Libroteca: notas preliminares a las memorias de Albert E. Lee (1963) y Alejandro Tapia y Rivera (1927)

 

La revisión del pasado puertorriqueño y sus representaciones es constante. El presente, esa situación precaria en la que el estar y el dejar de estar en un lugar del tiempo y el espacio se encuentran, hace necesaria la relectura de los rastros de los pasados. El proceso puede estar lleno de gratas e ingratas sorpresas. Las respuestas que el historiador encuentra en las fuentes en un momento determinado suelen girar en direcciones inesperadas en otras. Se trata de un fenómeno que me parece pertinente comprender. Del mismo modo que se acepta que la historia debe ser reescrita una y otra vez, cada texto requiere numerosas relecturas. Intentaré hacer ese ejercicio con dos fuentes de la memoria.

Un libro

An Island Grows. Memoirs of Albert E. Lee, 1873-1942 publicado en 1963[1], es un ejemplo de ese fenómeno. Este libro llegó a mis manos en fecha no determinada. Acostumbro a firmar cada volumen que entra en mi colección, anotar donde lo obtuve y el año del suceso. En este caso no lo hice. Mi ejemplar había pertenecido a una biblioteca rural adscrita al Departamento de Instrucción Pública y nunca había sido tomado en préstamo. Un libro huérfano de lectores decomisado por las autoridades escolares, como tantos otros, comenzó a circular a ciegas hasta que, en algún momento, el azar lo llevó a mis manos en Mayagüez

El impreso abre con una breve introducción de Waldemar Fernando Lee Tapia (1906-1965)[2], hijo del autor, e incluye como apéndice 2, una cronología titulada “History of Puerto Rico at a glance”[3] firmada por Margarita Ashford Lee (1906-1979), esposa de Waldemar e hija del Dr. Bailey Kelly Ashford (1873-1934). La selección de datos de Ashford Lee y su representación del pasado colectivo es por demás interesante y merecería un comentario historiográfico que pospondré para otra ocasión. La cronología aludida comienza con el descubrimiento en 1493 y cierra en el 1960. Para ese año destaca la fundación del Partido Acción Cristiana (PAC) cuyo cuestionamiento al populismo en el poder es por demás conocido, y la victoria de Luis Muñoz Marín (1898-1980) en las elecciones, episodios que marcan los frágiles y evasivos límites entre una época y otra que las voces detrás del texto no estaban en condición de imaginar.

La red de asesores con que contó la autora de la cronología incluye a los historiadores José A. Gautier Dapena (1907-1982), Labor Gómez Acevedo, Rafael W. Ramírez de Arellano (1884-1957) y María Teresa Martínez Villafañe, reconocidos investigadores de los temas del siglo 19 y la evolución del liberalismo puertorriqueño. Earl Parker Hanson (1898-1978), uno de los cerebros del “desarrollismo dependiente” de la era del populismo y autor de Transformation: the Story of Modern Puerto Rico (1955) colaboró en el proceso de edición, “limiting the content of my father’s memories”[4].  La afirmación dice al lector que una parte de las memorias permaneció inédita. Recuerdo una edición de aquel volumen que habita entre mis libros en cuya portada destacaba Muñoz Marín sonriente, con la mano derecha mesando su cabeza sonriente acompañado de la frase “We are only realistic…”[5]. La artista Irene (Esser) Delano (1919-1982), esposa de Jack Delano (1914-1997) diseñó sobriamente la publicación auspiciada por la empresa Albert E. Lee and Sons, Inc. e impresa por MacCrellish & Quigley Company en Trenton, New Jersey una cuidadosa editorial propiedad de James W. West fallecido en 1959 a los 83 años.[6]

En qué medida aquellos intelectuales influyeron en la selección y organización de estas memorias en el texto que tengo a la mano es difícil de precisar. Pero la presencia de sus nombres, todas figuras destacadas y respetables de la cultura institucional puertorriqueña, debía ser interpretada por el lector como una “garantía” de confiabilidad difícil de ignorar. Las memorias de Lee Basanta contienen la huella indeleble de todos aquellos que colaboraron en su configuración definitiva por lo que pueden ser apropiadas como la expresión de todos aquellos que participaron en su confección asó como el reflejo de un momento histórico y n sector de clase en particular.

El papel de los editores de memorias en la representación del pasado de los autobiógrafos es un asunto que merecería una reflexión profunda a la luz de este y otros modelos. Cualquier edición del tipo de la sugerida por el prologuista implica que la depuración del texto requirió una serie de supresiones y acomodos que, al mirar el producto final son imposibles de establecer. Ello solo sería posible revisitando los manuscritos.  Lo que me parece innegable es que una memoria editada, esta o cualquier otra, es una pieza distinta de la memoria en bruto de la cual emana. El papel del mediador en la articulación de la textualidad puede ser crucial.

