Ya nadie pasa con ficha

Dicen que la hija retardada de mi abuelo materno, Loyda Erba, no tuvo amor y que pasó por la vida como una candela o con ficha, como lo dirían otros menos generosos. Mi hermano Javier, con la misma fama de Loyda, no pudo pasar con ficha. Su sicóloga clínica, en el Instituto Cumbre de Hato Rey, tenía la firme determinación de obligarlo a vivir como todo el mundo, aunque no quisiera hacer bien sus asignaciones, ni recoger ratones con trampas si la cocina se llenaba de sabandijas, ni mucho menos arreglar una gaveta si se le zafaban los tornillos.

Recuerdo que la sicóloga me buscó en la Facultad de Humanidades, para advertirme que había notado un cambio en el estado de ánimo de mi hermano especial. Ella no podía darme una explicación razonable para ese cambio.

-Debe ser que conoció el amor y no te lo quiere decir- le sugerí.

¿Crees que haya conocido ese sentimiento?- me preguntó. -¿Lo crees capaz de vivir esa zozobra?-

-Alguna mujer no le debe faltar- le expliqué. -No te lo va a decir porque cree que estás enamorada de él, cosa que a mí tampoco me extrañaría.

Aunque la sicóloga de mi hermano seguramente estaba enamorada, mi familia me pidió que me casara con ella, aunque tuvieron el buen sentido de vacunarme antes de conocerla y llevarla al altar. Así que en mi relación matrimonial con ella no hubo hijos.

Cuatro años después de divorciarme, la mujer empezaba a convertirse en una carga más pesada que mi hermano, que seguía, como siempre, comiendo jobos y negándose a hacer sus asignaciones.

Al parecer, había descubierto lo que yo ya le había advertido, que tenía a su mujer y no se lo quería decir. A su sicóloga la veía más bien como una posible corteja que no se le daba porque había estado casada conmigo. Viva la sicología.

El caso es que la mujer de mi hermano nunca tuvo la bondad de aclararnos cuáles eran sus intenciones con nosotros ni de aparecer en mi casa, y la que estuvo casada conmigo encontró un regalito en el dispensario de Río Piedras. Efectivamente, como la sicóloga lo quería, tuvo a bien dar a luz el retoño que la fugada compañera del personaje nos dejó. Como la firme voluntad de mi amiga era obligarlo a vivir como todos, trabajó 20 años de bagger en un supermercado para pagarle la pensión alimenticia y me parece que ahora se puede explicar el mal humor que es su marca de fábrica, de habitual alegre o simpático que era antes de ser como los demás.

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