El encanto de ver cine en pantalla gigante-1

 

En Rojo

Este año, cada vez que viajo a Puerto Rico desde Vieques—por avión para no tener que pasar un día entero para ir y otro día para regresar en transporte marítimo—aprovecho los tres días que paso allá para ver de uno a dos filmes en los cines de Montehiedra y Fine Arts de Hato Rey. Voy blindada—y vacunada—escojo asiento de esquina y no me muevo hasta que prenden las luces. Guío a Montehiedra pero voy temprano a la 1era tanda y a Hato Rey voy en Metro con el vagón casi exclusivo para mí. La diferencia entre ver series y filmes en mi computadora de 15 pulgadas o TV de 48 y los cines comerciales es tan enorme que por eso espero el momento en que pueda cumplir con el pedido de Frances McDormand en los Oscar de nunca abandonar la experiencia del cine.

The Mauritanian: Director: Kevin Macdonald; guionistas: Michael Bronner, Rory Haines, Sohrab Noshirvant; autor: Mohamedou Ould Slhi; cinematógrafo: Alwin H. Küchler

Si Luis Buñuel nombró “Los Olvidados” a los pobres que habitaban Ciudad México en 1950 y Frantz Fanon llamó “Los condenados de la tierra” a los argelinos y todos los pueblos colonizados, utilizo ambos términos para los hombres que permanecen en Guantánamo, la base militar de EEUU, encarcelados, sin ser acusados de un crimen y sin tener un juicio donde se pruebe su inocencia o culpabilidad y puedan ser devueltos a sus países de origen. ¿Acaso existe este trato a otros detenidos/prisioneros en los Estados Unidos? The Mauritanian es la historia de Mohamedou Ould Slhi, quien estuvo prisionero por 14 años y después de habérsele violado todos los derechos de cualquier ser humano, de ser torturado con la autorización del gobierno de Bush/Cheney/Rumsfeld, de esconder/falsificar pruebas que contradecían las acusaciones formuladas, logra regresar a su hogar.

La perspectiva es la de Slhi (Tahar Rahim) desde que regresa a Mauritania de Alemania para asistir a una boda familiar y esa misma noche es amistosamente llevado al cuartel local para que ofrezca cierta información de un primo sospechoso (¿de qué? Nunca le dicen). De ese momento en adelante y por muchos años, Slhi parece desaparecer hasta que un grupo de abogados contacta a Nancy Hollander (Jodie Foster), una muy conocida defensora de derechos humanos para que tome el caso de Slhi. Una vez el aparato militar estadounidense ya no puede eludir presentar el caso de Slhi a una corte militar, escogen como fiscal al teniente coronel Stuart Couch (Benedict Cumberbatch) quien por su experiencia militar y sus lazos afectivos con compañeros soldados que murieron en las torres gemelas y en la invasión de Irak y Afganistán, se siente moralmente comprometido a probar su culpabilidad. Tanto Hollander como Couch descubrirán las paredes que el aparato militar ha construido para torturar y encarcelar ‘legalmente’ y hacer desaparecer evidencia que pudiera probar que se han equivocado. Aún con toda esta evidencia—casi siempre negada por las autoridades a cargo—el proceso de excarcelación y repatriación puede tardar años.

Detenido a los 32 años, secuestrado por 14 años y devuelto a su país de donde no puede salir por Estados Unidos haber ordenado al gobierno de Mauritania negarle su pasaporte, Mohamedou Ould Slhi puede sentir satisfacción y orgullo por haber sobrevivido este trato inhumano y haber publicado Guantánamo Diary, sus memorias recogidas en 2005 y convertido en un bestseller en 2015 (después del manuscrito ser desclasificado y censurado) que es la base de este filme. Ganador del Golden Globe por la actuación de reparto de Jodie Foster y nominado a cinco BAFTAs y dos WFCC esta historia seguirá vigente mientras quede un solo hombre en Guantánamo. Apenas este 8 de mayo, Spencer Ackermand del The Daily Beast publica un extenso ensayo de Abu Zubaydah quien sigue encarcelado ya por 20 años en igual situación de Mohamedou Ould Slhi. ¿Qué presión tomará para que el gobierno de EEUU reconozca la humanidad de estos seres y cierre la infame base de Guantánamo y devuelva ese espacio al territorio nacional de Cuba? Los críticos culturales de los EEUU han ignorado el filme o lo han tachado de una historia mal contada. Lo mismo ocurrió con el filme de Gavin Hood, Rendition de 2007 que trata de un arresto, secuestro y entrega en uno de los “black holes” que Estados Unidos mantiene alrededor del mundo precisamente para evitar tener que regirse por las leyes vigentes. Guantánamo sigue existiendo y permanecerá abierta hasta que se cansen de oír nuestras denuncias. The Mauritanian es otra voz, fuerte y necesaria, que señala la realidad que quieren esconder.

 Limbo: Director y guionista: Ben Sharrock; cinematografía: Nick Cooke.

Este es el 2ndo largometraje del director escocés Ben Sharrock y la productora vasca Irune Gurtubai. El 1ero, Pikadero lo filmó en 2015, y Limbo (selecciób del Festival de Cannes 2020) se desarrolla en una de las islas escocesas donde residen temporeramente migrantes que esperan a que su pedido de estadía legal y residencia sea aprobado por las autoridades inglesas. En un estilo muy similar al de Wes Anderson (Moonrise Kingdom, The Grand Budapest Hotel, Isle of Dogs) y una presentación minimalista, el director divide su historia en estampas con personajes estáticos que mayormente observan sus alrededores, mantienen distancia de cada uno de los que habitan la casa de asilo provista por el gobierno y agencias ONG y, especialmente, de los locales quienes los miran con coraje, compasión y suspicacia. Nuestro lente es la mirada de Omar (Amir El-Masry), migrante sirio que ha viajado solo, dejando a su familia exiliada en Turquía o, en el caso de su hermano mayor, peleando con la oposición al gobierno de Bashar al-Assad. Su único contacto con ellos es a través de llamadas en un teléfono público en el medio de la nada. Cada llamada es un eslabón de su pasado que utilizamos para construir al personaje.

Aunque todos conviven en un lugar, se desplazan para ejercitarse (jugando fútbol que es la fantasía de uno de ellos), caminar en los exteriores, aunque todo sea frío y helado y, especialmente, asistir a clases de aculturación: aprender las modalidades de la sociedad a la que aspiran a integrarse. Estas escenas son una joya de comedia, seriedad (lo que en verdad significa para los migrantes) y de sátira social. Mientras tanto reconstruimos la vida de Omar a través de sus conversaciones telefónicas, sus recuerdos de cuando la familia estaba unida y el imaginario de poder hablar con su hermano de tú a tú sin recriminaciones. A través de sus caminatas—acompañado del laúd de su padre—vamos conociendo a los pobladores de este lugar tan remoto y tan frío, tanto los escoceses como los ex migrantes que ahora forman parte de la sociedad. Omar aprende rápidamente cómo cumplir con el imaginario migrante de cada uno de ellos, además de los epítetos inaceptables como “Paki” (el equivalente a Spik). Su compañero más cercano es Farhad, quien tiene más experiencia en esta larga espera y de quien Omar aprende a ser paciente, evitar encontronazos y nunca juzgar a otros ni perder la esperanza.

Limbo es un filme minimalista tanto en sus espacios exteriores e interiores. Por eso la atención de lxs espectadorxs se centra en los refugiados en espera con una cámara detenida y con tomas cercanas para que las expresiones sustituyan las palabras de idiomas conocidos o por conocer.

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