A propósito de ¡Viva la juventud rebelde!, una nueva mirada al año crucial de 1936

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Hace unos meses, Rafael Rodríguez Cruz leyó una conferencia, en Aguas Buenas, sobre algunos temas ampliados en este libro que lleva la juventud en el título. En ocasiones dejaba de leer para pensar en voz alta cómo, a veces, en el estudio de la historia, conviene superar las visiones lineales del tiempo. Esa revisión de la línea cronológica esquemática y unidireccional, está en el punto de vista del autor de esta obra sobre un momento de resistencia multifrontal a la tiranía de Estados Unidos en Puerto Rico.

¿Cómo describir los tiempos en la región del Caribe, donde ocurren las primeras manifestaciones del capitalismo extractivista a partir de los asentamientos de los colonizadores ibéricos? Las respuestas han sido y siguen siendo mapas para entender el sentido y conjeturar el futuro del archipiélago boricua y de la región entera, desde las islas hasta los países de tierra firme. Fue una región diseñada, por el poder capitalista incipiente, para la explotación de la tierra y la gente y la transformación de las formas de vida de los pueblos indígenas, blancos pobres, africanos, oceánicos e hindúes esclavizados o sometidos a la servidumbre. Ha sido y sigue siendo una región de invasiones, agresiones y ocupaciones, del comercio de bienes y de fuerza de trabajo, de migraciones que han generado cambios en otras geografías. El tiempo que heredamos y vivimos es de rupturas y transformaciones.

Se han pensado los tiempos del Caribe, esos tiempos arremolinados, huracanados, fragmentados, pero replicantes. ¿Cómo hacerlo, desde países que han seguido rutas marcadas por imperios diversos, determinados por las migraciones, justamente porque sus controladores los pensaron solo como fuentes para la extracción de riquezas? Recordemos la exaltación profética de Juan Antonio Corretjer y su manera de retomar la propuesta de una confederación antillana. Ese tiempo caótico y a la vez reproductivo lo han escrito ensayistas, novelistas y poetas de muchas formas: como el caos y las partículas fractales en Benítez Rojo; en la obra de poetas como Julia de Burgos y Derek Walcott; en los ensayos de Edouard Glissant. Si tuviera que escoger una metáfora sencilla para expresar el deseo de recuperar tiempos fragmentados y replicantes no se me ocurre otra mejor que el jarrón roto de la cita de Walcott: “Se rompe un jarrón y el amor que reúne los fragmentos es más fuerte que el amor a su forma cuando estaba intacto.”

El tiempo fragmentado y remendado se me parece a los destrozos que ha estudiado y recuperado Rafael en un hermoso libro sobre el huracán y el tiempo. Porque Rafael Rodríguez Cruz es un pensador político y estudioso de la naturaleza, que ha publicado ensayos sobre esos temas que se transforman en este libro.

Los años treinta del siglo veinte fueron un tiempo de convergencias en las luchas antiimperialistas, de interpretaciones nacionales y con frecuencia hispanistas, si no hispanófilas, en el Caribe y América del Centro y Sur. Rafael ha estudiado sus variaciones puertorriqueñas y ha derrotado no pocas interpretaciones. En sus libros sobre la participación del Partido Nacionalista en las elecciones de 1932, ha despejado el campo de las acusaciones de locura y desenfreno atribuidas a un líder que, según sus detractores, acudió a las elecciones por soberbia y desembocó en la lucha armada por frustración. Ha puesto en evidencia no solo la capacidad de una organización militante para organizarse y alcanzar la meta de su inscripción contra obstáculos constantes. La capacidad del Partido Nacionalista y su dirigente en todo caso se consolidan en juicios realistas sobre la intención de los poderes estadounidenses y el papel de Puerto Rico en los planes de explotación de la región.

En aquel tiempo, ocurrían variaciones de la estrategia imperial en Centroamérica y el Caribe, entre ellas una serie de medidas reformistas para aliviar los efectos de la Gran Depresión. “El plan de rehabilitación yanqui es solo una continuación del sistema de desplazamiento implantado por el régimen al establecerse en Puerto Rico,” advertía Pedro Albizu Campos en julio de 1934.

En ese medio se produce una confluencia de protestas obreras y políticas que de algún modo fueron acercando las piezas del jarrón roto desde 1898. Se hace evidente que la ocupación de Puerto Rico ha sido siempre una ocupación militar justamente cuando es presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, un hombre que adoptó estrategias para que no se hiciera pedazos el mosaico de su propia nación. Según Albizu, se replicaba aquí (y la universidad pública tuvo su parte) un plan de asistencia caritativa, no para afirmar que el deber del país intervencionista era reconocer la ilegalidad de la colonia, sino para acentuar la dependencia y acallar conciencias.

