Palés visto por Muñoz

Hice entonces un nuevo descubrimiento sobre mi país: lo que era la vida literaria en un tranquilo y pequeño pueblo donde además de sus otros habitantes, vivían varios poetas, artistas y gente interesante.  Guayama – donde fui a parar por unos días y me quedé unas cuantas semanas – era el pueblo de Luis Palés Matos, uno de los verdaderos grandes poetas de Puerto Rico.  Acababa de publicar su primer libro, Azaleas.  Se ganaba la vida pasándose la semana en un rancho de escuela de la serranía donde enseñaba por algo así como cuarenta pesos al mes.  Los sábados bajaba por los caminos de herradura; uno de ellos era el viejo camino real por donde Muñoz Rivera transitó en una ocasión hacia la cárcel de Guayama por delitos políticos consistentes en hablar y escribir contra la autoridad aunque fuera en verso.

Se celebraban las tertulias en el Café París, frente a la plaza.  Allí se encontraban de seguro, y en varias sesiones al día, Manuel Martínez Dávila, abogado y poeta; Tomás Carrión Maduro, periodista de los tiempos de la lucha autonomista; Luis Felipe Dessús, músico y poeta que recientemente  había publicado su libro en verso y prosa Flores y balas y que a veces tocaba el violín en los bailes que se daban en la otra esquina de la plaza, particularmente en aquel tiempo de Navidades; el doctor Alejandro Buitrago, presidente del Partido socialista de Guayama que, con el doctor Bonelli, representaba la ciencia y la revolución en aquel microcosmos tropical de lo que para mí era una Atenas.  Pepín Capó, próspero y artístico, era el mecenas, el que festejaba y ayudaba a cuanto bohemio desembocaba por la carretera de Cayey en aquel litoral.  El pueblo también tenía su impresor. Nicodemi, en cuyo taller, creo, se publicó la revista Pancho Ibero que tuvo breve vida y larga fama en Puerto Rico.  Conocí también a un poeta colombiano, tan bueno que se moría de hambre.  Trashumaba por la isla escribiéndoles sonetos a los alcaldes y potentados del café y de la caña, y estaba en una de sus visitas a Guayama.

Para mí Guayama era la realización de un encantamiento en el mundo de las letras; de vidas desinteresadas atrapadas en las ruedas mohosas de una máquina económica que rechinaba de injusticias y miserias.  Tanto era así que tenía ante mis ojos sin verla, día a día la confrontación de la miseria y el capitalismo, personificado el uno en Carrión Maduro, traído de Ponce por la Central para discursear contra una huelga agrícola; y la otra, en el doctor Buitrago, que a veces tenía que abandonar precipitadamente la tertulia del Café París  para atender a obreros heridos de bala y macana  policíaca en encuentros de cañaveral.

Creo que los adolescentes imaginativos viven a veces en un mundo y a veces en otros.  Poco a poco los van relacionando entre sí, acomodándolos a ser uno solo, hasta integrar la visión de aquel en que van a residir siempre con algún grado de fantasía que, en su aspecto imaginativo, tiene más realidad que un mundo visto a ras de suelo y a secas.  Percibía yo el mundo de los conflictos sociales sin analizarlo.  Era como el del comercio, visto en imagen de pulpería, un mundo del que había que escaparse.  Y Guayama en aquel momento de mi vida fue ese boquete de escape, pero además, a mi edad de entonces, me sirvió como brecha de exploración.  A los 19 años uno se escapa de unos mundos en busca de otros.  ¿De qué mundo me estaba escapando  yo?  ¿Del de la política?  Apenas la conocía, y menos aún la reconocía.  Nunca estuve en peligro de que el del comercio me atrapara – y años después, ya en medio del camino de mi vida, demostré mucho más éxito en bregar con la economía de mi país que con la mía  propia.  Posiblemente lo que  hacía  era escaparme de esos dos mundos – y, finalmente, sólo logré escaparme del de la pugna económica personal.  El de la política capturó totalmente mi imaginación cuando lo asocié con la justicia y la creatividad, que son, después de todo, funciones de la poesía  – de la poesía que no se escribe porque gasta toda su energía  en vivirse.