Qué dejo fuera del tintero, por ejemplo, Aurelio Tió (1907-1992) cuando tejió el contenido de Un poco de historia colonial, notas en torno al final del siglo 19 de José Marcial Quiñones (1827-1893) para los lectores de 1978[7]. O bien que excluyó René Jiménez Malaret (1903-1991), al acomodar el Epistolario histórico de Félix Tió Malaret (1855-1932)[8], un documento de cardinal importancia para penetrar la historia del autonomismo de fines del siglo 19, a la altura de 1939 cuando la editó y anotó. Las razones para la inclusión o la exclusión es otro asunto complejo. La (re)construcción de la memoria de un actor ausente, siempre estará a expensas de los imperativos del presente desde el cual se le (re)construye y las de aquel que las ensambla.  La edición de una memoria es el resultado de una interpretación que nunca es inocente.

 

Un personaje

Albert (Edward) Lee (Basanta) (1873-1942)[9]  nació en Ponce en la casa de sus abuelos en el 14 de la calle Comercio. Su padre provenía del San Tomás danés y había crecido en Boca Chica, Ponce. Su madre era puertorriqueña de ascendencia inglesa. Formó parte de la comunidad de extranjeros con capital y cultura que vivían en Ponce en interacción con las familias criollas de la localidad, un grupo compacto y solidario “very friendly and close to each other”[10] .

 

En 1886 se trasladó a San Juan. Un 11 de agosto, recuerda, tomó un vapor costero que lo condujo a la capital junto con su padre y su hermano Arthur.[11]Aquellas ciudades, la capital alterna y la capital formal, fueron cruciales en la maduración de una cultura moderna en el país y en la personalidad del autor. La marca cultural de los 13 años como el momento de ingreso a la adultez habla de una cultura en la cual la adolescencia era inexistente. Se salía de la niñez a la madurez sin atenuantes. Lee Basanta lo reconoce cuando afirma: “I was a boy (…) completely innocent of the ways of the world.”[12]

Lee Basanta era un tipo peculiar de “mestizo”. Provenía de una familia de fuerte ascendencia sajona criollizada y bien conectada con las elites puertorriqueñas. El dato es de interés si se aspira a una interpretación cultural abierta del pasado puertorriqueño. Dos refinadas miradas críticas a la hispanidad convergían en él. Primero, la que caracterizaba a la clase criolla liberal decimonónica, un sector educado siempre ansioso por ser reconocidos como iguales por los peninsulares. Segundo, la que se alimentaba de la tradición inglesa, uno de los grandes adversarios de la hispanidad tras siglos de competencia política y económica desde el siglo 16. Este “mestizaje alterno”, obviado por los estudiosos del hibridismo cultural con que se ha descrito a la cultura puertorriqueña, es otro tema de investigación que espera por ser visitado críticamente. Las intersecciones etnoculturales del pasado que asumimos como colectivo no son tan simples como lo sugiere la fórmula canónica.

La relación de la familia de Lee Basanta con la clase criolla tenía un ingrediente cargado de cotidianidad que iba más allá de las vinculaciones capital y de una concepción particular sobre España. Su esposa, Catalina Concepción de las Mercedes (1874-1932), era una de las hijas de Alejandro Tapia y Rivera (1827-1882), intelectual, historiógrafo, dramaturgo, activista liberal y abolicionista del siglo 19. Un dato respecto a aquel matrimonio llama mi atención. El hecho de que el hijo mayor de ambos fuera bautizado con su nombre en castellano, Alberto Eduardo Lee Tapia (1895-1912), dice mucho respecto a su integración cultural al entorno criollo y sus afinidades emocionales con el país. El caso no es único. Paul G. Miller (1875-1952), Comisionado de Instrucción de Puerto Rico y autor en 1922 de un libro de historia de Puerto Rico por lo general calificado como parte del “proyecto americanizador” pos-invasión de 1898, reconocía identificaba a su hijo Virgil como “the first child born to United States citizens in San German”[13].

Discursividades: Lee Basanta y Tapia y Rivera

An Island Grows … posee una narrativa cargada de nostalgia y emocionalidad. En su conjunto, así lo sugerí en varios seminarios graduados de historiografía sobre Puerto Rico, su discursividad puede ser interpretada  como un homenaje y una continuación de Mis memorias, o Puerto Rico, como lo encontré y como lo dejo (1882/1927) la obra de su suegro.[14] Un comentario del prefacio de Waldemar al referirse a su padre indica: “he seems to pursue the same trend of thought in recording events as did his father-in-law”.[15] La pasión por registrar el acontecer era común pero como historiador cultural, debo decir que ambos estaban más allá de la mera cronología. Tanto Tapia y Rivera como Lee Basanta poseían la voluntad de constituirse en depositarios, portavoces y traductores del alma o psique del tiempo que les correspondió vivir.

