El mafioso que compró la impunidad

 

CLARIDAD

Los integrantes de bipartidismo boricua -el PNP y el PPD- siempre han financiado sus campañas con las aportaciones de aquellos que andan buscando contratos y/o favores. Eso lo sabíamos. Desde los tiempos de la gobernación de Pedro Rosselló, 1993-2000, las aportaciones “legales” aportadas por los “inversionistas políticos”, o el porcentaje obligado del monto de ciertos contratos, eran las dos vías para reunir los millones de dólares de la campaña. Ahora, con el reciente arresto de la exgobernadora Wanda Vázquez, salta al escenario otra forma de financiamiento: la mafiosa, protagonizada por capos acostumbrados a garantizar con sobornos la impunidad que necesitan para sus “negocios”.

El principal personaje de la trama recién destapada es Julio Herrera Velutini, que antes se llamaba Julio Herrera Kolster. (Ya adulto, cambió el apellido de su madre por el segundo de su padre, una vez esta fue acusada de asesinar a su segundo esposo.) Se trata de un auténtico integrante de la oligarquía venezolana, prófugo de su país desde 2009, que ha multiplicado la fortuna heredada con operaciones financieras que siempre han tenido el olor de las lavanderías.

Los dos apellidos del padre que ahora ostenta lo vinculan directamente con lo más rancio de las familias oligárquicas de Venezuela: los Herrera Uslar (es pariente de la diseñadora Carolina Herrera) y los Velutini, protagonistas en la banca venezolana desde finales del siglo XIX. En 2009 huyó de su país tras provocar la insolvencia de un banco, con el que timó al gobierno, llevando a cuestas una orden de captura enviada a la Interpol. Gracias a sus contactos familiares y a las campañas de Estados Unidos contra los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, pronto cambió su estatus delincuente por el de refugiado político y continuó con sus “negocios” en Florida, San Juan y Londres.

Tan pronto aterrizó en Puerto Rico, se aprovechó de una ley aprobada en el último cuatrienio de Rafael Hernández Colón que facilita la creación de llamados “bancos internacionales”. La presencia aquí de esas entidades es tan solo de nombre, una mera oficina con dos o tres empleados, porque su propósito es atraer dinero de otros lugares y moverlo por el mundo. En la práctica se trata de una franquicia para captar fondos de dudoso origen, que luego mueve hacia inversiones aparentemente legales.

Para que ese tipo de operación prospere necesita “libertad” de funcionamiento, alejándose lo más posible de las regulaciones oficiales dirigidas a detectar el lavado de dinero. En Puerto Rico la supervisión la ofrece la Oficina del Comisionado de Instituciones Financieras (OCIF) que, a su vez, hace cumplir la reglamentación federal sobre instituciones bancarias.

El esquema que se describe en el pliego acusatorio elaborado por la fiscalía federal retrata un típico operativo mafioso dirigido a controlar a los controladores. Con su acercamiento a la gobernadora Wanda Vázquez a Herrera Velutini no le interesaban contratos con el gobierno, esos que de ordinario buscan los “inversionistas políticos”, sino lograr colocar una persona de su confianza en la entidad que debía supervisarlo. Ya la OCIF había detectado operaciones “sospechosas” y así lo había dejado saber al “banco” de Herrera, por lo que lo que el operativo debía ejecutarse con prontitud.

Según la acusación, con una inversión de poco más de medio millón de dólares en la campaña política de Wanda Vázquez, el oligarca mafioso venezolano logró controlar la OCIF, colocando en su dirección a uno de sus fieles ayudantes. La salida del jefe de entidad y su sustitución fue burda y descarnada, muy al estilo de Wanda. De un día para otro se le exigió la renuncia al director y poco tiempo después se nombró al individuo cuyo currículum vitae había enviado Herrera a Fortaleza.

Del pliego acusatorio se desprende que el objetivo primario de los federales era la captura de Herrera, desmantelando la “operación lavadora” que este manejaba desde Puerto Rico. En el camino encontraron a Wanda Vázquez actuando como instrumento del mafioso venezolano. Resulta increíble que una exfiscal y exsecretaria de Justicia no haya aquilatado la extrema gravedad de sus actos.

La operación mafiosa ha sido desarticulada, pero no parece que será fácil traer al venezolano al juzgado, salvo que medie antes algún acuerdo de colaboración para ir a otras esferas del lavado internacional de dinero a cambio de un trato favorable. Se trata de un integrante de una de las familias más importantes de la oligarquía de Venezuela, con amplios contactos en Europa, particularmente en Londres, donde los políticos de la derecha son tan corruptos como los de aquí. Ya se conoce de una contribución de 600 mil libras de parte de Herrera al Partido Conservador (Tories), actualmente en el poder, algo que lo ayudará en el proceso de extradición.

En cuanto a la política puertorriqueña, vemos la corrupción bipartidista subiendo de nivel, no tanto por el cargo que ocupaba la acusada, sino por el tipo de esquema que se ha destapado. Por primera vez nos encontramos ante la venta de un importante cargo público a cambio de dinero para tratar de mantenerse en el poder. Wanda Vázquez llegó a la gobernación de pura carambola, sin estructura política organizada, y no tuvo reparos en recurrir al dinero mafioso para tratar de cubrir sus insuficiencias. Cuesta trabajo pensar que no supiera qué tipo de entidad era ese “banco” y lo que implicaba colocar la OCIF bajo el control del individuo que la entidad ya tenía ubicado como “sospechoso”.

Entre los participantes en el esquema, según el pliego acusatorio, hay otro que sorprende que no haya sido acusado del delito de conspiración. Me refiero a Fahad Ghaffar, identificado en el documento como “individuo C”. Se trata de uno de los “inversionistas” que se aprovechan de la legislación que nos convirtió en paraíso fiscal, la llamada Ley 22. Este individuo tuvo una participación prominente para facilitar el operativo de Herrera, primero poniéndolo en contacto con Vázquez y luego reclutando a los consultores políticos que el primero pagó. Se sabe, además, que Ghaffar fue parte de otro esquema corrupto en el que se le entregó un automóvil lujoso al esposo de la entonces gobernadora como parte de gestiones para impedir legislación que afectaría sus negocios. En la acusación se citan constantemente los mensajes que este personaje intercambió con Herrera y otros acusados, pero no se le acusa.

Obviamente, este nuevo capítulo de la saga corrupta no ha terminado.

 

 

 

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