“Ana Marina Rúa, autora del Quijote”, fragmento de la reseña “La revolución sinestésica: “Neural” de Ana Marina Rúa.

En proceso de escritura.

Especial para En Rojo

Paradójicamente, el lugar enorme que ocupa el magnus opus de Cervantes en nuestro imaginario literario nos sublima el hecho de que lo que ocurre cuando leemos “El Quijote” es una operación extrañísima: leemos las cosas que ocurren en un mundo (nótese que no escribo “a un personaje” si no “en un mundo”) trastornado por las lecturas trastocadas que hace un personaje de unos libros. Todo lo que pasa en “El Quijote” está determinado por las lecturas alternativas de la literatura caballeresca que hace El Quijote. Aunque los otros personajes no compartan la “visión de mundo” de Quijano, todos sus actos están determinados por aquella visión en sus interacciones con él y entre ellos, aunque sea para desmentir esa visión. Cuando leemos El Quijote, no leemos un mundo percibido desde el punto de vista de un lector desquiciado. Leemos un mundo en el que absolutamente todo lo que pasa está sobredeterminado por las lecturas de un lector que percibe el mundo de una manera sinestésica .

El twist final de “Neural” lleva el experimento cervantino a un extremo maravilloso, y en cierto sentido lo supera. En el libro de Rúa, el lector mismo se lee a sí mismo como personaje lector y conejillo de Indias de un libro que es una maquina experimental donde las entidades perciben el mundo de una manera sinestésica en términos sensoriales pero también en términos cronológicos y espaciales. Esto significa: en términos epistemológicos y ontológicos. La vida entera del lector hasta el instante en que lee las últimas tres palabras del libro, su nacimiento, su primera carcajada, sus lecturas, sus amores y sus desengaños, sus sufrimientos, sus orgasmos, sus opiniones políticas y estéticas, su actitud ante la vida y sus afectos, todo esto es parte del gran experimento que realiza la mujer de ciencia Agnès Luz y que implica al lector y potencialmente a todos los humanos de la tierra. Menuda ambición, ¿no es así? El cáracter moralmente ambiguo de los propósitos del experimento (que tiene mucho de inescapable y de siniestro) convierte el acto de lectura en el acto sinestésico transformador del mundo más radical y liberador. Ciertamente, ninguna persona lectora sensible (pun intended) podrá ver el mundo y la literatura de la misma manera después de leer este libro. Las implicaciones literarias de este gesto son ciertamente incalculables.

Seguramente Rúa no se propuso provocar este efecto literario ni se percató del alcance del artificio de palabras que fabricó, igual que Cervantes nunca supo que escribió una obra increíble. Los libros de gran calibre literario funcionan así. Son máquinas de sentido que -en complicidad con sus lectores- producen efectos de sentido insospechados y no anticipables por nadie, incluyendo a sus autoras o autores. Son fenómenos que adquieren cualidades emergentes, por tomar prestado del lenguaje de la física. En una conversación con Sabato, Borges afirma lo siguiente: “Cervantes nunca supo que escribía bien”. Y ya que estamos en esto de las equiparaciones desmedidas, yo afirmo remedando a Borges lo siguiente: yo creo que Ana Marina Rúa no sabe lo bien que escribe.

De venta en la CLARITIENDA.

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