El pueblo se muere de necesidad. Entonces, a partir de 1934, con la represión desatada por el jefe de la Policía Francis Riggs y el gobernador Blanton Winship se declara la guerra a toda disidencia y se militariza la policía de Puerto Rico a niveles que parecen la preparación o el ensayo para otras guerras y simulaciones continuas y futuras, tras la consigna del panamericanismo y el puentismo.

El eje del libro Viva la juventud rebelde es un tiempo de condensación de fuerzas de resistencia que se extendió desde la masacre de Río Piedras, en octubre de 1935, la muerte de Riggs y el linchamiento de Beauchamp y Rosado en febrero de 1936, hasta el encarcelamiento de los dirigentes nacionalistas, con uno de sus puntos culminantes en un movimiento de pueblo que rebasaba las filas del Partido Nacionalista. Es un momento que en nuestra cronología no lineal podría llamarse de encrucijada o convergencia. Esos momentos que se fragmentan y entierran para que no se perciban hasta que un investigador los reanima, como se ha propuesto el autor en sus libros breves, accesibles y documentados.

Para juntar los fragmentos, el autor emplea la técnica narrativa del montaje, como en el cine, o en el teatro épico, sin rearmar una cronología estricta o una voz narrativa dominante. El libro comienza en uno de los momentos climáticos de la línea del tiempo, con una acción sencilla de un simbolismo enorme: el izamiento de la proscrita bandera puertorriqueña en la Escuela Superior Central el 29 de abril de 1936 y las acciones resistentes de los estudiantes durante el siguiente mes de mayo. Aislada de la cadena de acontecimientos que las preceden y les siguen, estas semanas de lucha pueden compararse con un close-up.

Las manifestaciones de los estudiantes de la Escuela Superior Central, así como de numerosas escuelas en San Juan y otros municipios, descritas de cerca y exclusivamente desde el punto de vista de los periodistas, hilan un relato en sí. No creo que se haya recuperado antes aquel momento extraordinario de manera minuciosa, sorprendente. La voz que narra la primera sección es casi exclusivamente la de los periodistas, a quienes el autor considera “ejemplos de un apego fiel a la profesionalidad periodística, que profesaban un amor genuino a Puerto Rico y su gente humilde.” Se diría que ese periodismo para el récord, narrativo, casi literario en algunos casos, ya no se cultiva, con excepciones.

Ese primer capítulo, un montaje de copia y pega con pocas intervenciones del autor, comunica sin mediaciones el clima represivo de la colonia y el margen de denuncia militante contra la presencia del régimen imperial. A la acción prohibida de izar la bandera se unen jóvenes de las barriadas santurcinas, que no eran militantes del Partido Nacionalista ni de partido alguno. La recuperación de este relato no cabe en la construcción lineal del tiempo. Por el contrario, es una revelación, como si se abriera un sobre abultado y condenado al destrozo y se desplegara su contenido. Las voces se multiplican, los conflictos entre los manifestantes y las fuerzas militares se reaniman. Veo una resonancia, oculta, pero real, entre la lucha de los estudiantes de casi todo el país en torno al derecho de honrar un símbolo y la última gran huelga estudiantil de este siglo 21, la de las y los jóvenes que confrontaron a la Junta de Control Fiscal, cuando el movimiento estudiantil demostró tener un alcance, una vocación democrática y una tecnología superiores a las estructuras burocráticas universitarias. Ayer, como hoy, el militarismo del régimen se reveló abiertamente. En las manifestaciones de 1936, impresiona, además, el conocimiento que tenían los estudiantes dirigentes de otras luchas estudiantiles en América Latina y el Caribe.

El segundo gran escenario del libro es una crónica conmovedora del desbordamiento del Río Grande de Loíza el 21 de mayo de 1936, casi como si hubiera sido parte de la agitada atmósfera política. La analogía con el escenario del huracán San Ciriaco, ocurrido en 1899, es tentadora. Como entonces, los movimientos de la naturaleza han desmontado nuestras islas de las capas boscosas, de la maleza, del abandono que a veces la protege, para revelar la profunda pobreza de miles de sus habitantes. En aquel año de 1936, despojados de sus tierras para ampliar latifundios, los pobres del campo, los que no habían emigrado a los arrabales urbanos, levantaban sus casitas hechas de basuras útiles en zonas que pertenecían a las aguas elementales de los ríos. De paso, de vuelta a su voz de autor, Rafael dedica buena parte del fragmento a informar sobre la extensión del río y la potencia de sus aguas en este capítulo, escrito como contrapunto al entrañable poema de Julia de Burgos, publicado por primera vez en 1938, en el libro Poema en veinte surcos, es decir, en la zona de irradiación de aquel tiempo de rebeldías y persecuciones.

