La ñapa del En Rojo: “¡Ese es Cuqui, ese es Cuqui!”

 

Peyton Place olía a poesía, disimulo, amor y libertad, incienso y otras yerbas aromáticas y medicinales. A tomates no olía.

Era el pulmón norte del Centro de Estudiantes del Recinto y representaba la llegada a Puerto Rico de las teorías de la arquitectura orgánica, ideario constructivo que proponía la armonía entre lo construído y lo natural. Estas ideas, promulgadas originalmente por Frank Lloyd Wright, fueron traídas a Puerto Rico por su discípulo, el alemán Henry Klumb. El edificio se abría al norte mediante una amplia terraza destechada para recibir una gran bocanada de luz, brisa, monte y serenidad. Pero Peyton Place era otra cosa los viernes.

El velatorio de Roberto Roena se llevó a cabo en los pueblos de Hatillo su pueblo natal Mayagüez en el sector Dulce Labios Palacio de los Deportes y el Coliseo Roberto Clemente, el Residencial Luis Lloréns Torres el entierro fue en el cementerio Monte Calvario Caguas. Aquí en calle Manuel Monge # 176 Frente al hogar donde nació Roberto, Edwin Méndez interpreta una plena. José Rodríguez ©

El nene de Mañengue, Papo Cotto, Blackie, Capitol, Manuel Chico y Roberto Roena convocaban sin que mediara palabra a una cimarronería urbana que comenzaba a derribar los portones de aquella medieval y enajenante idea de lo intramural y extramural. Con urgencia y unanimidad de hormigas bravas, iban llegando armados de tumbadoras, bongoces, panderos, guiros, cencerros y claves desde los hospedajes de Santa Rita, los barrios del área metro, las canchas de baloncesto, los parques de pelota y los pueblos cercanos. Para formarla bastaba una palabra, un cruce de miradas, un palo y agua que va llover.

Es que hay elites y hay elites. Quedaba claro desde los bailes de bomba en el Teatro Serrant de mi barrio. Se mira pero no se toca. Me lo machacaron en el Sarabanda del barrio de San Antón en Ponce al divisar, de lejitos, el rótulo arriba en la tarimita, en blanco y negro para que se entienda, SINOSABESNOTEMETAS.

Durante  el velatorio y sepelio del Sr. Bongo Roberto Roena Vázquez. Fotos José Rodríguez ©

Roberto siempre fue gallito. Frecuentaba las canchas de baloncesto y los parques de pelota del recinto. Había sido admitido por los estudiantes, no solo por sus valores como artista, sino también por su amor al deporte. Practicó pista y cambo y jugó Softbol Superior y Doble A con los Cardenales de Rio Piedras. Tenía un grado honoris causa de la universidad del sabor y de la clave otorgado por la facultad de la vida misma, dirían Tite Curet y Héctor Atabal.

En el 1971 Roberto Roena, esta vez con su Apollo Sound, subió de Peyton Place a la tarima del Centro de Estudiantes. Yo trabajaba allí y realizaba carteles uniejemplares a mano alzada en acrílico sobre illustration board. Esta me la gocé. Se respiraba estética sicodélica y contestataria y Roberto estaba en todas. Por ejemplo, había abierto un concierto del cantante de rock británico Sting en el Coliseo Roberto Clemente, donde estrenó su versión de Every Breath You Take. Además había configurado su grupo bajo la influencia del grupo de rock sajón Blood, Sweat and Tears, de quienes grabó una versión de Spinning Wheel. ¿Qué les parecería, entonces, darle la bienvenida con un cartel protagonizado por un perfil de Roberto Roena con afro electrovioleta o electronaranja sobre un fondo negro mate?

En el 1993 llegué junto a Capitol hasta el salón de ensayos del Apollo Sound en la Calle Aponte. Se supone que íbamos a mostrarle bocetos para el cartel del 21er. Festival de Bomba y Plena que se celebraría en Mayagüez y el cual se dedicaría al artista. Pero yo tenía agenda oculta: penetrar ese otro escondite de la creación. Es más, yo no acostumbro hacer bocetos y, si los hago, son secretos de taller. Por esa razón le saqué el jugo a cada instante que pasé en aquel taller de confección de secretos. ¡Gracias, Roberto, por mostrarme tus bocetos!

Esa tarde conocí a un artista verdadero. Riguroso, exigente, estructurado, expresivo y vehemente. Una gillette nueva. Fue un gustazo verlo detener el ensayo para darle instrucciones al bajista, que se integraba ese día al grupo. Roberto no era bajista y, al igual que sus maestros Ismael Rivera y Rafael Cortijo, no sabía notación musical, pero con su maña y perspicacia, aportaba su inconfundible impronta a los arreglos. En esos paréntesis quedaba claro que Roberto buscaba una nueva estética, un ideal, un sonido.

Terminado el ensayo, el maestro nos sorprendió con su interés en ver los bocetos. Por experiencia sé que no es usual que un músico muestre interés por unos bocetos. Esa apertura me animó a abrir de inmediato mi portafolios y a mostrar aquellas pinturitas sobre papel con apariciones de cimarrones hechos de crotos, rojos, negros, verdes y amarillos estridentes. En mi cabeza siempre ha mariposeado aquella metáfora de Chabuca Granda de jazmines en el pelo y rosas en la cara.

Ya casi al final de la muestra, cuando le presenté ¡Witinila, huye, huye! (máscara para un cimarrón) Roberto se levantó y mientras brincaba altísimo y sobrecogido, veía a su hermano mayor aparecido sobre aquel pedazo de papel y gritaba ¡Ese es Cuqui, ese es Cuqui!

 

En la foto a Waldemar Volmar cantante del Apollo Sound y Don Rafael Ithier. fotos José Rodríguez ©

El 23 de septiembre Roberto Roena subió a la tarima de lo desconocido. Ya Cuqui estaba allí y tenía ensayada la coreografía de recibimiento y al ver llegar al Duende de Dulceslabios salió brincando a su encuentro mientras gritaba eufórico: “¡Ese es Robert, ese es Robert!”

 

 

Imágenes:

  • Cartel Festival bomba y plena, serigrafía,1993.
  • ¡Witinila huye, huye! (máscara para un cimarrón), serigrafía,
Del porfolios Máscaras, (Joaquín Reyes, Rafael Rivera Rosa, Rafi Trelles, Nelson Sambolín).
 Agradecimientos:
  • Pedro Clemente (Capitol),
  • Jossie Alvarado,
– Fundación Nacional para la Cultura Popular
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