Félix Ojeda Reyes: protagonista de la historia

Homenaje a Félix Ojeda Reyes. de izq, a derecha Lucila Irizarry, Florencio Merced y Manuel de J. González. Foto: Alina Luciano

 

Conocí a Félix Ojeda Reyes a mediados de la década del 2000, en su oficina en el Instituto de Estudios del Caribe, mientras investigaba para hacer mi tesis de maestría en historia, sobre los Comandos Armados de Liberación (CAL), que en ese momento era anatema. No tenía idea del universo paralelo al que me estaba insertando como investigadora, pero me devoraba el primer motor que da origen a la búsqueda de conocimiento: la curiosidad, que, en mi caso, era la de entender las luchas emancipadoras de mi país y a los exponentes de los movimientos  libertarios.

No recuerdo si para la reunión con Félix hice una cita o si llegué a su oficina en paracaídas, cosa que ya no viene a cuento. De lo que sí me acuerdo es que esa entrevista que fui a hacer, preguntas en mano y bien practicada, me la terminó hacienda él a mi. ¿Quién tú eres? Preguntó con un tono en la voz que heló los huesos, porque era novata. Le dije mi nombre; que era estudiante de historia, y demás cosas superficiales que me dieron a entender que no respondían su pregunta, porque me interrumpió para hacerme, de forma poco simpática y como excelente investigador que él era, lo que percibí como una contra-entrevista. ¿De dónde eres? Preguntó. Yo le dije: de Las Piedras. Pero él me abordó con: ¿Quiénes son tus padres, a qué se dedican? Quién te dirige la tesis? No podía faltar la pregunta. ¿Por qué te interesa este tema?

Don Félix no fue el único que actuó de esa forma, pero de todos, fue el más cortante.  Ese día tuve una mezcla de emociones que iban de la sensación al resbalar en un balde de agua fría, hasta el mariposeo en el estómago porque se había multiplicado significativamente mis ganas de saber de qué se trataba el CAL. Hago una nota al calce al estilo Turabian: Cuando usted le diga a un estudiante de historia que no estudie ese tema, sepa que es justamente lo que va a hacer. Por eso leí todo lo que se publicó en CLARIDAD y en los periódicos comerciales nativos y extranjeros desde mediados de la década del 50’, así como los libros de historia de Puerto Rico, revistas de sociología, leyes internacionales sobre descolonización,  obviamente las carpetas que el FBI confeccionó respecto al comando, porque si CAL era un organización revolucionaria de la Nueva Lucha, había que conocer qué los motivó a levantarse contra el colonialismo (qué razones hubo y hay de sobra y ustedes las conocen), cómo se manifestó el aparato represivo del estado contra ellos, y de qué forma el aparato ideológico los presentaba; así como la dicotomía del bien y el mal, entiéndase, ELA versus “terrorismo independentista”.

Para ese entonces yo suponía que CAL era el brazo armado del Movimiento Pro Independencia, (y con esto sé que los dejo impactados), pero entendía como imprudencia vincular una cosa con la otra en la publicación. Luego de terminar la tesis decidí hacer el libro con una portada que  hasta la fecha me ha fascinado, a la que Félix, cuando la vio, la llamó “la maldita maquinilla”. Lo supe porque se lo dijo a mi mentora, la Dra. Evelyn Vélez, y con el paso de los años él mismo  me lo dijo. “¡Mira Lucila –dijo- cuando vi esa portada me dio un coraje!” Y me explicó al respecto el misticismo sobre la maquinilla con la que escribieron los comunicados del CAL; que los gendarmes del estado nunca dieron con ella y no iban a parar de joder hasta encontrarla. Yo lo sabía, porque era tema recurrente en las carpetas federales, aunque no se pueda creer todo de las carpetas. No le pedí perdón por ser osada, pero sí le pedí que hiciera el prólogo para la nueva edición del libro, cosa que hizo de forma hermosa y contundente. Pude haberle pedido que lo firmara como Martín González, pero no llegué a tanto y de eso sí me arrepiento. Por él aprendí que “un artefacto incendiario no explota, deflagra”.

Félix Ojeda Reyes o Martín González, como mejor lo conozcan ustedes, fue el investigador/historiador que los “historiadores jóvenes” –como nos llaman cuando tenemos menos de 65 años- anhelamos ser: el historiador partícipe. Cuando hablamos del oficio de historiar nos referimos a la tarea de investigar de manera científica. Analizar, documentar y narrar organizada y detalladamente acontecimientos y hechos/acciones de vida de un individuo o colectivo. La voz narrativa del cronista/historiador transfiere la ideología de quien escribe, porque no hay tal cosa como historiador apolítico, de hecho, nadie es apolítico, por eso unos escogemos estudiar el CAL-entón decolonial y otros el guarapos de la caña.

Pero Félix vivió y vio de todo. Desde muy joven tuvo acceso al núcleo, a lo más intrínseco de nuestra historia nacional; a los forjadores de un devenir independentista divergente que ideó una nueva política emancipadora. De esa forma combatió en todos los frentes, en la FUPI,  en el MPI, en Claridad, en CAL (no necesariamente en ese orden), también, en la Universidad, y en cada archivo y biblioteca intra y extramuros nacionales; desarrollándose cual cuadro de una trilogía política/revolucionaria/intelectual que no es común.

Su labor rompió los cánones del típico intelectual de oficina que dicta cátedra a través de jovencitos de estudio y trabajo, Félix Ojeda fue otra cosa; el tipo de maestro contestatario que utilizó todos los espacios a su alcance para la obra libertadora, como Betances. En ese sentido, la comparación no es exageración de mi parte. Tanto el maestro como el médico de los olvidados –pertenecieron  a sociedades secretas abolicionistas y anticolonialistas, con otros nombres, e hicieron de sus vidas y oficios un trabajo político. Uno le dio vida y carácter al otro, de forma simbiótica, y ambos, a nosotros los antillanos. En ese sentido, Félix hizo y fue protagonista de la Historia.

 

Presentación realizada en la actividad en recordación de Félix Ojeda realizada en CLARIDAD el 26 de octubre de 2023

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