Las réplicas de aquellos desbordamientos de la voluntad de ser se dejarían sentir hasta el presente, con la absoluta oposición entre la supervivencia de un pueblo y el colonialismo maquillado de derechos tan frágiles, que bastó la firma de un presidente para dejar al país sin gobierno propio y condenarlo al vaciamiento y a la ruina, a la sustitución de una política económica autónoma por los veredictos de un puñado de agentes del capital.

Quizás el punto más irradiante, como de copa desbordada, porque excedió los límites de la militancia del mismo Partido Nacionalista, se condensa en el título y en el orden del libro, que rompe cronologías, puesto que la parte final fue anterior al izamiento de la proscrita bandera puertorriqueña durante dos semanas en mayo, en la escuela Superior Central y en escuelas de otros pueblos. Se trata de una convocatoria y una asamblea estudiantil. Como punto culminante del relato de este libro, el investigador ofrece una documentada relación de la movilización estudiantil en la última de las secciones, aunque en estricto orden cronológico debió ser la primera. A fin de cuentas, la historia no tiene tiempos cerrados e incomunicados. El misterio de las fuerzas desatadas, para que durante semanas ondeara sola la bandera prohibida se descorre en las voces y propuestas de los jóvenes. Con el informe documental sobre esa asamblea abierta, celebrada el 23 de marzo de 1936 en el Teatro Municipal de San Juan, a la cual acudieron más de 200 estudiantes de diversos pueblos de la isla, los estudiantes reconocieron la valiente posición de Albizu, y se adoptaron varias resoluciones. Entre ellas se destacan la firme oposición a participar en todo conflicto bélico de carácter imperialista; una denuncia del comportamiento del Comisionado de Educación; la petición de que el español fuera el vehículo de enseñanza en las escuelas; un voto de censura a Winship y una proclama de fidelidad a la bandera puertorriqueña. Con este impresionante relato de la voluntad democrática y la seriedad de jóvenes en adolescencia concluye un libro que es comparable al montaje de un documental y que presagia otras investigaciones sobre el pasado por venir.

Para puntualizar: la muerte del jefe militar Riggs tuvo repercusiones en Washington. Por otra parte, y en menos de una década, el Partido Nacionalista había establecido redes de solidaridad en América del Sur y Estados Unidos, representadas estas últimas por una figura como el congresista Vito Marcantonio, que mereció un libro de Félix Ojeda, así como el ensayo de Gerald Meyer publicado en la revista Signos. Por primera vez el proyecto Tydings, de abril de 1936, retirado luego, reconocía la posibilidad de una independencia controlada. Por primera vez se juntan, fugazmente y como en un arranque de miedo, los partidos de la colonia e incluso Martínez Nadal. Albizu, por su parte, propone una asamblea constituyente, entendiendo que Puerto Rico era libre ya, porque la ocupación militar colonial fue ilegal; no tuvo ni tiene base en derecho.

Y entonces se procede con una total, evidente y aplastante violencia contra el Partido Nacionalista y sus dirigentes, la cual culminará con la masacre de Ponce.

Pero realmente no hay mayúsculas iniciales ni puntos finales en la historia. Es evidente que la muerte de Riggs y el linchamiento de Beauchamp y Rosado, detonadores del ciclo que se presenta en Viva la juventud rebelde, no son letra muerta.

Este libro de escenarios y fragmentos desenterrados y reunidos por la pasión del investigador Rafael Rodríguez Cruz y su amor al pueblo donde no nació por los accidentes de la migración; el pueblo que lo marcó desde la niñez, en aquella escena del paso de un huracán en la tormentera del abuelo, protegido por las bendiciones de sus mayores y los cuentos bien narrados, que son la mejor defensa de la niñez, es su más reciente acto de amor correspondido. Se lee con la urgencia de una trama o montaje documental, y nos sitúa detalladamente en lo que pasó sin haber dejado de pasar. Gracias,querido Rafael.

Texto leído en la presentación del libro en Cayey. El libro esta a la venta en la CLARITIENDA

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