“La noche que volvimos a ser gente”: diez años de travesía.

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Especial para En Rojo

El sábado 29 y el domingo 30 de julio, el actor Carlos Esteban Fonseca, en una producción de la compañía En-Pareja-2, celebrará “la última parada” del monólogo “La noche que volvimos a ser gente”, basado en el cuento de José Luis González. El conocido cuento, narrado en primera persona, trata sobre un trabajador puertorriqueño en Nueva York que intenta regresar a su apartamento para ver a su esposa dar luz, en el medio de un apagón que sorprendió a la población y paralizó la ciudad. Posteriormente, el cuento fue adaptado al teatro en formato de monólogo por Miguelángel Suárez.

Para unirnos a la celebración de estos “10 años de travesía”, En Rojo conversó con Carlos Esteban sobre la obra, su relación con ella y lo que ha representado esta puesta en escena en su carrera en estos últimos años. 

En Rojo: ¿Cómo llegaste a hacer la puesta en escena de este monólogo? 

Carlos Esteban Fonseca: Hace 41 años, coincidí con Miguelángel Suárez en La Tea (Calle Sol 280, en el Viejo San Juan. Allí, Miguel presentó “La noche que volvimos a ser gente”, y yo cantaba. Ese fue mi primer encuentro con la pieza. Con los años, Miguelángel y yo desarrollamos una relación de familia. Cuando Miguel decide a irse a janguear por el universo, yo heredé la pieza, que fue algo que habíamos conversado y acordado. Hice un compromiso con él. Sin embargo, el proceso de hacer la puesta en escena no fue de inmediato. Yo pensaba, “¿cuándo será el momento propicio?”. Era una pieza muy importante, y era el caballo de pelea de Miguelángel, por lo que yo le tenía mucho respeto. Pero Quique Benet, que sabía del acuerdo que hicimos, me empujó y me dijo: “tienes que meterle mano, tenemos ese compromiso con Miguel”, y nos lanzamos.

Lo hicimos hace diez años, en el Centro de Bellas Artes de Santurce.

¿Dijiste que Miguelángel hacía el monólogo… y tú cantabas? 

Eran dos eventos apartes. Lourdes Jiménez y yo teníamos un dúo, y hacíamos un show cantando. La historia realmente es más larga… En realidad, a nosotros nos dieron un show ese fin de semana, a Lourdes y a mí, en la Tea. Nos lo dio Abelardo Ceide, que era el dueño de La Tea. Miguelángel estaba haciendo la película Stir Crazy en Estados Unidos, con Gene Wilder y Richard Pryor – la película más taquillera del año, imagínate. Miguelángel era co-protagonista. Abelardo me llama un día a decirme: “Mira, ese fin de semana me lo había separado Miguelángel Suárez, y yo se los di a ustedes porque ¡yo pensaba que Miguelángel no iba a venir desde Hollywood a hacer un monólogo a La Tea, en Puerto Rico! Pero llegó, y yo no me atrevo decírselo”. Lourdes Jiménez, que tenía más pantalones que yo, dijo “yo hablo con él”. Ya habíamos hecho publicidad para el evento, así que teníamos que ver qué se iba hacer. Y Miguelángel, con toda tranquilidad, nos dijo: “¿hay algún problema con que ustedes canten, yo haga el monólogo, y nos dividimos la taquilla?”. Eso nos dio la oportunidad de presentarnos en un mismo espacio con un primer actor, acabado de llegar de Hollywood, y yo siendo un muchachito – tendría 22 años, como mucho.

Siempre que hago el monólogo, se lo dedico a Miguel. Miguel fue quien sacó el cuento y lo puso a la disposición del teatro.

¿Tu puesta en escena del monólogo se hace, también, partiendo de la versión de Miguelángel Suárez?

Yo hago una versión muy distinta a la que hacía Miguel. Primero, porque, por razones obvias, Miguel como mentor nunca me hubiera permitido que yo lo imitara; tendría yo que hacer mi propia versión, y así lo hice. Miguel tenía una capacidad extraordinaria de comunicación, y hacía el monólogo quieto, con una cerveza en la mano. Yo hago todos los caminos de todo lo que sucede en la obra – estoy en mi trabajo, salgo de mi trabajo, bajo las escaleras, voy al subway, el subway se detiene… Yo hago una versión, no narrativa, sino vivida. El guión, por otro lado, sigue siendo el mismo. Lo único, que Miguel improvisaba en algunos lugares. Yo me remito al libreto, y son muy pocas cosas que yo le añado.

El cuento “La noche que volvimos a ser gente” es tremendamente popular y muy conocido, porque se asigna mucho en escuelas y universidades. Entiendo que parte del proyecto tuyo, no sé si el de Miguelángel, era visitar distintos espacios. 

Yo he hecho ya por lo menos 80 funciones de esa obra, en Puerto Rico, en escuelas y universidades, en Florida, en Nueva York. Te puedo decir que he estado en el Centro de Bellas Artes en Santurce, el Teatro Victoria Espinosa, en alrededor de 10 teatros municipales en Puerto Rico, en innumerables escuelas, universidades. De hecho, he hecho la obra para escuelas desde debajo de un árbol, en una escuela pequeña, hasta con 600 estudiantes – desde 5to grado hasta 4to año – en una cancha de baloncesto.

El cambio de escenario y de público, ¿transforma la obra, o la manera en que el personaje desarrolla su monólogo?  

