En Reserva: La casa

 

 

Especial para En Rojo

A veces me parece que no tengo hogar. Y en las temporadas en que se viene arriba esa inquietud, el impulso académico trata de organizar mi ansiedad y lo replantea a: ¿Qué es una casa? Y, ¿dónde está la mía?

El geógrafo Ariel Handel en vez de llamarle casa / hogar, utiliza el término de la morada (“theories of dwelling”), que incluye tanto la dimensión física y estructural (urbanística y política) de una vivienda, así como su nivel simbólico y emotivo.

Por su parte, para Santa Teresa de Ávila, la morada era su alma, los “castillos interiores” que preparaba y purificaba a la espera del encuentro con el amado (la divinidad). Luis Llorens Torres, el favorito non plus ultra de un querido profesor de literatura puertorriqueña, se hacía de la voz del campesino para celebrar su pedazo de vida y tierra: “Ay, qué lindo es mi bohío/ y qué alegre es mi palmar”. Evaristo Rivera Chevremont, por otro lado, trazó las condiciones abyectas del mismo jíbaro cuando nota en su poema que: “En su casa de campo, que es sencilla y pequeña, / veo al jíbaro nuestro. Triste es, como su casa./”

El escritor mexicano José Emilio Pacheco, en su poema “Alta traición”, describió los afectos de su gran casa, la patria:
No amo mi patria […]/Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/   cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas, /una ciudad deshecha,/ gris,   monstruosa, /varias figuras de su historia,/ montañas/ -y tres o cuatro ríos.

Sin duda, la casa puede ser un lugar avasallador, el blanco del mísil y la violencia, de la desprotección. Carmen María Machado en In the Dream House describe la relación abusiva que vivió con su pareja en el hogar que compartían: “A house is never apolitical. It is conceived, constructed, occupied, and policed by people with power, needs, and fears.”

La casa viene del latín “choza”, hogar de “hoguera” y morada / vivienda de sus respectivos verbos (también provenientes del latín) que vuelven al término habitar. Los conceptos de vivir, morar, tener y alquilar navegan aguas cercanas pero ni tanto. Una vivienda segura o un título de propiedad son para muchxs una ilusión de dificil agarre. Y, en caso de que se pueda, el mientras tanto del alquiler, es un péndulo que oscila a los ánimos del mercado y sus correspondientes buitres. En Estados Unidos, la vivienda privada y propia, según el New York Times, sigue impulsando y sosteniendo lo que queda del American Dream.

Pero la morada, el lecho o la casa no solo son los hogares de la infancia, países de orígenes, títulos o estructuras concretas o idealizadas. Nos dice Bernardo Soares, semiheterónimo de Fernando Pessoa, que su terruño “é a lingua portuguesa”. Y para Juan Ramón Jiménez, exiliado de España a partir del 1936 y hasta su muerte, su casa son sus papeles, su Obra[1].

Después de tantos años fuera, sigo cavilando más que nunca dónde está mi casa. Por momentos es Cupey o mi familia cercana toda junta. Nunca es una habitación. Siempre es Edgardo o nuestra itinerancia, las cuatro paredes que alquilamos y que vivimos, el amor edificado a diario. Otras veces, la casa son los planes del futuro: que si volver, que si buscar, que no se sabe, que si quedarnos allá hasta que alguno encuentre algo en Puerto Rico. Esta última es cada vez más difícil.

Me da la impresión de que la casa es cada vez un concepto más arenoso. Porque cuando falla la ilusión y el contrato de ida/vuelta o de una vida enteramente vivible aquí o allá, me hago de términos y taxonomías que puedan guiar el entrelugar.

Después de estas semanas de búsqueda y definiciones, me quedo con los lúcidos y amplios términos de la arqueóloga Margaret Conkey, para ella la casa es “a place where you reconnect with people or memories”. Pero más importante, es “a place or places on the landscape that you are somehow connected to”. Y eso no me lo quita el zipcode, el bipartidismo o el maldito casero.

 

[1] Juan Ramón Jiménez legó su biblioteca, papeles y archivo a la Universidad de Puerto Rico en 1955. Estos documentos están disponibles en la Sala Zenobia-Juan Ramón de la Biblioteca Lázaro de la UPR-Río Piedras.
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