógicamente interpreta como una amenaza. Ahora mismo hay misiles apuntando hacia el este desde Polonia y también proyectan colocarlos en Estonia.

La posible entrada de Ucrania a la OTAN fue la razón o la excusa que movió a Putin. Su histórica vinculación de esta a Rusia desde antes de Catalina II, la amplia frontera entre ambos y la gran población rusa que vive en su territorio la hacen muy particular. Sintiéndose amenazado, el líder ruso ha pretendido lanzar un golpe “preventivo”. Desde el otro lado se le acusa de no darle tiempo a la negociación, pero poco sabemos si, efectivamente, los otros negociadores estaban dispuestos a detener el avance de la alianza militar.

Por otro lado, no podemos ser tan ingenuos para pensar que, teniendo la posibilidad de ganar control de Ucrania con la invasión desatada, el objetivo de Putin se limite a una garantía de mantenerse fuera de la OTAN. Su compromiso con la “gran Rusia” lo incita a querer mucho más. En sus discursos previo a la operación militar puso énfasis en la unidad histórica entre Rusia y Ucrania, y hasta culpó a Lenin por darle estatus de república dentro de la URSS. La anexión de todo o parte del codiciado territorio ucraniano definitivamente está sobre el tapete.

El resultado de este último evento dependerá del desarrollo de la guerra y de la resistencia de que sean capaces los ucranianos. Si la invasión resulta avasalladora, la anexión es inevitable. Si la resistencia es grande, Rusia tendrá que buscar una salida negociada.

Durante su larga historia de relación con Rusia, Ucrania nunca ha dejado de aspirar y luchar por una completa independencia. Esa aspiración y el rechazo al eterno interventor, llevó a un sector de la población a darle la bienvenida a la invasión nazi en 1941 y a colaborar con ella. De ahí nacen las declaraciones de Putin de que es necesario “desnazificar” a Ucrania. Se refiere, además, a la existencia de un sector político de extrema derecha que participó en las protestas que en 2014 provocaron un cambio de gobierno. Entonces fue sacado del poder el grupo que la prensa estadounidense definía como “pro ruso”, siendo sustituido por otro muy cercano a Estados Unidos y la Unión Europea. (De ese gobierno formó parte Natalie Jaresko, a quien le dieron la ciudadanía ucraniana el mismo día que juró como ministra.) Esa extrema derecha, sin embargo, no es mayoritaria en Ucrania.

Como vemos, la situación en Ucrania es compleja y tiene muchas explicaciones. En el medio de los objetivos imperiales de uno u otro lado está una población que quiere una vida tranquila y que siempre ha aspirado a la plena independencia.  Aunque Rusia vuelva a dominar, esa aspiración no desaparecerá.

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