Entender el poder para actuar con fuerza

Uno de los peores enemigos en momentos de crisis es la desesperación. Desde que comenzó en Puerto Rico la política neoliberal como acción abarcadora de gobierno, en 1989, hasta el día de hoy, la clase trabajadora y las comunidades han recibido golpes muy duros. Pero también pudieron poner en marcha movilizaciones impresionantes. Basta mencionar algunas: los paros nacionales de los trabajadores del sector público contra la venta de La Telefónica en marzo de 1989 y octubre de 1997, la contundente huelga del pueblo, y la lucha contra la presencia de la Marina de Guerra de Estados Unidos en Vieques. El éxito de la enorme movilización contra la Marina puso sobre la mesa de la historia una formidable ironía: la energía popular salió victoriosa contra el enemigo de mayor fuerza. Sobre eso hay que reflexionar hoy más que nunca. ¿Cómo es posible derrotar al más poderoso y ser derrotado ante fuerzas menos formidables? La contestación solo puede ir encaminada hacia un aspecto fundamental: la unidad del movimiento, la tenacidad y el sacrificio de los luchadores y su diversidad concertada. Ahí está la figura de la victoria.

Ahora bien, es evidente que el Puerto Rico existente entre 1989-2006 no es el mismo de hoy. Una debilidad crónica parece asediarnos por todos los costados. Es imposible esconder los aspectos depresivos y desmoralizadores: 1) la pérdida masiva de empleos industriales como resultado de la desaparición de la Sección 936; 2) la eliminación de decenas de miles de empleos del gobierno a partir de la Ley 7 de 2009; 3) el aumento de la dependencia de fondos federales; 4) la emigración masiva de sectores productivos hacia los Estados Unidos; 5) los ataques sistemáticos a los sectores laborales por vía de privatizaciones y reformas de las leyes que regulan el trabajo: 6) la voracidad de sectores empresariales en combinación con políticos inescrupulosos de nuevo cuño en un festival de contratos que han esquilmado la riqueza pública; 7) y la corrupción rampante que ha devorado fondos públicos en una estructura de robo legal e ilegal que incluye al sector financiero. Una verdad se desprende de esta política neoliberal de expoliación: ha sido un movimiento capitaneado por los dos partidos de turno en el gobierno. Por consiguiente, el llamado reciente del gobernador Ricardo Rosselló para formar un frente unido por Puerto Rico no es otra cosa que una combinación de los defensores de la política neoliberal para capear la tempestad que ellos mismos han creado. Al proponer la misma política, no tiene ninguna credibilidad.

Sin embargo, ese llamado hace visible varias cosas. La política neoliberal, si bien ha enriquecido a un grupo reducido de intereses locales, ha debilitado al conjunto de la economía, con repercusiones políticas desconocidas en nuestra historia. Los dos partidos responsables de la crisis que agobia al país se han debilitado de una forma que parece irreversible. Viven chapoteando en el charco podrido del neoliberalismo. La llamada de apariencia unitaria que hace el gobernador es hipócrita y está cruzada por la mentira. Mientras sus socios demenciales, como Dávila Colón y los participantes de su programa radial, le echan toda la culpa de la crisis a la ineficiencia – innegable, por cierto – del gobierno de García Padilla, Ricardo Rosselló, quien fuera parte del mismo programa radial durante largos meses antes de las últimas elecciones, llama a la unidad. Ante la dificultad de gobernar bajo el poder de la Junta de Control Fiscal, con el barco lleno de agua, el maltrecho gobernador se exhibe en ropas menores. Llama porque está débil, no porque camina con fuerza hacia la estadidad. Llama porque la estadidad es una caja que se ha quedado vacía desde que el PNP se convirtió en el más eficiente promotor del neoliberalismo y sus consecuencias: el robo y la insensibilidad. Una caja donde no cabe hoy una sola ilusión de futuro. De la misma forma, los políticos que recurren a su llamado son políticos derrotados, desmoralizados, tan vacíos como el gobierno en su capacidad de presentar un nuevo proyecto de autosuficiencia económica para Puerto Rico.

Si alguien tiene dudas sobre la debilidad del partido de gobierno, piense en lo siguiente: el año 2017 pudo haber sido uno de grandes celebraciones anexionistas después de la raquítica victoria electoral del pasado noviembre. Con una gran fanfarria, desde el año pasado, pusieron pasquines en cuanto muro encontraron, con el anuncio de los cien años de ciudadanía. Este año también se cumple el medio siglo de vida del PNP y el centenario del Senado de Puerto Rico, dirigido por el flamante Rivera Schatz. Pues bien, no han podido hacer ni un cumpleaños en una plaza pública. El día del natalicio de Barbosa pasó sin una movilización de masas como en años pasados, con un silencio más fuerte que los grititos que se oyen de la boca del gobernador y de la comisionada residente anunciando la supuesta cercanía de la estadidad. La realidad es que con una economía quebrada, con todos los sectores debilitados, sin fuerza, como resultado del elitismo neoliberal y las medidas que empobrecen a la población, no hay camino posible hacia la estadidad. El país en su conjunto está débil. El gobierno es un gobierno inevitablemente débil. Y la Junta, que no tiene ninguna fuerza interna , se regodea y se arregla el pelo en el espejismo de un poder vacuo. Hoy más que nunca brilla el pensamiento de Betances: los grandes parecen grandes porque estamos arrodillados.

Una verdad brilla en esta crisis. La burguesía local es un ente deforme y raquítico que ha manifestado consistentemente su incapacidad de elaborar un proyecto económico-político propio. El movimiento obrero está debilitado y presenta una figura que propicia la inmovilidad. Su debilidad mayor es la falta de unidad de propósito y de acción. Tampoco ha demostrado que tiene un proyecto de país. Pero lo peor de todo es que no da muestra de sentarse en una mesa colectiva a construirlo. Predomina en su dirección el individualismo y la urgencia de proyección y liderato. Es triste ver hombres viejos que se comportan como niños y no acuden a la acción común o se alejan descontentos por pequeñeces y minucias. Es triste porque el país se derrumba y ellos pueden ayudar a que se levante la esperanza. A pesar de la debilidad de la economía, a pesar de la pérdida de cientos de miles de empleos públicos y privados, la clase trabajadora tiene potencialmente mucho más fuerza que el sector empresarial que está a la cabeza de la crisis.

La indignación está en la calle. Pero camina sin rumbo y en silencio. Hace falta salir a organizarla de forma concertada, cada cual con su instrumento, para hacer que poco a poco se oiga una orquestación de pueblo. ¿No hay base para tanto optimismo? ¿Se olvidaron que hace solo unos meses, inspirado por un movimiento estudiantil ejemplar, se dio en Puerto Rico el primero de mayo más grande en la historia de esta isla? No se puede negar la desmoralización, pero se puede trabajar contra ella y abonar con buena fe la imaginación colectiva. La comunidad de Peñuelas lo reclama, la Universidad de Puerto Rico lo reclama, los que ven su sistema de retiro en peligro lo reclaman, los trabajadores públicos y privados lo reclaman. El pasado viernes se dio una nutrida protesta laboral frente al local de la Junta. El próximo miércoles 30 de agosto hay otra actividad. Cada actividad debe ser un escalón en el ascenso de la movilización. Puerto Rico entero necesita que sus fuerzas inspiradas por la igualdad y la justicia se organicen y comiencen a moverse con su propio ritmo, en combinación.

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