Israel, un estado forajido con cómplices poderosos

 

Para el gobierno de Israel, fue un rudo golpe judicial y diplomático cuando la Corte Internacional de Justicia de la Haya  (ICJ, por sus siglas en inglés), determinó hace unas semanas que la conducta de sus fuerzas armadas en la franja de Gaza y las masivas matanzas de civiles palestinos podrían plausiblemente constituir un genocidio bajo los parámetros de la Convención de Ginebra sobre el Genocidio. En aquel momento, ya habían sido asesinados al menos 20,000 civiles palestinos por el fuego y los bombardeos israelíes en Gaza, el 75 porciento de estos mujeres, niñas y niños. Por eso, el Tribunal, además de acoger la evidencia de las actuaciones de Israel en Gaza, representadas como genocidas por el gobierno de África del Sur, le ordenó al gobierno de Israel tomar todas la medidas cautelares  necesarias para evitar las muertes de civiles inocentes en el conflicto. Sin embargo, se quedó corto al no ordenar el cese al fuego que hubiese sido un ultimátum para Israel

Varias semanas después de la histórica decisión judicial, hoy suman más de 28,000 los civiles palestinos asesinados en Gaza  y cada vez son más cruentas y descarnadas las imágenes de la  destrucción física alli, del entrampamiento de la población acorralada, a la que cruelmente se somete al terror, la violencia y la muerte, mientras se le niegan los servicios básicos y la más elemental ayuda humanitaria. En resumen, Israel ha intensificado sus acciones en Gaza, aumentado la cifra de civiles asesinados y no parece dispuesto a reconocer el mandato del tribunal internacional.

Los reportajes de prensa en tiempo real sobre lo que ocurre en el territorio palestino desde que se desató esta guerra hace cuatro meses, son tan contundentes que no debe quedar duda de que las actuaciones de la milicia israelí allí contravienen las reglas de la guerra acordadas por la comunidad internacional, el derecho y las normas internacionales prevalecientes. La virulencia y crueldad de su conducta  le ha quitado a Israel la máscara de país victimizado, y en perpetua necesidad de defenderse y ser defendido. Se ha revelado en toda su arrogancia como un  estado forajido – al margen de las leyes y las convenciones sobre las guerras que obligan a los gobiernos del mundo- con la intención y pretensión de imponerse por la fuerza y apropiarse de todo un extenso territorio que no le pertenece, ni le ha pertenecido nunca, para expandir su poderío nuclear sobre la región del Medio Oriente, y construir el gran Israel de su delirio mesiánico, racista y excluyente. Todo esto se pretende lograr sobre las vidas y el futuro de millones de palestinos, un pueblo que ha vivido por milenios en dicha región y forma parte del núcleo originario de esas tierras que una vez compartieron múltiples pueblos, etnias y tribus.

La maquinaria militar y nuclear genocida que desde el 1948 se conoce como el estado de Israel nunca hubiese existido sin la fuerza de los otros estados que forjaron su creación y lo han sostenido económica y militarmente, de manera  incondicional  hasta el día de hoy. Gran Bretaña, Estados Unidos y la Alemania sacudida por la culpa del Holocausto son hoy los principales gobiernos aliados y cómplices de la barbarie de Israel contra el pueblo palestino en Gaza y Cisjordania,  y los defensores a ultranza  que tras bastidores le garantizan a Israel total impunidad. En el resto del mundo, crece cada vez más la repulsión y las protestas contra esta guerra y el clamor por un cese al fuego se extiende por todo el planeta. Incluso en Washington, Londres y Berlin, como en el propio Tel Aviv, se manifiesta masivamente la oposición a esta guerra de exterminio de Israel contra el pueblo palestino.

Mientras, el gobierno de Israel sigue de oídos sordos. Al cierre de estas líneas,  parece que es  inminente su invasión de Rafah, ciudad fronteriza en la franja de Gaza donde se encuentran refugiados cerca de 1.5 millones de palestinos, hoy desplazados de sus casas y comunidades destruidas por los bombardeos. La Organización de Naciones Unidas (ONU) ha advertido que la invasión de Rafah podría convertirse en la peor y más destructiva catástrofe de toda la guerra y ha pedido la intervención de Estados Unidos y Gran Bretaña para evitar la misma.  Tristemente, la diplomacia, la negociación y los llamados de cese al fuego han tenido resultados limitados  durante este conflicto. Poco puede avanzar la razón ante la prepotencia  de un estado forajido que se sabe respaldado por cómplices muy poderosos.

 

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