La guagua aérea vuelve a emprender vuelo

El espacio teatral, un espacio de inventivas sugerentes, de imaginarios que el espectador completa con sus vivencias y expectativas al integrar las imágenes recreadas y los lugares propuestos, es siempre un reto para cualquier producción. Ese espacio, que pareciera estático, formal y de mera ambientación, se convierte en un “personaje” más, una mina de significaciones que, bien aprovechado, absorbe al espectador en ese otro mundo que contempla desde su butaca. La magia creada, entonces, sorprende y perturba, especialmente cuando nos damos cuenta de que nos perdemos en un espectáculo que bordea la ciencia ficción. Esa, precisamente, es la experiencia que la audiencia tuvo al asistir al estreno de “La guagua aérea. El musical.”

Luego de ser literatura y, más tarde, cine, “La guagua aérea” de Luis Rafael Sánchez sigue siendo un referente sobre nuestra respuesta, como pueblo y como individuos, a nuestra colonialidad, sin duda política (externa), pero también social (interna). Sin embargo, y quizá por eso, es que una se cuestiona cómo puede producirse, con originalidad, una nueva representación de este texto, esta vez en el teatro. Contesto así: con rotundo éxito.

La puesta en escena de Gíbaro de Puerto Rico es una recreación de la aclamada película dirigida por Luis Molina Casanova. Para ello, el espacio teatral se transformó en varios espacios: la sala de espera del aeropuerto, el interior del avión, los espacios familiares rememorados —particularmente el campo mitificado—, la autoafirmación de Gurdelia y su denuncia de la marginación en la sociedad patriarcal, los sueños y añoranzas de boda y vida juntos, en fin, los múltiples espacios vivenciales tanto de la obra como de cada una de nosotros. El escenario de Bellas Artes se multiplicó con vehemencia, en ocasiones logrando la simultaneidad que la linealidad del medio fílmico no permite. El manejo de esos espacios no solo se operó desde la disposición espacial de la utilería, sino con la integración de videos que también se dispersaban por múltiples áreas del escenario, en un constante cuestionamiento de la rigurosidad referencial cartesiana. Esa integración, magistralmente manejada por el equipo de producción, logró crear un espacio sorprendentemente sencillo y complejo a la vez que, en ocasiones, jugaba, cuestionaba y burlaba el ojo espectador.

Fotos por Johanna Emmanuelli Huertas

Esta obra no es, estrictamente, un musical, sino una obra teatral con canciones integradas. Un elenco de 26 artistas bailó y cantó coordinadamente. Como siempre sucede en los estrenos, hubo uno que otro asunto de sonido y luces que, sin duda, se afinará para las próximas presentaciones. Las canciones originales fueron escritas por la directora de la obra, Aidita Encarnación Ilarraza, cuya dirección escénica es una de las más logradas en el teatro puertorriqueño.

¡Qué lujo tener una obra que exitosamente se ha movido desde la literatura al cine al teatro, exhibiendo y perfeccionando la creatividad artística de nuestro pueblo!

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