Con-textos El punto ciego de las guerras

 

Especial para CLARIDAD

«entonces, el fuego se corre de lado a lado de la calle

en una sucesión de estallidos intensos, furiosos,

y la guerra vuelve a la normalidad »

Línea de Fuego

Arturo Pérez Reverte

 

 

Con sus ejércitos de a pie, en tierra fangosa o fría irrigada de nieve y plomo, lluvia y sangre, o con los ejércitos de aire o los de mar, la humanidad ha delineado su historia a través de la guerra.  El proceso ha sido tan sencillo como absurdo:  en todas las guerras se pretende obliterar a un enemigo a la vez que nos defendemos de éste, que persigue lo mismo, exactamente lo mismo, en sentido contrario.  Esa ecuación cerrada de opuestos beligerantes- complicada por contradicciones étnicas, geográficas, económicas, religiosas y culturales-  ha cincelado los contornos de los mapas del mundo.

Cimentada en restos humanos  -no siempre en cementerios- la geografía de las fronteras, usualmente maleable, se define en tinta negra en el papel.  Cuando éstas cambian fabricando países a veces tentativos, el proceso no siempre es justo con los habitantes a lado y lado de la raya en los mapas Rand-McNally.  Pero cuando la guerra surge entre gentes que han convivido por siglos en disputados espacios  -contiguos a veces, traslapados en otras; compartiendo historias comunes de convivencias más impuestas que orgánicas-  hay un polvorín megatónico de tensiones culturales y nacionales enterradas en el lugar.  A punto de estallar, necesita para ello solamente la ignición en la mecha, aunque ésta venga desde lejos, en ocasiones  -como ocurre ahora en Europa- navegando alianzas transoceánicas decadentes, hoy disfuncionales.
Intento reflexionar, aunque pudiera estar equivocado.  Un poco así, pienso, es lo que ha ocurrido desde hace un año cuando de manera intuida por algunos, pero inusitada para los más     -entre los que me incluyo-  Rusia invadió Ucrania con la pretensión de conquistarla aunque al intentarlo dijera que sus propósitos eran otros.  El gobierno autocrático de Vladimir Putin, confiado en auto asumidas superioridades de armamentos y ejércitos, y añorando esplendores zaristas de la antigua «gran patria rusa», hizo un mal cálculo.
Luego de haber transcurrido un año de la invasión a Ucrania, es evidente que el nieto del cocinero de Lenin y de Stalin, sucesor del alcohólico tarambana Yeltsin y amigo de George W Bush, quien deleitó a Laura y a sus invitados con canciones de Frank Sinatra durante una recepción en su rancho en Texas en el año 2001, resultó patéticamente equivocado.  Su objetivo había sido alejar de sus fronteras al mundo europeo occidental y debilitar lo que  -con razón o sin ella-  percibía como amenazas a la seguridad de su territorio de parte de la OTAN.  El resultado ha sido el contrario: la OTAN se fortalece. Otros países de Europa, antes «neutrales» -incluyendo a Suecia , Noruega, Finlandia y la propia Ucrania-  pugnan por adherirse al complejo entramado político y económico del occidente que se mercadea exitosamente como “democrático», políticamente aséptico, autoproclamado garante de la estabilidad y la paz.
No obstante ello, cualquier observador que mantenga algo de la lucidez de la que han sido despojados muchos ciudadanos influenciados por el mundo mediático, tendrán que estar de acuerdo con que la invasión rusa a Ucrania no sólo ha fracasado, sino que nunca tuvo justificación alguna.
En Puerto Rico, algunos sectores de izquierdas cansadas  -incluyendo académicos- al comentar la guerra desde una óptica lastimosamente pro-rusa, no reparan en la barbarie de masacres civiles en pueblos y ciudades, ignorando los crímenes de guerra que su gobierno y ejercito cometen casi a diario.  La anciana madre enterrando en el patio de su casa a su nieto asesinado después de torturado y las tumbas a ras de tierra de civiles, descubiertas en la Bucha recuperada a sangre y fuego por el bisoño ejército ucraniano después de la retirada del ejército de Putin, son ejemplos de los peores instintos de la condición humana. Subsistirán en el tiempo como metáforas de esta debacle sin sentido que es “la normalidad” de la guerra.
La vieja Rusia  -es decir, la antigua Unión Soviética- ganó para el mundo la Segunda Guerra Mundial. Las decenas de millones de muertos civiles y militares en Leningrado  -ciudad natal de Vladimir Putin- evitó para el futuro que hoy estuviésemos hablando alemán.  Eso es una verdad luminosa, como las auroras boreales del equinoccio de invierno en los países nórdicos. También es una verdad que los Estados Unidos y sus aliados europeos han invadido países lejanos a sus líneas límites continentales y siguen apoyando otras tantas autarquías de dictaduras aliadas a sus intereses geopolítico-militares y económicos que masacran a sus opositores.  Igual es cierto que el binomio occidental y sus acólitos alentó el incumplimiento con los Acuerdos de Minsk de 2014, y que tan reciente como hace unos meses, con la complicidad aparente de Noruega, practicó el terrorismo de estado al volar el gasoducto de Nord Stream.  Mucho peor aún, los Estados Unidos y Europa son el sostén militar y estratégico de la hemorroide israelí en el Medio Oriente, criminal y genocida;  tan o más sangrienta hoy en Palestina que los nazis durante la Segunda Guerra en Europa; tan o más genocida que la Rusia de Putin en Ucrania.

Pero la verdad sea dicha desde el punto de vista ético moral y objetivo: dos males no hacen un bien.  Las barbaries pasadas de mis enemigos o adversarios no justifican mis barbaries, aunque sea en defensa propia.  En este momento, el evento medular de este siglo tentativo e incierto  -después del Covid, el deterioro climático y las catástrofes telúricas-  es la absurda, innecesaria y criminal invasión rusa a Ucrania que está obligada a defenderse en su propia tierra.   Si somos Hostosianos de verdad, estamos llamados al menos a denunciarla, sobre todo en sus peores expresiones contra civiles y contra la dignidad humana.  El informe reciente de Antonio Gutérrez ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU lo expone con pelos y señas, en tinta púrpura de sangre coagulada.
En la marquesina de la realidad mundial, la Rusia de Putin se gradúa con honores de crímenes de guerra puntuales, documentados, atroces.  No se trata de daños colaterales.  Se trata de ataques a mansalva a objetivos no militares. Resulta imposible no verlos, a menos que nos neguemos a mirar y nos convirtamos en ciegos funcionales ante lo evidente.  No son producto de fabricaciones mediáticas.  Si CNN es superficial, a veces dice verdades.  Las cadenas televisivas públicas alemanas (DW), británica (BBC) y española (RTVE) también.  Si RTV, la emisora del Estado ruso dice verdades,  demasiadas veces transmite contenidos falsos o declina reportar los hechos.  No hay que matar a los mensajeros.
Confieso y admito que me conmueve la tenacidad y valentía de los que defienden la tierra donde están enterrados sus ancestros, donde están sus casas, iglesias, escuelas, teatros y hospitales; sus parques, carreteras, puentes y sueños.  Seguiré mirando;  pensando  -con o sin asombro-  aunque me asuste a veces y dude de la certeza de mi mirada y de mi pensamiento.
Prefiero estar en el punto triste y amargado del equivocado, que en el cómodo punto ciego de aquél que no ve porque no quiere ver.  Es mejor ser víctima de la verdad que cómplice de la mentira.

Comentarios a: rei_perez_ramirez@yahoo.com

 

 

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