Del españolismo a la caribeñidad

 

 CLARIDAD

Hubo un tiempo en que se tildaba de “hispanófilo” al movimiento independentista puertorriqueño, o a parte de él. Para algunos esa tendencia expresaba un esfuerzo genuino y necesario en defensa de nuestra “herencia hispana” frente a la permanente amenaza del nuevo colonialismo anglosajón, mientras que para otros no era más que una expresión retrógrada, una permanencia anquilosada en el pasado.

Parte de esa tendencia del independentismo efectivamente se enclavaba en el pasado y se identificaba con la peor versión del españolismo, aquellos que desde el llamado “movimiento nacional” asolaron a España a partir de 1936. Algunos de estos puertorriqueños habían sido defensores a distancia de la Falange durante los años de la guerra civil y luego se ubicaron en instituciones culturales, para desde allí defender todo lo que nos había dejado la “madre patria”. El nombre más representativo de este grupo es el de Eladio Rodríguez Otero, un empresario que se enriqueció con empresas de construcción, que estuvo vinculado al falangismo en los años ’30 y que posteriormente sería por muchos años presidente del Ateneo. Desde allí promovió la salida del sector más progresista, representado por Nilita Vientós y Manuel Maldonado Denis, tratando de convertir la institución en una expresión pura de su españolismo rancio y su extremo conservadurismo.

Fue este grupo, más que ningún otro, el que, al arbolear la segunda mitad del siglo XX, encendió todas las alarmas cuando se intensificó el proceso de modernización de Puerto Rico y comenzaron a regresar emigrados hablando “espanglish”. La nueva realidad promovía la “asimilación” a Estados Unidos y nos alejaba de la “madre patria”. Por aquellos años, desde el Ateneo que presidía Rodríguez Otero circularon profusamente los escritos del lingüista español Germán de Granda, recogidos en el libro Transculturación e interferencia lingüística en Puerto Rico, que expresaba una visión bastante fatalista del idioma y la hispanidad de los puertorriqueños, ante el supuesto avance de la asimilación cultural.

Aquel grupo esperaba de España un activismo similar al que la Francia de Charles de Gaulle mantuvo ante el proceso independentista de Quebec. El entonces presidente francés no solo actuó a favor de los quebequenses, sino que llegó al extremo de gritar “Viva Quebec libre” durante una visita oficial a Canadá en 1967, provocando una crisis diplomática. Los puertorriqueños españolistas esperaban que la España de entonces, que era la del dictador Francisco Franco, imitara el entusiasmo de Francia con Quebec.

Aquella tendencia del independentismo boricua fue perdiendo su agarre cuando, según avanzó la década del ’60 del siglo XX, el independentismo se fue vinculando a la nueva lucha influenciada por el socialismo y, en particular, al movimiento de liberación de América Latina. El latino americanismo sustituyó el españolismo

José Luis González, en su ensayo El país de cuatro pisos, critica con severidad esa tendencia, la que todavía consideraba importante en la década de 1970. “Yo no creo en reconstruir hacia atrás”, dice González. “hacia el pasado que nos legaron el colonialismo español y la vieja elite irremediablemente condenada por la historia. Creo en reconstruir hacia adelante… hacia un futuro que, apoyándose en la tradición cultural de las masas populares, redescubra y rescate la caribeñidad esencial de nuestra identidad colectiva y comprenda de una vez y por todas que el destino natural de Puerto Rico es el mismo de todos los demás pueblos, insulares y continentales, del Caribe.”

Durante las cruciales décadas de 1960 y 1970, Puerto Rico dejó atrás, bien atrás, aquel españolismo que, con dejos de nostalgia y refugio emocional, estuvo vivo durante toda la primera mitad del nuevo “siglo americano”. De hecho, cuando José Luis González escribía, a finales de los ’70, ya esa visión caribeña y latinoamericana que él proclama estaba arraigada y España era un pasado lejano.

Lógicamente, la sociedad puertorriqueña cambió en medio del nuevo colonialismo que sustituyó al español, pero no hacia la asimilación destructora de la nacionalidad a la que tanto se le temió. Tal vez no nos hemos vinculado al resto del Caribe como debiera ser, pero seguimos siendo un pueblo diferenciado con una nacionalidad única. Hablamos castellano son nuestro particular acento y nuestra mezcla, y porción grande de nuestro pueblo también habla inglés, mientras la identidad boricua se mantiene y se fortalece. Los que tuvimos algún nivel de protagonismo en las luchas de los ’60 y ’70 nos sentimos tranquilos y seguros de cara al futuro porque Puerto Rico sigue siendo Puerto Rico, o más bien, boricua.

Lo que sucedió en las dos visitas del rey español Felipe VI a nuestro país, en 2016 y 2022, resultó muy revelador. Lo españolistas del pasado hubiesen estado al borde del suicidio al escucharlo hablando en inglés, como hizo en 2016, “porque había llegado a Estados Unidos”. En 2022 también hubiesen estado cerca del infarto, no tanto por lo que hizo o dijo el rey, sino por los boricuas que se atrevieron a derribar la estatua del primer colonizador español en repudio a la visita del monarca.

España nunca tuvo ni tiene compromiso alguno con el futuro de Puerto Rico como nación “hispana”. Ahora mucho menos, porque nuestra lucha le recuerda la que están dando catalanes y vascos. La palabra “separatismo” le es más odiosa ahora que en el siglo XIX. Por eso el rey contemporizó tanto con los anexionistas boricuas y por eso fueron éstos quienes más se regodearon con su visita. Es el mismo grupo que en el siglo XIX se llamaban “incondicionales” y ahora “estadistas”. Por eso Felipe VI se sentía tan a gusto con ellos.

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