La Goyco

 

Juan Otero Garabís

“Si el Papa no quiere losán, el Papa no cree en Eribó”

Justi Barreto

“Soy de allí, de los que sobrevivieron”

Rubén Blades

Allí nos reunimos, pocos días después de María, para iniciar una parranda plenera de supervivencia con la que deseábamos alegrar un poco nuestra sacudida comunidad de Cangrejos abajo. No, no fue allí exactamente: fue en la esquina Loíza y Las Palmas. La Goyco estaba cerrada desde el 2015.

Pero no por mucho tiempo, pues la devastación causada por la huracana María nos animó a rescatar la Escuela Pedro G. Goyco en la Calle Loíza para que fuera centro de resiliencia comunitaria en vez de nido de sabandijas. Con mucho entusiasmo vecines y comerciantes nos dimos la mano para limpiar escombros, pasar manguera y habilitar baños y el comedor. El entusiasmo fue contagioso y muy pronto vecines aledaños, organizaciones sin fines de lucro y hasta turistas se sumaron a las tareas que algunos sábados del mes realizábamos, ganándole terreno a escombros, mugre, polilla y comején. Gracias al Programa del Estuario de la Bahía de San Juan el antiguo comedor se habilitó con luz solar, nevera y estufa de gas accesible para la comunidad en situaciones de emergencia. Gracias a Optico Fiber hoy también tenemos conexión a internet.

Antes de María, ya la comunidad había comenzado a reunirse frente a la Goyco, sin luz, cada cual con su silla, y en su patio frontal comenzaron las conversaciones sobre qué hacer con una escuela cerrada en medio de la Calle Loíza, en Santurce. Poco antes de su cierre, con la colaboración del entonces director de la Escuela, estudiantes y vecinos pintaron un mural para la primera de las tres Fiestas de la Calle Loíza. Después de María, con la escuela ya cerrada,pintamos un mural —diseñado por Yolanda Velázquez y Lío Villahermosa—con el lema “En la Loíza vive gente”. Mensaje con el que recibíamos a nuestros visitantes y nuevos vecines con el ideal de mantener un ambiente de convivencia y respeto. Mensaje de una comunidad legendaria; fundada por afrodescendientes sobre las tierras arenosas de la ciénaga y el manglar. De una comunidad hoy social, racial y étnicamente diversa, pero mayormente de trabajadores y trabajadoras, muchos ya jubilados. Comunidad que en gran parte se forjó casa a casa, o ladrillo a ladrillo como Maelo construyó la de Doña Margot; comunidad con vecinos y vecinas organizados para defender su litoral. Con mujeres activistas y emprendedoras como Jenny, Iliana, Johanna, Cristina, Puchi y Mariana, líderes de nuestra comunidad.

Tras las huracanas Irma y María y para un país en quiebra y sediento de inversionistas, la Calle y el sector lucían como paraíso de oportunidades para pequeñas empresas, las que inicialmente ocuparon locales vacíos y poco a poco han ido empujando a residentes y antiguos negocios. Negocios que prestaban servicio a la comunidad han sido y son desplazados a manos de especuladores y negociantes que quieren lucrarse sirviendo a turistas locales y extranjeros. Que dejan la basura, agravan el alcantarillado y se llevan las ganancias a sus palacetes en otros lares. En el 2018 el Gobierno sin consultar a ningún residente la declaró Centro Gastronómico y Cultural (Ley 275 2018), sin contemplar si había infraestructura para tamaño título ni aprobar planes ni presupuesto al respecto.

Sin embargo, si bien estas medidas han favorecido a estos nuevos corsarios que comercian con la zona; quienes parecen beneficiarse más son las barras que tras las huracanas asedian el barrio. Algunas ocultas tras permisos de comida o de café teatro atraen a visitantes que se estacionan indiscriminadamente frente a las residencias y hacen frente a nuestras casas cosas que en las suyas no harían. La tranquilidad de la vecindad está amenazada por fiestas que enriquecen a los piratas de turno con sus tráficos divertidos y liberales. Y por las especulaciones de esos turistas invitados por las leyes 20 y 21 se ha inflado el valor de la propiedad, se ha inundado la zona con alquileres turísticos y se ha puesto en competencia desleal a inversionistas o familias locales que no gozan de las excepciones contributivas ni les fluye tanto efectivo por sus manos para establecer hogares en la zona.

Mientras tanto continuamos rescatando La Goyco. El Municipio estableció allí un almacén de materiales para emergencia y otros utensilios y cedió un salón a Operation Blessing, organización que realizaba esfuerzos de purificación de agua post María; puso vigilancia y posteriormente reinstaló la luz y el agua. Pero fuimos les residentes con la ayuda de algunos de los comerciantes quienes nos unimos para convertir La Goyco en un centro cultural comunitario. Sueño que veíamos crecer al limpiar salones, arreglar baños y comenzar un huerto; con cada Feria comunitaria, en las que se provee servicios de salud gratuitos, gracias a la Asociación de Médicos y Enfermeras, venta y distribución de productos agrícolas, ferias de libros, presentaciones cirquenses, entre otras actividades. Actualmente también se ofrecen consultas de psicoanálisis gratuitas, gracias a la Clínica Psicoanalítica Comunitaria, dirigida por la doctora María Victoria García. Servicios generados por vecinas y vecinos que de un modo u otro hacen o buscan en La Goyco un espacio donde crecer o al menos resistir las embestiduras económicas y sociales de un país en quiebra y con ayudas federales retrasadas hasta la impaciencia.

