En Reserva: Cuento de amor y mierda

María del Mar Rosa Rodríguez

Especial para En Rojo

 

Y le pedimos al amor (…)

 que nos dé un pedazo de vida verdadera.

No le pedimos la felicidad, ni el reposo,

 sino un instante, sólo un instante, de vida plena,

 en la que se fundan los contrarios,

 vida y muerte,

tiempo y eternidad,

pacten.

Octavio Paz, La dialéctica de la soledad

 

El tío exiliado vuelve a la isla a pasar tiempo con las crías de su hermana. Es un día hermoso y soleado, el tío va a la playa con su sobrina y sobrino, se los disfruta, es un día lleno de plenitud y todo olía a mierda.

Horas antes, el tío llega con prisa, tocando bocina para irnos a la playa. Empezamos a montar cosas como en una carrera contra el reloj, como si la playa se fuera a esfumar. Hay algo particular de ese ajoro de montar palitas, juguetes, inflables, protector solar, toallas, bultos, sombrillas y las tantísimas cosas que llevan los adultos a la playa. No lo entiendo, pero siento la prisa en mis dedos. Entramos y salimos de la casa varias veces a buscar “esa última cosa” que se nos quedó.

Brujo tuerce su cuerpo de 160 libras y caga su desayuno justo al lado del carro del tío. Es grande. Todo lo que hace es grande. Hay que aceptarle el gesto porque su cuerpo le pesa y le cuesta hacer sus necesidades barranco abajo, y también, porque Brujo sabe muy bien que no va a la playa y quería darnos una despedida digna de sus sentimientos. Algo para llevarnos y pensar en él.

Miraba a una mariposa verde. Me obsesionan las mariposas y cómo mueven sus alitas. Creo que es una siproeta stelenes, conocida como camuflada verde o malaquita. Se posa en el carro del tío, yo la sigo y ella vuelve a volar, se posa en la neverita que tenía mitad medallas y mitad juguitos. Agarré un juguito y me senté en la parte de atrás porque sentí que ya debíamos irnos. No sabemos si fue el convencimiento de que teníamos todo lo que necesitábamos o simplemente el cansancio de entrar y salir de la casa tantas veces, pero arrancamos. Hasta que dos calles más abajo, mamá dice preocupada:

– Aquí apesta a mierda. Alguien pisó la mierda. Nadie se mueva que hay que mirar los zapatos.

Yo no entiendo bien lo que está pasando y justo cuando iba a preguntar:

– ¿Cuánto falta para llegar a la playa?, mamá pega otro grito:

– Vira de nuevo pa casa, que hay que resolver esto ya. Mírense los zapatos y díganme ¿quién pisó la mierda?

El tío no puede bregar mucho con las instrucciones de mamá e insiste en que se va a detener a resolverlo allí. Mamá insiste en volver a la casa y tío se rinde. Yo cierro la boca y no pregunto nada. Por mí, no había cosa que resolver, yo soy sensorial y para mí, los olores son selectivos. Tío y papá iban al frente y tenían otro olor que no era el que le preocupaba a mamá, era un olor lleno de carcajadas. Mi hermanita, no para de decir “ca-ca-ca-ca.” ¡Ay, cuándo esta niña aprenderá palabras más complejas! Es tan repetitiva con sus sílabas (si maestra nos diera las palabras de mi hermana para la división de sílabas, las tareas serían tan fáciles). Mientras pensaba en las sílabas de mi hermana, mi mamá me agarra el zapato y encuentra la mierda. Yo, ahí, apagué mis oídos. En momentos como esos se me pierden las palabras y todos son ruidos selectivos. Me hablan, mi mente no puede procesar los sonidos y los suelta todos a la vez. Mientras, papá me quitaba los zapatos, mamá me agarra y saca del carro. Me lleva a la manguera. Me mojan los pies. No me gusta tener los pies mojados y grito muy fuerte, no sé lo que grito, pero mamá avanza, papá trae la toalla y tío trae los “crocs” limpios. Me secan, todos me abrazan y sus apretones me van anclando las palabras nuevamente.

Nos montamos en el carro y salimos por segunda vez a la playa. Ponen música, yo pido que la suban, me gusta lo estruendoso. Llevábamos rato guiando. Iba a preguntar: ¿Cuándo llegamos a la playa? Pero justo ahí, mamá baja la música y dice:

– Aquí todavía huele a mierda.

Tío le responde:

– Deja las manías que tienes el olor pegado a la nariz, voy a echar gasolina, bájate un rato y verás que se te va el olor.

Mi hermanita vuelve a repetir las mismas sílabas: ca-ca-ca-ca. Nadie le hace caso, pero a mí, me perturba mucho su repetitividad. Tío sabe mucho y si él dice que los olores se pegan a la nariz, pues debe ser cierto. Por eso él también entiende que las palabras, a veces, corren lejos de mí.

Mamá va y compra unos dulces en la gasolinera y un arbolito violeta de olor. Lo guinda en el espejito del carro, lo cual me molesta porque no llego y no lo puedo tocar y necesito tocarlo. Entonces mamá va al asiento de atrás me da un dulce y un besito, (me encanta cuando mezcla azúcar con amor). Luego va y le da un dulce y un besito a mi hermanita, ya estábamos listos para continuar hacia la playa cuando dice:

– “Ay no, no, no, la nena no tiene pañal, se cagó y no tiene pañal.” Mi hermanita se había quitado el pañal y luego decidió imitar a Brujo. Solo pensé que Lara tenía el orden de las cosas mal, primero se hace caca y después se quita uno el pañal. Empezó un caos en la gasolinera, sacaron el asiento, limpiaban con ansiedad hasta los cinturones de la sillita de bebé, la alfombra, el piso del carro, el cristal, todo tenía mierda. Tío cargaba a la bebé mal, con el culito al aire y todo embarrado sin saber qué hacer, ahora pedía instrucciones de mamá, pero a mamá parece que le pasó como a mí y se le perdieron las palabras porque solo decía:

– No, no, ay fo, no no no. ¡Es que la maternidad y la mierda son inseparables, puñeta!

Tío seguía pidiendo instrucciones y papá le decía: “tú no sueltes a la nena, no la sueltes,” mientras seguía limpiado. A tío le dolían los brazos de aguantar a mi hermanita en el aire. Mamá lloraba, papá estaba ansioso porque cuando mamá llora, papá se pierde.

Ante todo ese escenario, a mí me entró la risa, me entró por la nariz con los olores. No podía parar de reírme. Las palabras se me fueron volando otra vez y la mariposa verde (la siproeta stelenes) voló con mi risa y se posó en el culito cagao de la bebé, y los “ca-ca-ca” se hicieron carcajadas. Voló hasta la boca de tío y dejándole un poquito de mierda en el labio, le contagió, también la risa.  Luego se posó en la esquinita del ojo de papá y encontró la risa. Después voló hasta el pelo de mamá y le dejó unos rayitos marrones que le devolvieron la calma. Entonces mamá se detiene, me mira a los ojos, nos mira a todos y se une a la marea de carcajadas. Fue un instante de vida plena donde pactaron el amor y la mierda.

 

 

 

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