Una mirada a la Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de Puerto Rico: a 172 años de su fundación

 

Especial para En Rojo

La Sociedad Recolectora de Documentos Históricos de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico  se constituyó el 20 de marzo de 1851, en Madrid, por un grupo de estudiantes puertorriqueños. Esta es la fecha –el punto preciso en las líneas cronológicas del tiempo histórico– compartida por algunos de sus socios. No obstante, su trabajo investigativo y de colección inició años antes. Para lograr una imagen más clara al respecto, es necesario remitirnos a la figura de Román Baldorioty de Castro. En el 1849, este intelectual puertorriqueño ya se encontraba realizando anotaciones acerca de sus hallazgos en lo que a textos y documentos de Puerto Rico se refiere. Y conviene señalar que, si estaba Baldorioty de Castro, también se encontraba, como parte de este escenario, José Julián de Acosta y Calbo. Ambos se encontraban en la península desde el 1846. Eventualmente se les uniría Alejandro Tapia y Rivera en el año 1850. Estudiar a estos tres puertorriqueños es profundizar en los inicios de una historiografía puertorriqueña desde una perspectiva “regional” y de identidad.

¿Por qué una sociedad “recolectora”? En la primera mitad del siglo XIX la historia de Puerto Rico aún era desconocida. Los estudiantes puertorriqueños que viajaban a Europa a estudiar en el decenio de 1840 no contaban con alguna información “estructurada” acerca del pasado de su país. Alrededor del 1846, el mismo José Julián de Acosta expresaría en su “Diario de viaje”: <<yo me consagraría gustoso, muy gustoso, a esta investigación. Intentaría escribir la historia de mi patria, que no existe, probándole así mi amor y haciendo un servicio a mis conciudadanos>>. La investigación a la que se refiere Acosta es a la investigación en archivos, y su patria en este contexto es Puerto Rico. Baldorioty y Acosta compartían este interés por estudiar la historia de su territorio natal. La consciencia histórica era parte de su pensamiento. Ambos estuvieron en Europa desde el 1846 hasta el 1853 y aprovecharon ese tiempo para investigar, coleccionar y transcribir documentos a pesar de la cargada agenda académica que tenían como estudiantes de “Ciencias Físico Matemáticas”. Ellos lograron entrada a una red de intelectuales españoles y antillanos en la metrópolis. Uno de los espacios de reunión era la residencia del cubano Domingo del Monte –venezolano de nacimiento– quien contaba con su propia biblioteca y había iniciado con el trabajo de reunir documentos sobre Cuba. Entre estos documentos de Del Monte también se podían encontrar acerca de Puerto Rico, y el antillano no dudó en facilitarle esta documentación a los dos estudiantes puertorriqueños. Fue en esta biblioteca particular que se encontró la obra del 1788 de Agustín Íñigo Abbad y Lasierra, religioso español que escribió  Historia geográfica, civil y natural [política] de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico.

El trabajo acometido por este colectivo de estudiantes puertorriqueños fue muy significativo. Baldorioty, Acosta y Tapia no estaban solos en esta encomienda que ellos mismos se impusieron por el compromiso social e intelectual y la consciencia histórica que les caracterizaba. También fueron parte de este grupo Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis, entre otros. Estos intelectuales puertorriqueños iniciaron un trabajo de colección, traducción y transcripción en el mismo territorio del conquistador. La conquista era “omnipresente”, trascendió los territorios mismos e invadió la voz y la escritura de la historia que representaría a las nuevas sociedades coloniales. El trabajo que iniciaron los intelectuales –los denominados como “historiadores coloniales” por Christopher Schmidt-Nowara– de estas nuevas sociedades implicó interpretar y deconstruir desde la colección misma. A Román Baldorioty de Castro se le identifica o reconoce como <<el que mayor parte tuvo en la concepción del pensamiento y el que mayores servicios prestó en su ejecución>>, a decir de Acosta en el 1866, refiriéndose a la  Sociedad Recolectora. Baldorioty de Castro entrega un informe en julio de 1851, cuatro meses después de ser fundado el grupo formalmente, en el que da cuenta y razón de sus investigaciones.  A partir de esa fecha, Alejandro Tapia y Rivera sería el sucesor de Baldorioty, y es quien logra la entrada a la Biblioteca de la Academia de la Historia en Madrid. Tapia entraría a uno de los recintos “sagrados” de la conquista. Acosta y Baldorioty ya debían partir hacia otras regiones de Europa por compromisos académicos ineludibles.

A ello se dedicó la  Sociedad Recolectora,  a investigar y a reunir toda la documentación referente a Puerto Rico de los siglos XVI hasta principios del XIX. En esta literatura histórica primaban las voces de los representantes de la conquista y la colonización española, es decir, de los viajeros, funcionarios, militares y religiosos europeos. Luego de fundarse la Sociedad  a la que aludimos, por iniciativa de Baldorioty, la [“nueva”] historiografía puertorriqueña integraría las voces de los intelectuales decimonónicos que ya hemos mencionado en el desarrollo del presente texto. Iniciaría entonces el discurso histórico “regional” de una Generación historiográfica de puertorriqueños. La Biblioteca Histórica de Tapia (1854), Las “Notas” de Acosta (1866) –a la  Historia  de Abbad– son parte de este discurso histórico regional. Proponemos también que  La palma del cacique  (1852) de Tapia y  Los dos indios  (ca. 1855) de Betances deben estudiarse como parte de este contexto de una Generación historiográfica del 1850.

Con todo ello, conocer acerca de la Sociedad Recolectora es esencial para comprender el pensamiento y la escritura de esta generación de historiadores decimonónicos. Esta generación surge de la denominada “vanguardia universitaria” –fórmula conceptual utilizada por Francisco Moscoso–, fundadora de esta  Sociedad  en Madrid. Y es menester mencionar que esta Sociedad Recolectora  y la  Generación historiográfica  tuvieron como espacio “originario” de ideas al Seminario Conciliar de San Ildefonso. Por ello insistimos en que el Seminario Conciliar, situado en la ciudad murada de San Juan de Puerto Rico, debe permanecer accesible y público. Este edificio es un símbolo de nuestra identidad. Le pertenece a los puertorriqueños y a las puertorriqueñas.

 La autora es Doctoranda en Historia en la UPR-Río Piedras.

 

 

 

 

 

 

 

Artículo anteriorEl baseball y la ideología
Artículo siguienteLa compasión difícil