Los proyectos seguían corriendo y decidimos organizarnos como Taller Comunidad La Goyco (https://www.lagoyco.org/) para contar con una entidad para los procesos burocráticos y tener una personalidad con la cual negociar con las autoridades gubernamentales. El Museo de Arte Contemporáneo (MAC), bajo su programa MAC en el Barrio fue quien primero reconoció las posibilidades comunitarias y artísticas del espacio y Yolanda Velázquez —nuestra artista residente— en julio 2019 montó su taller La Ciénaga y su exposición en La Goyco como parte del Mac en el Barrio. Ese diciembre, Héctor Tito Matos curó la exposición fotográfica y musical el Paseo de la Plena Cangrejera: un recorrido que junta las biografías de los baluartes de nuestra música con la historia de Santurce y de la Calle Loíza. Inicialmente el paseo terminaba frente a lo que fue La Junta, negocio de plenazos domingueros. Exposición y Paseo hoy localizados en La Goyco con una parada adicional en La Casa de la Plena. Pues en la Loíza también la plena vive y hoy tiene su Casa en La Goyco: rincón de memoria y creación, forjada a pulmón y galillo por Tito Matos, gracias a muchos auspicios y donativos. Donde el tercer sábado de mes concluye el Paseo de la Plena con Tito y “tos los pleneros —y pleneras— que hacen una tarima en cualquier esquina”, como reza el mural de Gustavo Castrodad a la entrada de la Casa de la Plena. Mientras más vengan, más la máquina se enciende y el barrio entonces suena como sonara cuando La Goyco era la escuela de Maelo.

En octubre pasado, la alcaldesa de San Juan nos la traspasó oficialmente tras tres años de ocupación por la comunidad. Durante este periodo hemos servido para la recuperación tras los huracanes, los apagones, los terremotos y durante la pandemia. La cuarentena no impidió que continuáramos prestando servicios: repartimos alimentos e hicimos pruebas y vacunaciones covid-19; por iniciativa de la fotógrafa Laura Magruder se colocó un cartel exhortando el uso de la mascarilla; ofrecimos consultas sicológicas de forma virtual, clases de yoga, talleres de bomba y de plena a distancia; continuó el jazz los domingos, luego se ‘reabrió’ el cine al aire libre —que gracias a Michelle Malley y Cinema Paradiso se exhibe todos los meses— y comenzó “Pan de Libros”, conversatorio semanal sobre literatura y cultura con les profesores Juan Otero y Lydia Platón. Las plataformas sociales nos sirvieron de vehículo para continuar abriendo estos espacios para la comunidad, algunos gracias a aportaciones de Hispanic Federation, Miranda Foundation, Fundación Flamboyán y la Jazz Foundation, entre otras entidades no gubernamentales. Y como si fuera poco, orgullosas de nuestras tradiciones, en mayo celebramos las Fiestas de Cruz: fiestas de pueblo que en la Calle Calma organizaba Ivelisse Rivera.

Tomar posesión del edificio nos responsabiliza de su mantenimiento, además de continuar enriqueciendo nuestra oferta social, cultural y comunitaria. Para ello rentamos espacios a pequeñas empresas con intereses afines a nuestro lema de convivencia, respeto y solidaridad. De este modo y junto a las aportaciones de nuestros visitantes podemos dedicarnos al fortalecimiento de la comunidad con más servicios, pero sobre todo con un espacio diferente para su disfrute. Por ello se ha reservado el primer piso para co-trabajo y co-creación de arte, música, danza y teatro y de servicios de salud. Nuestro huerto —iniciativa de Ricardo Burgos y el Estuario, motorizado por Cristina Sesto y con la ayuda del Departamento de la Comida— ya nutre a la comunidad con albahaca, recao, orégano, tomate, berenjena y mostaza. El antiguo comedor escolar es centro resiliente y salón de reuniones y actividades; semanalmente se ofrece a precio módico talleres de plena, de baile de bomba, de movimiento y clases de yoga. Los primeros en la Sala de Música y los segundos en el Salón de Teatro y Danza donado por la PRAI de Northwestern University y Mellon Foundation; instituciones que también auspician residencias para artistas en el espacio. Actualmente, gracias al diseño y las manos de José Luis Gutiérrez, del Laboratorio Comején, estamos habilitando nuestra Sala de Lectura, todo con el trabajo voluntario de vecinos y vecinas, y en la colindancia con la librería La Esquina. La Sala es la sede del Comité de Educación y aspira a ser centro de intercambios literarios, lecturas de libros infantiles y de poesía y proveedora de servicios educativos a adultos y adolescentes. Música, cine, danza, teatro, literatura y educación: en La Goyco la cultura vive.

