Entrega a mano #6: Madre del fuego, de Marta Aponte Alsina

 

La madre del fuego, por supuesto, es la madre del poeta William Carlos Williams, y el título proviene del poema “Crude Lament”. Es la madre que vela mientras los demás trabajan, y es ella quien realmente sostiene la vida, “la custodia de la llama de la tribu”. Así también aquí asistimos a un recorrido por cartografías que incitan a internarse en mapas íntimos pues la colección recorre un mapa afectivo que nace en una geografía particular, la caribeña. Aquí nosotros descubrimos los orígenes mismos del quehacer novelístico de la escritora y ella elucubra para nuestra curiosidad los sentidos que laten en múltiples pasadizos subterráneos de “Antípodas,” el ensayo que cierra la colección. Para estudiar cabalmente la obra de Aponte habría que remitirse a la trayectoria escritural que describe este volumen, especialmente respecto a El fantasma de las cosas, La muerte feliz de William Carlos Williams y Ángélica furiosa. El ensayo más extenso y el que ocupa una posición central en el libro concita un diálogo a venir sobre la autopercepción de los puertorriqueños y la percepción colonial de los norteamericanos en la isla. Espera, además, por varios estudios serios de literatura comparada y crítica cultural. También aquí se defiende el valor de esta pregunta: “¿Qué importancia tendrán la noción del adentro, el ámbito subterráneo de la imaginación, en los debates sociales y políticos?”

Quien repase la obra de la novelista puertorriqueña Marta Aponte Alsina reconoce en esta una enorme cantera de conocimiento sobre la historia del Siglo XIX y el hacer literario del Siglo XX y XXI en Puerto Rico. Contar con la amistad, la sabiduría y la generosidad de Marta es una felicidad, más aún cuando se siente la satisfacción y alegría de que nos conocemos hace ya casi cuatro décadas. Fue Marta quien en 1987 me invitó a publicar con el Instituto de Cultura Puertorriqueña mi cuarto libro, que fue una antología, sobre poetas puertorriqueñas contemporáneas: De lengua, razón y cuerpo. Después gestionó la invitación a un intenso y bello diálogo respecto a nuestros criterios de selección con dos escritores que también recién publicaban sus antologías en ese momento: el ensayista Efraín Barradas y el poeta Iván Silén. Fue también Marta quien como directora de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico acogió mi primer libro de crítica, Hilo de Aracne, literatura puertorriqueña hoy. Esos tres momentos de mi vida literaria se los debo a su amistad. Con más de nueve textos a su haber, entre novelas, crónicas, nouvelles, volúmenes de cuentos y ensayos, podría afirmar que Madre del fuego es una colección de ensayos que funciona como complemento de su entrega previa, Somos islas, y de toda su novelística. Aquí da fe de su vocación caribeñista, así como de su pasión por documentar las etapas previas a la escritura, su archivo, de donde provienen las historias y malabares que trabaja después. Destaco el aspecto oral de la comunicación en este libro hecho primordialmente de conferencias, además del gesto de donde surgen: una invitación, lo cual a su vez conmina a transformar ese tipo de locución en interpelación, en provocación al diálogo con y entre sus lectores.

Entonces, uno de los elementos que quiere recuperar mi lectura es la oralidad de la conferenciante. La inclusión de tres conferencias le presta a la entrega una mayor recepción, por supuesto, y permite entrever las coyunturas de su prosa narrativa, estableciendo relaciones con las bisagras conceptuales de su pensamiento. Se trata de un diálogo consigo misma, entre sus archivos y la corriente secreta de sus obras de ficción. Por eso defiende El fantasma de las cosas, su nouvelle, o expone la poética de William Carlos Williams o recorre las islas en un ensayo que responde a un regalo y que es a su vez un regalo a tres personas: Vicente Quevedo, Loretta Collins Klobah y Áurea María Sotomayor. Gracias Marta. La del regalo fue la exquisita conferencia que hizo Marta para los estudiantes del programa graduado de la Universidad de Pittsburgh en el 2019 donde recorre literariamente algunos de los lugares que tocó Tito Kayak en su kayak cuando trataba de trazar el arco caribeño de las islas y donde traza a partir del regalo que le hiciera Vicente Quevedo varios hitos literarios fundamentales de la literatura caribeña, enfatizando la producción proveniente especialmente de las islas más pequeñas. Por eso defiende ese recorrido aludiendo a un adentro: “Los espacios locales más reducidos también pueden representarse en mapas. Orientarse en la densidad de algunas habitaciones pequeñas abarrotadas de cosas podría servirse de mapas.” (41). Ese periplo por la literatura, y por lo que ella llama las islas más pequeñas del mundo, las que están a punto de perecer, comprueba su importancia, y en ella figuran muchos de los mejores escritores de ese mundo. Gran lección.

