Editorial-El crimen del Cerro Maravilla 45 años después 

Foto Archivo CLARIDAD

 

Volver la vista hacia sucesos trascendentales desde el crisol de los años, permite crear nuevas visiones y perspectivas sobre la historia de los pueblos. Desde esa mirada a distancia, podemos afirmar que el 25 de julio de 1978 cambió para siempre la naturaleza abyectamente colonial con que se asocia dicha fecha para transmutarla en jornada de libertad, a través del martirilogio heroico de dos jóvenes patriotas, Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado. Estos fueron señalados, entrampados y asesinados vilmente por la Policía de Puerto Rico en el Cerro Maravilla, el corazón de la cordillera, como parte de un plan abarcador de los gobiernos de Estados Unidos y Puerto Rico para provocar y  reprimir por la violencia al pujante movimiento independentista de la época.

 

Eran años álgidos aquellos en que la lucha por la libertad y la justicia para el pueblo puertorriqueño se había intensificado, y por doquier, asomaban las señales de un pueblo que se daba a respetar. Esto chocaba con la naturaleza del 25 de julio, fecha que en 1898 representó la invasión de nuestro país por las tropas imperialistas de Estados Unidos, convirtiendo a Puerto Rico, en » botín de guerra» y colonia del incipiente imperio estadounidense. Luego, en 1952, también un 25 de julio se le añadió una nueva afrenta colonial a nuestro pueblo. El lavado de cara al colonialismo puro y duro de los primeros 50 años, mediante la creación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, régimen de apariencia de gobierno propio que dejaba intacto el control hegemónico de nuestro País por el Congreso de Estados  Unidos.

El crimen del Cerro Maravilla puso un alto a la narrativa de la «colonia buena» para colocar la mira del País en los repetidos abusos contra nuestro pueblo de los gobiernos de Estados Unidos y Puerto Rico, capaces de reprimir a toda costa la lucha del pueblo puertorriqueño por sus reivindicaccines, y de llegar hasta el asesinato político con tal de demostrar su poderío. Ya desde las décadas de los años 30 al 50, los gobiernos de Estados Unidos y Puerto Rico habían regado la tierra puertorriqueña con la sangre y el sacrificio de los héroes, heroínas y mártires del Partido Nacionalista. Por lo tanto, la violencia política del Estado no le era ajena a la resistencia del pueblo puertorriqueño y del Movimiento Independentista.

En 1976, había vuelto al poder colonial el PNP, bajo el mando de Carlos Romero Barceló, una de las figuras más polarizantes de nuestra historia política. Y la escalada en la represión del pueblo no se hizo esperar. El gobierno de Estados Unidos, obsesionado con Cuba y las nuevas insurgencias en América Latina y El Caribe, ya estaba preparado y sus discípulos en Puerto Rico ya estaban adiestrados. Se había creado la División de Inteligencia de la Policía, en continua coordinación con el FBI, y la ofensiva mediática y la preparación armada contra la llamada » ola terrorista» comenzó a todo vapor bajo el gobierno de Romero Barceló, y su Departamento de Justicia y Policía.

Este fue el ambiente que dio paso a crímenes como el del Cerro Maravilla, que se quiso enmascarar como un acto de defensa del Estado contra sus enemigos, «terroristas internos», y poco a poco, por medio de CLARIDAD y de periodistas honestos de otros medios, fueron conociéndose las conspiraciones y encubrimientos de la monstruosa emboscada que segó dos vidas inocentes.

Años más tarde, el crimen del Cerro Maravilla fue revelado en toda su magnitud por las dos investigaciones que condujo el Senado de Puerto Rico durante los años 80 del siglo pasado. Diez policías y el Jefe de la División de Inteligencia, Angel Luis Pérez Casillas, fueron enjuiciados y cumplieron cárcel por los hechos. El Departamento de Justicia donde se fraguó el encubrimiento fue desmantelado, y aunque nunca lo admitió, lo ocurrido en el Cerro Maravilla le costó la credibilidad durante el resto de su vida al ex gobernador Carlos Romero Barceló, quien nunca pudo zafarse de la sospecha de haber ordenado los asesinatos. Sus jefes del FBI, sin embargo, fueron, como siempre sucede, arropados por la impunidad.

Cuarenta y cinco años después, el recuerdo del crimen del Cerro Maravilla resuena como una clarinada entre el Movimiento Patriótico Puertorriqueño y se extiende a los más amplios sectores de nuestro pueblo. El sacrificio de Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado es comprendido y admirado por un pueblo puertorriqueño que sigue luchando y sosteniendo en alto sus reclamos de libertad y justicia.

 

 

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