Muchos quisiéramos que La Goyco continuara siendo una escuela. Allí se educó el barrio y el aula es parte de la memoria colectiva de generaciones de cangrejeros y cangrejeras. A muchos les hemos visto sonrientes al regresar y verla viva, con las banderas de Puerto Rico y de Santurce recibiéndoles en la entrada. Ese sueño no ha muerto y de cierto modo renace con el quehacer del grupo de trabajo y la comunidad. Sí, porque hoy sus pasillos albergan otro tipo de educación auto gestada e improvisada cada vez que nos reunimos para decidir nuestros planes de trabajo, redactar propuestas para fondos, diseñar programación, trabajar en el huerto, en la composta, lavar baños y pasillos. Aprendemos a reciclar responsablemente el plástico, el cartón, el cristal, el aceite y los desperdicios orgánicos. Aprendemos tanto con los talleres de arte y de reúso de materiales como en la interacción diaria de los que la habitamos y hacemos de ella un espacio público en medio del desenfrenado impulso económico y privado de la zona.

Porque sí, hay quien quisiera ver un hotel o un centro comercial donde hoy construimos el Taller Comunidad La Goyco. Inversionistas extranjeros se pasean por la calle y confieso que veo signos de cryptonita en sus pupilas. Lo que fue y todavía es un resuelve económico de unos, se ha convertido en una inversión de capital desenfrenada e injusta que amenaza con destruir el barrio. San Mateo de Cangrejos fue el único pueblo fundado por africanos libres en Puerto Rico. Sus forjadores y forjadoras fueron quienes “junto al borincano” defendieron la isla —y su litoral— frente a la invasión inglesa de 1797, según recuerda Tite Curet y probablemente muchos de los Cortijos, Cepedas y Riveras que han vivido en la zona. Todavía falta mucho por reconstruir de la historia de Santurce y sus barrios. Historia que continúa escribiéndose: historia de relaciones, comercios, migraciones, evasiones; en fin, de relaciones vecinales entre sí y con los ímpetus capitalinos y capitalistas.

Sé que suena romántico mi entusiasmo, pero sé que no somos únicos ni estamos solas. Esfuerzos similares se dan en otras partes como en Piñones, donde se formó el Centro Comunitario Emiliano Figueroa Torres, y les vecines de San Antón, Saint Just y el Residencial los Mirtos en Carolina desarrollan un proyecto innovador para la escuela Carlos Conde Marín, cerrada en el 2017. Estos son solo dos ejemplos más de muchos otros proyectos colectivos que persiguen el desarrollo comunitario y el derecho a la ciudad y al uso de los espacios públicos, sobre la base de la auto gestión, el respeto y la solidaridad. Esfuerzos transformadores de espacios y mentalidades que nos enseñan que podemos mejorar entre todes nuestra condición de vida. Comunidades organizadas que, sin embargo, tienen que competir por los mismos fondos gubernamentales y de organizaciones no gubernamentales.

A unas cuadras de La Goyco están el Centro Gubernamental de Minillas y el Centro de Bellas Artes, cuyas construcciones desplazaron a los vecinos de la Parada 21 y calles aledañas. Cerca de la 21 está la Escuela Superior Central —donde Maelo y Cortijo se conocieron—, pero sus toques de bomba fueron la escuela musical del dúo que puso la herencia africana a vibrar por toda la isla. En su memoria, Los Pleneros de la 21 —otros cangrejeros— en Nueva York continúan cultivando y desarrollando nuestros ritmos afroboricuas. Acá, en Cangrejos abajo está La Goyco, taller de una comunidad que se aferra a su mangle y sus palmares: resistiendo al embate del trópico, de bucaneros y piratas. Escuela que nos enseña que la historia no está escrita en piedra ni se escribe exclusivamente en las academias; sino que día a día se vive, se labra, se canta y cada granito cuenta.

Visto desde la comodidad del trópico puede que el proyecto parezca muy grande y seguramente hay quien apuesta a nuestro fracaso. Visto desde dentro de la olla, donde se cuece el caldo, también parece inmenso, pero eso solo nos anima a continuar. Nos anima también ver la vertiginosa transformación del espacio en menos de un año de ser oficialmente dueños de La Goyco. El aula vacía de años atrás está llena de actividades y sueños y, a pesar de la pandemia, se han ampliado los servicios y la tarima Nilita Vientós Gastón ha sido escenario del mejor jazz y las mejores películas de la temporada. Nos anima también vernos crecer como grupo de trabajo: nutrirnos mutuamente, equivocarnos y soportarnos, pero sobre todo al compartir esfuerzos y alegrías. Sí, puede que nos quede grande el proyecto como a otros les queda grande el país. Se nos hará más liviano y quizás también te contagie si nos das la mano.

 

Artículo anteriorLa revolución de las apetencias. Conversación con Melanie Pérez Ortiz
Artículo siguienteCuba: Este momento crítico podría ser para avanzar