Pero para Palés su cueva natal no era un simbolismo como lo era para mí; para él era la prosa de la que se escapaba hacia brumas de Escandinavia, canéforas rubenianas  y estampas trágicas de Jerusalén.  Más tarde, en su obra, recorrería  unas Antillas que no eran ni Guayama, ni Puerto Rico, ni las Antillas, pero que lo eran.  El mundo del dinero nunca le tentó por muchas banderillas de hambre que le puso; el de la política no estaba hecho para él: Palés no tenía el impulso de abrirse brecha por la densa prosa de la política hasta encontrar las salidas que tiene  hacia la justicia, la creatividad, el arribo a esas otras zonas de la acción poética que yo he tenido la ventura de encontrar.

Pedía, en cambio, en un famoso poema:

¡Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo

Donde mi pobre gente se morirá de nada!

Sobre estas almas simples desata algún canalla

Algún ladrón que asalte ese banco en la noche,

Algún Don Juajn que viole esa doncella casta,

Algún tahúr de oficio, que se meta en el pueblo,

Y revuelva  estas gentes honorables y mansas

Pueblo

Saqué a Palés de Guayama y lo llevé a Ponce, metrópolis donde había un periódico diario y escritores hasta de pantalón corto como Bolívar  Pagán y Erasto Arjona Siaca.  Allí pasamos semanas.  Carrión Maduro era de Ponce  y había regresado de su deplorable misión rompehuelga en Guayama.  Los hermanos Matos Bernier, Félix y Rafael, el que después fue el Juez Gadea Picó, Gillermo Cintrón, director de El Día, cuya redacción era centro de tertulias; Juan Braschi, Antonio Mirabal, Antonio de Jesús Matos, Bolívar Pagán y Erasto Arjona sostenían en el periódico una polémica sobre Vargas Vila, ensayista y novelista colombiano muy leído entonces en América y España, una especie de nietzchiano que escribía con minúsculas y se hacía el terrible.  Bolívar  Pagán lo defendía,  Erasto lo atacaba.  Vargas Vila le escribió desde Barcelona a Bolívar  diciéndole que los «hombres libres se daban la mano por encima de los mares y de las espaldas encorvadas de los esclavos».  Esto causó gran sensación en Ponce.  El grande hombre le escribía al muchacho de Ponce ¡y con qué lenguaje épico!

Los escritores escribían gratis, salvo los que tenían  algún empleo mal pagado en periódicos y revistas.  En la maquinilla del Hotel Meliá en Ponce escribí una serie de artículos para El Día incitando a los escritores y poetas a que boicotearan la prensa hasta que ésta se aviniera a pagar por sus escritos como en todo país civilizado.  Era un mensaje iluso del mundo literario de un país pequeño y pobre a otro mundo de realidades ajenas y extrañas.  Los que estaban dispuestos a pagar con tal de verse publicados, romperían semejante  huelga más allá de toda esperanza, y los que estaban dispuestos a no leer eran muchos más.

Seguí mi ruta hacia San Juan y hacia Nueva York, devolviendo a Palés a Guayama y llevándome a otro poeta, Antonio Mirabal, por unos días para que conociera otros sitios de Puerto Rico.  A Palés lo había invitado a formar parte de la redacción de la revista que se iba a publicar en Nueva York.  Llegué  hasta a comprarle el pasaje.  Pero se iba a casar y siguió escapándose, sin necesidad de pasaje, desde Guayama hacia fuera, en vez de desde Nueva York.  Su ruta de escape se dirigiría después hacia Haití, el Caribe, África y, finalmente, hacia los ricos parajes de su propio ser íntimo.

Luis Muñoz Marín

Memorias  1898-1940

Fundación Luis Muñoz Marín,Segunda Edición, 2003, 1.52-58

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