La muerte que nunca debió ocurrir jamás.

 

 

El árbol genealógico de un suicida es un eterno presente. De tiempo, y de obsequio. Hay un claro antes. Un turbio después. Un presente de muerte en las manos. Un padre se ahorca. Un hijo sobrevive. En fin. El fin.

La suspensión de todo un árbol genealógico en el suicida. El último Lacan dio al traste con la univocidad Padre al añadir una (s) al Nombre. En La Mujer, tachó el La. Curioso. No existe La Mujer, tampoco un Nombre del Padre. Es posible que así Lacan diera cuenta del quiebre profundo de la familia nuclear burguesa. Es más posible que seamos Legión, porque somos muchos. Un Nombre no contiene los Padres. El La en La mujer no las contiene.

Sin embargo, todavía ahí se puede pensar en una genealogía. Aún en la muchedumbre, en Legión. El fin(al) (y su fundación, o [per]manencia paradójica) de la genealogía ocurre con la expulsión, con el descarrilar desenfrenado de cerdos por una barranca.

¿Qué expulsa un suicida?, más aún: ¿qué silencio expulsa un suicida tras la horca? ¿cuál es el silencio que hoy, ya unos 30 años de ocurrido, todavía pone sus dedos a mis labios? Es el alcohol que me permite hablarlo. No hablarlo, porque del suicidio no se habla. Hay un barrer bajo la alfombra, un susurro sin fin. Un presente (obsequio) presente (tiempo). Se anula la voz en un susurro.

El suicidio de un padre nombra al hijo, de la misma vez que lo escamotea de la genealogía. El suicidio es un quiebre radical en la cadena de Nombres, por ende, de la posibilidad de significante. Hay un quiebre y un abismo. Un insalvable en todo su rigor. La(s) mancha(s) del Padre que son los Nombres inscrito en el sujeto son más oscuras, y más frágiles. Lo único que sostiene a un hijo que sobrevive al suicidio del Padre es la constante renu(e)ncia a morir, aún cuando no sea otro el deseo. La renuncia no se cierra a un quizá, pero se abre total a un todavía. Todavía no. No es tiempo. Aún (Lacan).

No hay quien se exponga al borde del morir que quien sobrevive al suicidio de un padre. Cada vez camina más hacia el borde, e incluso cesa de existir cuando su cuerpo todavía está vivo. En ese sentido, el sujeto (Legión, genealogía) cesa a la biología. Lo que late está vivo. Pero no vive, y si vive, es en un estado de suspensión: de presente (obsequio, tiempo).

Un suicida cesa. Un padre suicida cede. Ambos, cesar y cede, pertenecen al obsequio. Pero en el suicidio de un padre, la muerte pasa de una mano a la otra. Todo hijo carga con la muerte de su padre, pero nunca como la carga del hijo que sobrevive al suicidio del padre. Jamás. Es una muerte que lo suspende todo hacia el dolor. No cesa. No cede. No tiene Nombre(s). No puede darse lugar. No tiene genealogía. La atraviesa. La suspende. Un objeto sin fin, que es el peor de todos. No desaparece. E(c)lipsa, pero nunca desaparece. Está ahí, sempiterna. Cruda. Presente cuando despiertas. Presente cuando duermes. La mano tendida hacia un presente que nunca debí recibir. La muerte que nunca debió ocurrir jamás.

— e.s. ortiz-gonzález

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