Las furias: De Santa Clara a Beryl…

Pasando por Irma, y especialmente, por María… Con el susto de Beryl me he pasado pensando en cómo los huracanes influyen y modifican nuestro pensamiento y nuestras vidas. El concepto del “huracán” está grabado en la siquis colectiva del pueblo boricua; y por supuesto, en la siquis individual de cada persona de esta Isla. En la mitología taína, cultura indígena que es uno de los orígenes formativos de nuestra puertorriqueñidad, el dios Juracán controla las fuerzas del destino del pueblo que habitó la Isla de Borikén. Desde entonces se adentró en nuestra mente y nuestro espíritu.

La palabra “huracán” forma parte de nuestro lenguaje cotidiano. 1 Por ejemplo, la utilizamos para describir al niño o la niña traviesa: “Ese niño es un huracán”. Es la palabra que invocamos cuando, ya sea como bendición o maldición, pensamos en lo que está sucediendo en alguna situación específica, puede ser una oficina atestada de papelería (“Por esa oficina parece que pasó un huracán”), o una situación política a nivel macro, que no parece tener fácil solución (“A ese partido lo partió por el medio un huracán”) .

Pero además de estar a flor de piel el concepto/palabra huracán para utilizarlo en nuestra vida cotidiana, para los boricuas es el origen de un miedo ancestral que nos ataca cada vez que una persona experta en meteorología ocupa un micrófono o pantalla de televisión para decirnos: “Aquí están las coordenadas del huracán que se avecina por…” De momento, el tiempo se detiene, y la mayoría de las personas comienzan de una manera u otra a pensar en ese “cuco”2 que puede estar cerca. Algunas personas se preparan de manera consciente, abasteciéndose de comida para la familia, gasolina para el carro, baterías para las lámparas, radios y televisores. Algunos más pudientes compran plantas de gasolina o gas, que provean energía (y hacen la vida imposible al vecindario). También me viene a la memoria, el caso de una amiga querida que nos mostró en la red social de Facebook, su nueva plantita solar (obtenida con motivo de Beryl), que creo fue fabricada por su eficiente pareja…

A mi me da por recordar y temblar de miedo. Durante María se rompió la claraboya en el techo y se me inundó la casa. El agua entraba a raudales por debajo de las puertas, mientras yo quería sacarla a escobazo limpio, lo que era imposible. Así es que me acosté en el único lugar donde no entraba el agua (mi habitación) y me dije que al otro día resolvería. El ruido del viento golpeando las puertas y la oscuridad impenetrable eran un escenario de terror que no quisiera volver vivir. Cada persona golpeada en nuestro país por la furia de un huracán queda marcada de por vida. “Mi vida la considero antes y después de María”, me confesó una amiga cercana. Y si tomamos en consideración que un importante número de familias en Puerto Rico todavía carece de techo en sus hogares sobre los cuales, si acaso, hay un toldo azul, entonces se agrava la situación, y la sensación de desasosiego es aun peor. Claro, siempre están aquellas personas que en todo momento dicen con convicción que “nada va a pasar”. Una vecina me dijo “Si ya pasó María, este año no llegará otro desastre. Nunca vienen dos catástrofes corridas”. Siiii, le contesté, es posible, pero en Haití, han pasado varios desastres corridos, y en Hawai… “Ah, bueno, pero eso es por allá…” Anjá.

Bueno, bueno, mi recuerdo más temprano de un huracán es el de Santa Clara en el 1956. Luego del paso del huracán, mi padre nos llevó a ver lo que había sucedido, específicamente en los pueblos del este de la Isla, incluyendo a Yabucoa. Recorrer el área fue impresionante porque los destrozos eran muchos. Casas sin techo, las pertenencias de las familias a la intemperie… Más esa mirada que no mira, que se encuentra perdida en la lejanía, es lo que más me impresionó de los vecinos que se veían al paso lento del automóvil. Actualmente, Santa Clara es considerado uno de los huracanes más fuertes que haya pasado por Puerto Rico. Hugo, 1989, fue otro de los más peligrosos, que dejó la Isla sin agua corriente y electricidad por semanas; y Georges, 1998, (que abrió de par en par las puertas de mi apartamento), y provocó tantas desgracias a través de toda la Isla.

Cada residente de este país nuestro tiene sus propias historias de huracanes, trágicas algunas, graciosas otras. Más lo cierto es, que desde Santa Clara hasta Beryl han pasado 62 años de pura vida huracanada y todavía, ¡todavía! la gente no está preparada para la fuerza de un huracán. Ni el gobierno ni cada una las personas de este suelo entienden, aceptan, o se protegen de esa fuerza incontenible de la naturaleza que es el juracán.

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