“Y si vuelve nacer yo la vuelvo a matar”

Los maté, sí señor

Y si vuelven a nacer

Yo los vuelvo a matar…

Voy a seguir sus pasos, voy a buscarla hasta el más allá.

El preso número 9.

Qué inmenso, qué inmenso, ser el dueño de la finca y la mujer.

El Jaragual

Pero como ella al fin era mujer

solo supo responder con la traición…

Vale más cualquier amigo

sea un borracho, sea un perdido

que la más linda mujer.

Entre copas y amigos

Las citas que anteceden provienen de canciones famosas, que la gente tarareaba en la calle, pero no las escribió el rapero (o trapero) Bad Bunny. Son composiciones antiquísimas que fueron muy populares en su época. El preso número 9, del mexicano Roberto Cantoral, fue grabado hasta por la estadounidense Joan Báez. El Jaragual, de don Felo, adquirió fama en la voz de Ismael Rivera y, más tarde, con Lucecita Benítez, entre muchos otros. Copas y amigos estuvo en las velloneras de todos los cafetines de Puerto Rico en la voz de Felipe Rodríguez.

Desde la aparición de esas canciones ha trascurrido, cuando menos, tres cuartos de siglo. Don Felo (Felipe Rosario Goyco, quien también compuso la exquisita Estando Contigo, más conocida como Madrigal) nació en 1890 y murió en 1954. Las otras canciones citadas, aunque de menor edad que El Jaragual, también son antiguas. En todas ellas encontramos, como enfoque central, una visión altamente peyorativa de la mujer y, peor aún, la justificación del abuso y la violencia desatados contra ella. Más que compañera es presentada como un mero objeto, desleal por naturaleza, frente a la cual debemos estar siempre en guardia.

¿Y que encontramos en la música popular de ahora, casi un siglo después? Para no enlodarnos mucho las manos citemos sólo una estrofa del rapero de moda llamado Bad Bunny:

Ponte de rodilla

y no es pa que rece

y dile a tu novio que evite

si no quiere que el AK lo enderece.

Utilizando como muestra esas líneas es fácil concluir que las canciones de ahora son, en extremo, más vulgares y agresivas. (¡Y cité una de las menos explícitas!) Pero en el fondo se trata de lo mismo, de la mujer como objeto y de la glorificación de la violencia. Estos dos temas estuvieron muy presentes en la música popular latinoamericana hace casi un siglo y lo están con igual o más fuerza ahora.

La música popular es tal vez el medio de expresión artística que con más nitidez expresa lo que bulle en el grupo social que la produce. Tal vez porque es de más fácil elaboración, las composiciones nacen casi diariamente expresando lo que la gente siente o lo que sucede en el barrio. Los temas de nuestra plena y nuestra salsa, o de la ranchera mexicana, el vallenato colombiano o la samba brasileña nacen, como nació el tango argentino, del arrabal, de la barriada o, en leguaje puertorriqueño, del caserío o de la urbanización.

Esa realidad –que la música popular sea expresión de las vivencias y los sentimientos que se manifiestan en nuestras comunidades– nadie la puede cambiar. Así es, así ha sido y seguirá siendo. Lo que sí podemos cambiar o, al menos, tratar de cambiar, son las vivencias y sentimientos que luego se traducen en expresiones musicales. Está muy bien que los jóvenes de nuestros barrios trasplanten sus experiencias hacia creaciones artísticas de cualquier tipo. Lo que la sociedad debiera aspirar es que esas vivencias superen prejuicios y visiones ancestrales donde casi siempre la mujer lleva la peor parte. Al comparar expresiones de música popular del pasado con las que se producen en la actualidad, como hemos visto antes, encontramos que el cambio ha sido mínimo o, peor, que hemos caminado hacia atrás. Antes Felipe Rodríguez, en una melodía contagiosa, nos decía que la mujer, por mandato genético, traicionaba, mientras Roberto Cantoral convertía en símbolo al marido que mataba a la “traidora”. Ahora los exponentes del rap y el trap hacen lo mismo, solo que con menos lirismo y más vulgaridad. Es la misma historia, sólo cambia la gráfica y el ritmo.

Seguimos nadando en las mismas aguas turbias y, al menos en cuanto al tema que aquí comentamos, debemos reconocer que persiste una evidente inmovilidad social. Sobre esto se ha escrito bastante, pero no suficiente. En el centro de todos los análisis está el fracaso evidente de nuestro sistema educativo, particularmente aquel dirigido a los jóvenes de las comunidades económicamente marginadas.

Recientemente, en una entrevista en el diario El Nuevo Día, la profesora y experta criminóloga Dora Nevares señalaba que aun cuando la Constitución plantea como objetivo central el desarrollo integral del ser humano, la escuela no ha logrado eso. Añadía: “Es violencia política. El Censo de Comunidad 2007-2011, que es el más reciente, dice que el 17% de los jóvenes, entre 18 y 24 años, no completaron escuela superior. Y el Censo del 2000, dos de cada cinco, de 15 años o más, tampoco está subiendo. Una población casi analfabeta.”

Ese analfabetismo funcional que señala Dora Nevares, producto de un sistema educativo que todos los años malgasta miles de millones de dólares, es una de las causas del problema que antes señalamos. Hay otras. Pero, independientemente de las explicaciones, lo cierto es que, a juzgar por la letra de las canciones de ayer y de hoy, seguimos chapoteando en el mismo charco y la mujer sigue llevando la peor parte.

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