Las trenzas coloradas de Kalman

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En Rojo

 

Kalman Barsy es el escritor puertorriqueño más universal. Húngaro de nacimiento, Kalman se crió en Argentina. Imitó al Che y viajó por América y Europa. En 1974 se establece en Puerto Rico, donde se integra, como si hubiera nacido en Jayuya a “la lucha” y a la cultura. Es aquí donde desarrolla casi toda su obra literaria que rompe con éxito, cuando ya rondaba los 40 años: Del nacimiento de la isla de Borikén y otros maravillosos sucesos (1982) libro de cuentos con el que gana el premio Casa de las Américas. De ahí en adelante, ha publicado más de una docena de libros que van de novela juvenil hasta narraciones risqué.

Kalman Barsy fue profesor de Letras en la Universidad de Puerto Rico, luego de terminar su doctorado en Nueva York con una tesis sobre El otoño del patriarca, que se publicó en 1988. Fuimos colegas hasta que se retiró y desde entonces vive en Cataluña, en la ciudad de Badalona. Sin embargo, me lo encuentro a cada rato por Río Piedras almorzando. Siempre hablamos un rato y sé que no deja de escribir.

Es más. Acaba de publicar Las trenzas coloradas y otros cuentos, con Ediciones Callejón. La semana pasada se presentó en la hermosa Casa Aboy y, por supuesto, asistí. Siempre es refrescante encontrarse con amigos del libro como Neeltje Van Marissing, que tiene una brillante trayectoria como editora desde la UPR y mantiene a Callejón como la principal casa publicadora del país. Colegas del periódico CLARIDAD y escritoras-Sofía Cardona-, artistas -Rafael Trelles-, maestras de teatro – Rosa Luisa Márquez- en fin, amigos también de Kalman.

La presentación estuvo a cargo de Edgardo Rodríguez Julia mientras en la acera de enfrente un joven músico ensayaba algunas piezas clásicas del jazz y del bolero. Rodríguez Juliá nos comentó cómo este más reciente libro de Kalman es un libro maduro, lleno de sabiduría, melancolía, nostalgia y un canto a la desaparición del mundo -tal como lo conocemos-. Edgardo también aprovechó para disparar un dardo al feminismo pero de eso hablamos otro día.

Las trenzas coloradas tiene 22 relatos, en general breves, cuyo núcleo significativo es la senectud. Dos relatos llaman mi atención inicial: Original Don Vereda (p.16) y Don Vereda (p.76) porque los leo escuchando la voz del autor. Ya sabemos, las obras literarias son un universos autónomos, mundos con sus leyes propias. A veces, por las malas costumbres de nuestra educación formal, exigimos queden los textos queden excluidos autor y lector, que ninguno interfiera en el desarrollo de los sucesos que configuran la obra. Pero en esos cuentos a los que aludo hay una manifestación explícita en la cual el autor nos habla como creador de un universo de ficción que reflexiona acerca del mismo. “Nadie sabía con exactitud su edad en el barrio sólo que era viejo” (p.16) y el cambio demográfico y el de las esquinas, fue haciendo que las coordenadas del hombre fueran volviéndose escurridizas. En el otro relato (p.76), refiriéndose a ese relato original leemos en el segundo: “Tal vez fue el primer cuento que escribí en mi vida. Se inspiraba en un viejo al que le decíamos así (Don Vereda) porque se pasaba el día en la vereda, recostado en la pared de su casa con las manos entrelazadas atrás. Desde ahí miraba el transcurrir de las vidas del barrio. Su gran momento -si se puede decir así- era cuando algún vecino lo saludaba” . Entonces escuchamos al autor: “Con el correr de los años, el escenario de mi cuento se ha desplazado en el tiempo. Ahora Don Vereda vive en mí, y la vejez hace que lo confunda conmigo”. De modo que sí, el libro está atravesado por esta idea.

Tampoco es que vayamos a leer algunos diálogos de La República, de Platón donde se discute la sabiduría que a menudo se asocia con la vejez  o la Ética a Nicómaco, Aristóteles reflexiona sobre la felicidad y la virtud en diferentes etapas de la vida, incluyendo la vejez, donde considera que la sabiduría acumulada puede conducir a una vida más plena.

No voy a decirles, por mi deformación profesional, que veo en este libro algunos atisbos de Epicuro, ese conocido filósofo hedonista, que además reflexionó sobre la muerte y la vejez, sugiriendo que la aceptación de la mortalidad puede llevar a una vida más feliz. Pero lo cierto es que hay momentos, muchos, en estas narraciones que me hacen reír con la gracia de un maestro cuentista. Julián (p.148) con su fantasma-que-habita-el-delirio, o quizás no, es un microrrelato fantástico que Todorov hubiera incluido en su clásico sobre el tema y que le hubiera encantado a Cortázar. Igual me basta con que lo haya disfrutado yo. Tampoco creo que Kalman repasara la obra De Senectute de Cicerón en la que defiende que la vejez puede ser una etapa de la vida llena de dignidad y valor, destacando la importancia de la razón y la filosofía en esta fase. Pero, ¿dónde queda el fino humor en aquellas reflexiones filosóficas? Barsy recurre a ello -el humor- en todo el libro. Como en Juntos otra vez (p.153) o en Foto antigua (p.161) en el que un detective está tan inmerso en el juego de la razón que estuvo a punto de equivocarse fatalmente.

Las trenzas coloradas y otros cuentos es una colección de cuentos en los que se logra profundidad en el discurso -pues hablar del tiempo es inequívocamente un modo de mirarnos en lo abisal- junto a lo que viene a rescatarnos y darnos respiro: el humor. Agradezco a Kalman Barsy su trabajo y su amistad. Agradezco a Callejón sus 25 años de bellas ediciones. Y a Casa Aboy ese espacio que permite juntarse por los libros y a escuchar un melodioso saxofón.

Las trenzas coloradas y otros cuentos se encuentra disponible en CLARITIENDA

 

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