Una visita a los patriotas presos por los sucesos del 54

De izq. a derecha: Rafael Cancel Miranda, Andrés Figueroa Cordero, Lolita Lebrón e Irving Flores.

Nota: Esta fue la primera entrevista que se le hizo a los nacionalistas en prisión, antes de que cobrara auge la lucha por su excarcelación. En ocasión de un aniversario más del ataque al Congreso de Estados Unidos en 1954 la estamos publicando nuevamente.

 

EXCLUSIVO DE CLARIDAD

 Por Len Holt

Leavenworth, en Kansas, es un lugar escogido.

Localizado en una planicie donde los “Buffalo Bills” una vez masacraban búfalos e indios y donde los fuertes vientos de marzo (a temperaturas bajo cero) mecen los autos en la carretera, estos llanos casi desolados son ideales… para una prisión… si es que uno desea convertir hombres en vegetales.

La prisión federal se extiende en una diez cuerdas de terreno e incluye fabricas y talleres al igual que dormitorios. Su apariencia de mazmorra durante el día se transforma en la de una tumba iluminada durante la noche por virtud de filas de focos. He visto muchas prisiones, incluyendo Alcatraz, pero ninguna compara en sobrecogimiento y fealdad con Leavenworth.

Un guardia en una alta torre frente al edificio principal me detuvo hablándome por un altavoz.

“¿Quién es usted?”

“Un abogado de Puerto Rico”, dije mientras mi aliento se condensaba en el aire, “un ayudante del Lcdo. Juan Mari Brás”.

“¿A qué viene?”

“Vengo a ver los patriotas puertorriqueños que están aquí prisioneros”.

“¿Lleva armas?” El reflejo del sol delataba su rifle.

“No… “Me sorprendió la candidez de aquellos acostumbrados a oprimir otros seres. El guarda era sincero. esperaba que yo dijera voluntariamente si tenía o no un arma, y de hecho no la tenía. Me pregunté a mí mismo cómo me vería.

Después de subir 42 escalones, pasando tres grupos de puertas cerradas con electricidad, el alguacil me dirigió por un corredor de una cuadra de largo, cuyo techo se elevaba a la altura de tres pisos, hasta un salón de reuniones con un plafón igualmente alto. Este salón se usa para los servicios religiosos de los musulmanes negros y los judíos. Mientras probaba mi magnetófono (una precaución contra mi pobre español que todavía resiste los esfuerzos del  maestro de Isabela), me pregunté cómo lucirían estos tres hombres después de 13 años de cárcel y por cuánto tiempo sería yo capaz de soportar el frío que hacía en ese cuarto.

El primero en llegar fue “Rafaelito” (Sr. Rafael Cancel Miranda, de Mayagüez). Su estatura se destaca más con su andar derecho y su aire casi militar. Su negra caballera está ahora salpicada de gris. Entró sonriendo y nos dimos un cálido apretón de manos. La frialdad del cuarto se redujo.

Llegó luego el Sr. Irving Flores, de Aguada, que mide unos 5 pies y 6 pulgadas y quien tiene una suave mirada que parece tragarse el panorama de un golpe.  Después que nos hubo saludado noté que volvió la cara y se limpio algo en el ojo. (Más tarde supe que era yo su primera y única vista en estos trece años: su familia nunca ha tenido dinero para viajar hasta Kansas.)

El último en llegar fue Andrés Figueroa Cordero, de Guayama. Bajito, tofe, un macho que cree y practica la idea de que la lucha de independencia no terminó cuando cerraron las puertas de la cárcel. Se negó a aceptar el racismo de la prisión federal de Atlanta, Georgia, y tuvieron que trasladarlo a Leavenworth. Se frustró de esta forma una decisión previa de mantener estos tres hombres separados.

Nos entrevistamos mutuamente durante cuatro horas —olvidándonos de las comidas para no perder tiempo. Les interrogué extensamente sobre el arresto y juicio en Washington, D.C., en 1954. Ellos querían saber, por su parte, sobre la lucha de independencia en la Isla. Al principio sus recuerdos eran vagos, se hacía difícil reconstruir los detalles ocurridos hace trece años, pero gradualmente las cosas volvieron a su lugar y comenzaron a producirse los detalles hasta en lo más mínimo.

Era muy poco lo que podía yo decirles sobre la lucha de Independencia que ellos no supieran ya, pero mis respuestas mejoraron a medida que me iban ellos preguntando sobre personas en específico o comunidades particulares.

“¿Y toda esa tierra que le están regalando a la Phillips Petroleum? ¿La resistencia al Servicio Militar ha calado en los obreros o sigue mayormente entre los muchachos de la Universidad? ¿Qué planes tiene el MPI(Movimiento Pro Independencia) para organizar el pueblo contra el plebiscito? ¿Cómo Stokely Carmichael pronuncia su nombre? Hemos oído que Juan(Mari Brás) estuvo enfermo. ¿La Sra. (Lolita) Lebrón, está bien? ¿Se beneficiará ella con este caso? Oscar Collazo envía sus saludos.”

Ya nos comunicábamos. La frialdad de aquel salón se había olvidado por completo. Horas y horas se apretaron en conversación y preguntas: el tiempo era precioso. Cuando la entrevista se concentraba en una persona, los dos incluidos devoraban los paquetes de CLARIDAD que les llevaba y que servían para refrescarles la memoria.

Finalmente, toda pregunta que se nos pudo ocurrir con relación al caso había sido formulada. Fue entonces, cuando pregunté si tenían algún mensaje para el pueblo de Puerto Rico…, que el tono de la charla se hizo casi murmullo, como si participáramos en un rito sagrado:

“Hermanos…”

“Han transcurrido trece años,” dije, “¿cómo ven ustedes ahora la demostración en el Congreso en 1954?”

“Nos sacamos un premio”, fue la contestación. “Deseábamos forzar la atención pública hacia nuestro status colonial. Deseábamos refutar a aquellos que se dedican a vender la idea de que Puerto Rico ama el ser colonia… y que los puertorriqueños son niños dóciles que no pueden vivir sin la explotación de Estados Unidos.

“Nuestros propósitos se cumplieron. Creíamos que íbamos a morir en el proceso de demostrarlo, pero aún estamos vivos. Ese fue nuestro premio. No somos suicidas, aún cuando  en aquella ocasión nos arriesgamos a morir.”

Cualquiera que hubiera presenciado estas sesiones habría concluido que Estados Unidos no ha logrado aún su propósito de encarcelar estos hombres a pesar de las murallas, los rifles, los cerrojos eléctricos, los uniformes grises y los números.

Es que un espíritu libre no puede ser encerrado con mentiras, ni con cárceles, ni con plebiscitos, ni con planes para hacer de los “entandars” norteamericanos la medida de un buen puertorriqueño.

El autor es abogado de derechos civiles y activista.

Publicado en Claridad el 12 de marzo de 1967. – Año VII, Núm. 137

 

 

 

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