Por Iñaki Estívaliz
Especial para En Rojo
Beirut, 20 ago.- Israel ha incrementado las últimas semanas los vuelos supersónicos sobre Beirut. Los cazas del Ejército sionista, violando impunemente el espacio aéreo libanés, se acercan hasta la capital, descienden hasta una altitud insánamente cercana a la tierra y, cuando llegan a la ciudad, rompen deliberadamente la barrera del sonido causando un aterrador estruendo de fin del mundo que hace vibrar cristales y puertas.
El gobierno libanés anunció este lunes que ha presentado una queja ante el Consejo de Seguridad de la ONU contra estos vuelos que «aterrorizan a todos los civiles».
«En la queja, el Líbano condena estas transgresiones que constituyen una flagrante violación de la soberanía del Líbano y de su espacio aéreo, y de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad», que puso fin a la guerra de 2006, indicó en un comunicado el Ministerio de Exteriores libanés.
En la comunicación del Ministerio se añade que estos vuelos «también violan varias disposiciones de la ley humanitaria internacional, que prohíbe cualquier forma de castigo colectivo, y la intimidación moral que practica Israel aterrorizando a todos los civiles y desatando el pánico entre ellos», especialmente “los más vulnerables” como los niños.
Estos vuelos de guerra sicológica eran usuales en la región sur del Líbano desde que el pasado octubre Israel comenzó sus agresiones contra el grupo chií libanés Hezbolá, pero desde las últimas semanas se están produciendo también sobre Beirut y cada vez más frecuentemente.
Unos adolescentes pasando el tiempo entre risas en una de las arterias comerciales de la ciudad, la calle Hamra, aseguran que están deseando ser reclutados para luchar “sin miedo” al “invasor sionista”.
Muchos transeúntes rechazan hacer comentarios, la mayoría con una sonrisa, algunos, con enfado.
Ibrahim, tomándose un café en una terraza, desdeña la situación actual afirmando que “la guerra ahora es más mediática que real”, y que han pasado por situaciones “mucho más malas, horribles”, en los últimos años.
Tras haber sido largamente el principal centro financiero y turístico del Medio Oriente, el Líbano no ha levantado cabeza desde la guerra civil que destruyó el país entre 1975 y 1990.
Luego ha pasado por una sucesión sin descanso de crisis económicas y sociales internas y diferentes conflictos con Israel y Siria.
El pasado lejano y reciente del Líbano ha cincelado el aspecto urbano de Beirut, donde sorprende la mezcla de grandes hoteles y edificios de apartamentos de súper lujo con inmuebles abandonados, monumentos y hasta palmeras acribillados por impactos de proyectiles.
Las calles son un hervidero de gente a lo suyo, de tiendas donde trabaja una persona y sus amigos fuman hooka en la acera.
Los contrastes en Beirut no dejan de sorprender ya que, por ejemplo, siendo un país mayoritariamente musulman, se vende alcohol en licorerías, restaurantes y bares por todas partes y las mujeres conducen todo tipo de vehículos, fuman, miran a los ojos, mantienen la mirada y sonríen.
Probablemente, Beirut sea uno de los lugares donde se conduce más descontroladamente, sin embargo, los conductores no se gritan ni hacen aspavientos. Si suenan mucho las bocinas, son los taxis ilegales tratando de llamar la atención de potenciales clientes. Los motoristas piden paso guiñando un ojo.
Muy pocos semáforos funcionan y se supone que solo hay suministro eléctrico seis horas al día, pero tras 50 años de tragedias compartidas, la sociedad ha aprendido a no depender del Gobierno, descabezado desde 2022.
Por su puesto, los hoteles y negocios tienen sus propios generadores, pero también muchos edificios de apartamentos.
Paseando por la calle se ven a cada pocos metros camiones cisterna de gasoil descargando. Los camiones grandes suministran a los hoteles y edificios altos. Pero hay camiones de todos los tamaños para atender los pequeños negocios subidos a las aceras, y se ven algunos construidos a mano con chapas de metal soldadas.
Desde la última crisis energética de 2019, el país depende de préstamos de petróleo de Qatar e Irak y, desde la próxima semana, de Algeria, según se anunció el domingo.
Así que los cortes afectan más que nada a los más pobres y al Gobierno. El pasado fin de semana se quedaron sin electricidad el aeropuerto y las prisiones. En el Ministerio de Información, donde se acredita a los periodistas, no funcionan los elevadores y se atraviesan pasillos y se suben y bajan escaleras en la oscuridad.
En Beirut no se ven policías y prácticamente no existe la delincuencia común. Sí se ven soldados apostados junto a tanquetas y barricadas urbanas en puntos estratégicos.
En el Centro de Libertad de Prensa de Beirut me han prestado un chaleco antibalas de esos que pone PRESS, por si quiero viajar al sur, donde está la frontera con Israel.
Estados Unidos y Australia han pedido a sus ciudadanos que se monten en el primer vuelo que puedan para abandonar Beirut antes de que una escalada de la violencia sionista colapse el aeropuerto, la única vía para salir del país, ya que los ferries a Chipre dejaron de funcionar hace tiempo y los países fronterizos son los prohibidos Siria e Israel.
A mí me maravillan los cedros que crecen entre los edificios por todo Beirut. Un cedro es el símbolo que aparece en la bandera del país. He visto trinitarias tan altas como cipreses adornando vestigios fenicios, griegos, romanos y otomanos.
Hay un McDonald’s y un KFC frente a la Universidad Americana.
Veo un pueblo de comerciantes milenarios acogedores, que no te engañan demasiado a pesar de la confusión con la doble moneda dólar-libra libanesa, y que si no tienen lo que estás buscando llaman por teléfono a un amigo y te lo traen.
El genocídio sionista continúa sin descanso en Palestina mientras se desarrollan supuestas conversaciones de paz en El Cairo que suenan más a tambores de guerra que a trompetas de alabanza.
En la frontera sur libanesa no hay día sin intercambio de agresiones entre Hezbolá y los sionistas y en cualquier momento la muerte puede llegar a Beirut, donde la gente vive sin miedo, disfrutando de la amistad, los cafés y la comida mediterranea callejera.
Iñaki Estívaliz