Así las conferencias se arman a partir de unas imágenes: el vórtice del mar de los Sargazos, el agradecimiento a los libros caribeños que le regalara el botánico/poeta Vicente Quevedo, las obras de ficción escritas por los norteamericanos en la isla. Ahí destacan Muna Lee y Edwin Rosskam. Hablar de novelas que de alguna manera se mantienen en su imaginario y nutren su propio pensamiento mientras escribe un texto nos permite pensar sus escritos desde otras coordenadas. “Aliens”, el interesante título del tercer ensayo fue para mí una revelación pues invita a un diálogo entre la narrativa norteamericana que se produce en la isla y la de los escritores puertorriqueños en ese periodo. Es un tema hasta ahora inexplorado, especialmente a partir de las coincidencias y distancias entre esas miradas y el objeto al que prestan la atención, especialmente cuando se trata de las ficciones escritas por Muna Lee, “poeta, sufragista y panamericanista”, esposa de Luis Muñoz Marín, o las de un izquierdista como Edwin Rosskam, que dejó la isla “para evitar que su reputación de hombre de izquierda perjudicara a su amigo, el gobernador Muñoz, en los años del macartismo más crudo, que coincidieron con la fundación del Estado Libre Aosciado” (79-80). De este detalle consignado en este ensayo surge la urgencia de revisar todo el archivo de Muñoz para leer la correspondencia con Muna Lee y con  Rosskam, el novelista. The Alien,es la novela de Rosskam. Así también titula Marta Aponte este ensayo. No dejan de ser interesantes estos dos escritores que flanquearon la vida de quien sería el gobernador de la isla y que abandonara su proyecto como hombre de estado caribeño y de izquierda justamente contra Trujillo para plegarse a los condicionamientos que le imponía la política norteamericana de la Guerra Fría en el Caribe. A esta narrativa  le llama Aponte “la experiencia del imperio” y vale la pena pensar si acaso la novelista pensó en algún momento en una novela que dialogara con estas dado que es principalmente en la segunda etapa de su obra que han irrumpido personajes norteamericanos en esta, tales como WCW, Nathan Leopold, Sammy Davis, y los bostonianos de Aguirre, tema al que aludo en mi ensayo sobre Aguirre en noviembre de 2018 (“Las rutas a Aguirre” www.80grados.net/author/aurea-maria-sotomayor). Acaso esas claves provengan del ensayo “Aliens” escrito en el 2009. Resalta Aponte que estos escritores norteamericanos no han tenido ningún impacto en los estudios que se han hecho en la metrópoli sobre su escritura, a diferencia de los que han pasado su exilio en Europa. Habría que leer ese silencio de la crítica  al que Marta Aponte llama la atención. ¿Acaso escribir desde una colonia carece del glamour que tiene escribir desde Europa, incluso para un escritor norteamericano? ¿Por qué también ellos han caído en el silencio?

La imagen que se me grabó en la mente al terminar la lectura, cónsona con la poesía que protagoniza esta columna, tiene que ver con otro adentro, ese vocablo que sutilmente puntea la colección: el adentro de un mar, el Mar de los Sargazos que tan bien describe Aponte al principio de la colección:

“El mar de los Sargazos es un mar sin costas que se acerca a la fosa de San Juan, se extiende por el norte desde la Bahía de Chesapeake, allá en Maryland y Virginia hasta el peñón de Gibraltar, al norte de África, y por el sur desde Haití hasta Dakar, la capital de Senegal, al este de África. Le dio nombre Colón, que en las notas de su primer viaje describió las aguas donde flotaban ‘manchas de yerba muy verde’. Hacia el centro quieto, sin vientos, más alto que el perímetro, las olas forman un remolino que gira en el sentido de las manecillas del reloj. Hacia ese ojo marino de aguas profundas se mueven seres vivos de varias latitudes, arrastrados por las corrientes de norte y sur. Incrustados en las algas se adaptan a las leyes de un mar sin fondo aparente. Las plantas que tardan siglos en llegar a la quietud absoluta del centro se ganan la inmortalidad. Se dice, o se decía, que algunas de las yerbas vivas que afloran hoy podrían ser las mismas que vieron Colón y sus marineros. Un centro flotante sin pretensiones de dominio. Un lugar de límites irregulares cuyas leyendas de naufragios tuvieron mucha presencia en la literatura.” (18-19) Acaso podríamos pensar en ese mar de los sargazos, también presente en la novela homónima de Jean Rhys, como ese lugar donde se intersecan las memorias, los archivos, las presencias todas. Acaso sea Marta Aponte la movilizadora ritual de ese mar donde confluye el tiempo.

Áurea María Sotomayor es poeta, ensayista y profesora. Tiene a su haber unas 14 colecciones de poesía, entre ellas Sitios de la memoria, La gula de la tinta, Diseño del ala, Cuerpo nuestro, Rizoma, Chuvento o lengua secreta, La noche es otra luz y, el más reciente, Espacio teselado. Tradujo el libro The Bounty, de Derek Walcott (La Providencia) y ha publicado los libros de crítica Hilo de Aracne, Femina Faber y Poéticas que armar. Obtuvo el Premio de Ensayo de Casa de las Américas (Cuba) en 2020 con su libro Apalabrarse en la desposesión. Literatura, arte y multitud en el Caribe insular. Ha antologado la poesía puertorriqueña en dos colecciones publicadas en La Habana y Caracas y la obra de las poetas puertorriqueñas de la promoción del 70 en su antología De lengua, razón y cuerpo. Ha obtenido múltiples premios nacionales e internacionales por su obra poética y crítica.

 

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