Buenos días, a todos y todas. Muchas gracias por permitirme estar aquí entre ustedes. Un agradecimiento especial a Nilsa Félix por esta invitación.
Resulta significativo para mí que estemos hoy en Salinas celebrando el natalicio de don Pedro Albizu Campos. Salinas es un lugar que tuvo mucha importancia en la vida y obra de El Maestro. Quiero citar brevemente un discurso de 1932, en que él habla de sus años de adolescencia corriendo por las llanuras fértiles de Salinas. Dijo don Pedro a la audiencia reunida ese día para escucharlo en este pueblo: «Recordad la tradicional alegría, la jarana cotidiana, la festividad que se hacía a diario, cascabel en el espíritu».
Para mí también, Salinas es un lugar de mucha significación. Aunque nací en Estados Unidos, me crie en Guayama, no muy lejos de aquí. Y crecí en una época en que los pueblos del Sureste —desde Patillas a Juana Díaz— estaban estrechamente relacionados, en lo económico, social y espiritual. En esos días no existía el expreso a Ponce. Para llegar a San Juan o a Ponce, en gestiones importantes, la gente de Guayama tenía que pasar por el centro de Salinas, doblar la esquina de su plaza. El recuerdo que yo tengo de Salinas no es distinto al que tenía don Pedro: alegría, jarana, festividad.
Hoy no pensamos mucho en eso, pero en el Sureste de Puerto Rico, en esta región llena de magia mulata y de lugares hermosos, había mucha diversidad social y cultural. Salinas, en particular, se destacaba por su rica gastronomía, el deporte y la música. Esa diversidad, sin embargo, se levantaba sobre un trasfondo antillano común del Sureste. Cada pueblo, barriada y sector era expresión de la vitalidad del mar Caribe. No en balde, don Pedro habla del pueblo de Salinas como un cascabel en el espíritu.
Hará cosa de un año, cuando Nilsa me habló de esta actividad, me mencionó algo que caló muy hondo en mi mente. Espero no citarla de manera equivocada. Lo que yo recuerdo que Nilsa me dijo fue que «la figura de don Pedro ha sido tan demonizada que resulta difícil, hasta para nosotros los independentistas, hablar de él sin una referencia crítica a esa demonización». Es decir, sentimos la necesidad de refutar, de entrada, todo el cúmulo de mentiras que se han dicho y se siguen diciendo sobre él.
Es demonización es el resultado de un truco ideológico ingenioso que los defensores del coloniaje implementaron desde tan temprano como los primeros años de la década de los treinta. Y digo que es un truco ideológico ingenioso porque no nos deja ver que las verdaderas víctimas de esa demonización de la vida y obra de don Pedro somos nosotros, el pueblo de Puerto Rico. Cualquiera que lea los escritos de Albizu Campos y que escuche las grabaciones de sus discursos, se da cuenta de que si algo sabía él era cómo defender a Puerto Rico y cómo defenderse él, en su patriotismo intachable. Don Pedro era como esas poderosas montañas de la cordillera que definen el sureste de Puerto Rico, seguro de sí mismo, inamovible en su amor por nuestra nación.
La invitación que hago yo hoy es, pues, a que cado uno de nosotros y nosotras reflexione sobre cómo esa demonización de la vida y obra de don Pedro le ha afectado personalmente. Me gustaría, al respecto, hablar de mi propia experiencia.
Ya mencioné que me crie en Guayama. En esos tiempos, o sea, cerca de medio siglo atrás, no se hablaba de don Pedro ni en la calle ni en la escuela. Albizu Campos era un tema prohibido. Esto, a pesar de que Guayama, al igual que Salinas, fue un lugar que jugó un papel fundamental en la vida y obra revolucionaria de El Maestro. El llamado que hicieron los trabajadores de la caña en el sureste, incluidos los de Guayama, para que don Pedro interviniera a favor de sus reclamos en la huelga cañera de 1934 constituye uno de los capítulos más excelsos de las luchas de nuestro pueblo por afirmar su derecho a una vida digna y justa. ¿No tenía derecho mi generación a conocer esa historia de lucha libertaria? Además, fue en Guayama, durante los años de persecución criminal abierta por el Gobierno federal y los colonialistas, que la familia de don Pedro obtuvo la ayuda que requería para salir de Puerto Rico y mantenerse a salvo. ¿Quién les dio la mano, contrariando los deseos del imperio? Esa mano la extendió la familia Calimano, en particular, don Fernando Calimano. ¿No tenía mi generación el derecho a conocer todas esas historias que revelan nuestra esencia de pueblo noble y valeroso?
El silencio es una de las formas más perversas de demonización. Esto lo vi no solo en Guayama, sino también en el Colegio Universitario de Cayey. Ya en el CUC se hablaba de don Pedro, pero, a pesar de los cursos de historia de Puerto Rico que tomé, la obra y vida de Albizu Campos no tenía en ellos un lugar destacado. No recuerdo ni una sola ocasión en que se me asignara un escrito de don Pedro. Tampoco se hablaba académicamente de su rica conceptualización del coloniaje ni de su análisis acerca del dominio de los monopolios sobre nuestro país. Por suerte, para esos días (1972) se publicó el libro de Manuel Maldonado Denis, La conciencia nacional puertorriqueña. Ese libro, cuya ejemplar original aún guardo, fue un primer paso para conocer la obra y vida de don Pedro, fuera de la mencionada demonización de su persona.
Afirmo aquí, sin ánimo de polémica, que fue al llegar a Estados Unidos a principios de la década de los ochenta, específicamente al Bronx en Nueva York, que empecé a conocer la obra y vida de El Maestro en todo su significado real. Para mi asombro, en la comunidad boricua de la Gran Manzana se hablaba de don Pedro y del Partido Nacionalista con una cotidianidad y entusiasmo que me dejaron deslumbrado. Y no sólo eso, sino que se veneraba la bandera de Puerto Rico como el símbolo más consagrado de nuestra identidad. La bandera estaba por todas partes, en las calles, en las casas, en los adornos y en la ropa. Esto era un mundo desconocido para mí, que venía de un lugar en que mencionar a don Pedro era un sacrilegio. En ese mundo para mí exótico no se hablaba tanto de ser puertorriqueño como de ser boricua, acepción que lo permeaba y abarcaba todo.
Por esos años, iniciada la década de los ochenta, llegó a mis manos un libro que transformaría para siempre mi visión de don Pedro. Me refiero a la primera edición de las Obras escogidas de Pedro Albizu Campos, compiladas por Benjamín Torres. Hice de su lectura un proyecto personal. No recuerdo cuántas veces leí el primer tomo; releyendo cada artículo, escudriñando cada palabra, extrayendo cada concepto.
De nuevo, mi invitación es a que todos y todas reflexionemos sobre la manera en que la demonización de la vida y obra de don Pedro nos ha afectado. Romper con la demonización de la obra de El Maestro es el camino para conocernos a nosotros mismos. ¿Por qué insistir en esto? Porque Albizu Campos, ejemplo excelso de sabiduría, valor y sacrificio era, ante todo, un boricua, un boricua que amaba incondicionalmente a Puerto Rico.
Ponencia con motivo de la conmemoración del natalicio de don Pedro en la Plaza Monumento Albizu Campos en el pueblo de Salinas, 9 de septiembre de 2023
Monumento a Pedro Albizu Campos en Salinas