Se mantiene la misma esencia. Hoy yo le escribí a Quique Benet lo siguiente. Quique diseñó unas luces que, siendo esta obra que trata sobre un apagón, pues tienen un valor adicional. Y, cuando yo la hago para estudiantes, y me veo obligado a hacerlo con luz general, sigo los patrones como si estuviera usando el diseño de luz de Quique y el diseño de dirección que hizo Carlos Miranda.

Claro, Carlos Miranda dirigió la obra hace 10 años, a tres lados, y yo he tenido que poner la obra a la disposición del lugar donde estamos. He tenido que ir encontrando cómo manejarla en los distintos lugares, pero siempre encuentro cómo llevarme más o menos por el mismo patrón de movimientos, cambiando solo lo que me veo obligado a cambiar por el espacio.

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En estos 10 años, ¿has transformado la manera en que desarrollas este monólogo? 

Mira, uno va creciendo y va obteniendo otros valores. El personaje de la obra es bien simpático. Al principio, a mí me gustaba que dijera sus líneas bastante rápido, que quisiera contar el cuento con premura. Con el tiempo, he ido dándole valor a ciertos momentos, y hago un trabajo más pausado, con más momentos de silencio. El trabajo ha ido ganando teatralidad con mi experiencia como actor y con la experiencia propia de presentar la obra.

Y he cambiado un par de palabras, que hace 10 años eran más conocidas para todos. Hay palabras que caen en desuso – esta obra trata sobre algo que ocurrió en 1965, pero el que la cuenta la está contando por ahí alrededor de los 70. He cambiado… No quiero contarla, pero he tenido que cambiar el número de años que menciona, porque se da una dinámica distinta con mi edad como actor y persona.

Cambié una frase, también. Hay un momento dado en el que se habla de algo en el cielo – no voy a decir qué, porque la daño – que es muy especial. En una escuela, una niña me preguntó: “¿y usted ha visto eso en el cielo?”. Me di cuenta que en la ciudad en Puerto Rico ya eso no se ve, por nuestra luminiscencia, o nuestro exceso de luz en la ciudad. Tuve que cambiar una palabra para que los estudiantes entendieran de qué estoy hablando.

Pero cambios tan simples como esos. Por lo demás, la obra sigue tal y como está escrita.

Esta versión que anunciamos para el 29 y el 30 de julio tiene como uno de sus subtítulos “última parada”. ¿Por qué “última parada”? 

Yo entiendo que el personaje no debe seguir envejeciendo. Entonces, no la quiero hacer por diez años más. Quiero hacer una última temporada, y que vengan nuevas generaciones a ocuparse de ese trabajo, que debe mantenerse vivo. Esa es la obra prístina de José Luis González, es una oda a la puertorriqueñidad, una muestra nostálgica del puertorriqueño de la época, y a la vez de la simpatía y el amor de ese puertorriqueño de la época, acabando de llegar a Nueva York, haciendo vida en la ciudad de Nueva York. Me parece que eso debe persistir, pero, además, los nombres de José Luis González y de Miguelángel Suárez también deben mantenerse en la memoria de nuestro pueblo.

Esta última parada se va a dar en Moneró Café, que es un espacio de teatro que han desarrollado. ¿Cúanta relevancia le añade este hecho a todo este proceso? 

Lo más importante, para mí, de hacer este cierre en Moneró es que le estamos devolviendo el monólogo al café-teatro, porque Miguel la montó para hacerla en La Tea, y la llevó por distintos café-teatros. La obra ha seguido creciendo y hemos podido hacerla en muchos lugares, pero el café-teatro le viene a perfección. Y el escenario de Moneró, que tiene 12 por 16, es lo suficientemente amplio como para hacer un híbrido entre el café-teatro y el teatro. Esa gracia la tiene ese espacio. Además, caben 240 personas, o sea, que podemos tener un público nutrido con la intimidad que merece la pieza.

Me imagino que habrá muchísimas personas diciéndote que continúes con el proyecto, pero ya eso es otra conversación… 

¡Ja! Este “cierre” en Moneró es la última temporada, no la última función… De aquí, ya me han llamado de Nueva York, ya he recibido llamadas de diferentes lugares donde quieren que se presente. Va a ser el cierre en Moneró, pero tendré que hacer alguna que otra función adicional para cumplir con los compromisos que me han ido llegando. Pero que el público pueda comprar la taquilla e ir a verla en Puerto Rico, pues esta es la oportunidad.

¿Algunas palabras finales para el público de En Rojo? 

Este es el trabajo que más yo quiero, al que más amor le tengo. Yo he hecho trabajos que, con mucha humildad, para mí son importantes y que les tengo cariño y grandes recuerdos. Pero “La noche que volvimos a ser gente”, primero, me llegó de parte de Miguelángel, que fue como un padre para mí, segundo, que me ha dado de comer por muchos años y, tercero, me ha permitido crecer como actor, porque es una pieza extraordinaria. Es de los trabajos más hermosos que he hecho.

Si hay algo más que tengo que añadir es que los invito a compartir conmigo un momento verdaderamente íntimo como actor, un momento especial para quien vaya a estar en escena haciéndolo.

Por otro lado, “La noche que volvimos a ser gente” es también una metáfora, porque ser gente de alguna manera, en la obra, significa ser como somos los puertorriqueños. Ese compromiso con la identidad nacional es algo que camina conmigo y que me hace seguir orgulloso. ¡Me emociono y todo, diciéndote esto!

 

 

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