 

La lectura que Waldemar había hecho de las memorias de su abuelo y de su padre le había dejado una impresión respecto al entorno en el cual habían sido formuladas una y otra. Tapia y Rivera, alegaba, había reflexionado en medio una época de “utter frustation” y desencanto con la situación que se vivía bajo el dominio de la vieja España. No lo pongo en duda. Tapia y Rivera lamentó mucho las limitaciones que le impuso el autoritarismo español a su persona y su país. Lee Basanta, por el contrario, había tenido la fortuna de ser testigo de “a transition from frustration to centuries of progress attained in a short spam of his life”[16]. El nuevo siglo había significado la aceleración del progreso.  Aquella afirmación debía servir de guía a los lectores potenciales de An Island Grows… Al apropiar ambas memorias, el 1898 se constituía en la retórica de Waldemar en una suerte de frontera que separaba dos tractos opuestos: uno caracterizado por el inmovilismo y el retraso, y otro dominado por el movimiento y el progreso. De los 19 capítulos 14 son dedicados al siglo 19 español, como quien intenta completar los que tapia y Rivera no vio o vivió, y 5 al siglo 20 estadounidense.

La celebración del presente estadounidense en el texto de Lee Basanta es, sin embargo, cautelosa.  El confiado e inocente relato del progreso que se había impuesto en las representaciones de Puerto Rico con una fuerza extraordinario carecía de densidad sociológica. Siempre recuerdo un interesante texto escolar, Cuentos de Puerto Rico de Juan B. Huyke publicado en 1926, prologado de manera celebratoria por Francisco Rodríguez López, un educador de Guayanilla e Inspector de Escuelas del Distrito Guayanilla-Peñuelas. El maestro puertorriqueño celebraba el 1898 como una “consigna de Dios” y una garantía de progreso cimentada en la legitimidad de la “doble personalidad de puertorriqueños y americanos” que había crecido en el país.[17] La combinación de los valores civilizatorios latinos y sajones conduciría a la creación de una nueva entidad nacional en otro curioso “mestizaje alterno”.

No pongo en duda que el 1898 había significado una “aceleración del progreso” según se entendía ese concepto desde el universo de los negocios y el capital. Pero Lee Basanta no se llamaba a engaño y reconocía que la del veinte había sido una “década terrible” (dreadful decade) en la cual se transitó del optimismo (great hope) a la tragedia (world wide disaster)[18], proceso que minó la confianza de los paisanos en el orden instituido.  Las memorias cierran precisamente en la embocadura de esa otra “década inquieta” de la historia de Puerto Rico: la de 1930 marcada por la Gran Depresión y el colapso de las ideologías articuladas a principios del siglo 20 para responder al empantanamiento colonial.

Entre Mis memorias… de Tapia y Rivera y An Island Grows…existe un complejo entretejido simbólico. La historia de Mis memorias… de Tapia y Rivera es por demás curiosa. En 1926, con toda probabilidad animado por el centenario del nacimiento de su padre Alejandro Tapia y Díaz presentó el borrador documento al Ateneo Puertorriqueño para que lo conservara en sus archivos. Tapia y Díaz esperaba que la publicación de la obra de su padre fuese el resultado de un proyecto institucional, “que Puerto Rico fuera el encargado del proyecto”[19].  Después de todo, Tapia y Rivera iba camino a convertirse en una figura central del canon en proceso de formación que maduraría alrededor de la reflexión treintista. Reconocido el desinterés institucional decidió hacerse cargo del asunto.

El texto fue difundido por La Democracia en 1927, el legendario periódico de los autonomistas y unionistas, con el apoyo de Antonio R. Barceló (1868-1938), un discípulo de Luis Muñoz Rivera (1859-1916). Barceló, una figura en general poco estudiada, encabezaba la Alianza Puertorriqueña y transitaba del autonomismo al independentismo donde terminó en 1932. En 1928, Alejandro Tapia y Díaz las publicó en Nueva York con un “Proemio” de Cayetano Coll y Toste (1850-1930), historiador oficial de Puerto Rico.[20]  La invención de Mis memorias y su transformación en un signo de la voluntad liberal puertorriqueña y un código identitario colectivo no carece de relevancia a la hora de comentar An Island Grows…

El “Proemio”[21] de Coll y Toste confirma la devaluación del pasado hispano en términos análogos a los de Waldemar. Amparándose en una cita de Aristóteles firma que “que la vida colonial de las Antillas españolas era algo por el estilo”: los colonos como los siervos perdían “la mitad de su alma” en ausencia de libertad[22].  A pesar de ello la nostalgia por aquel siglo lo obsede. El recuerdo de la lavandera de su casa, una “prietuzca achocolatada”, “criolla de pura raza mandinga”, otro “mestizaje alterno” y contradictorio en términos raciales, le obsede. Aquella mujer y madre de 24 hijos era celebrada por su alegría y fidelidad a su abuela y ama la Niña Juana quien la reconoció libre testamentariamente, y por el café con leche queso del país que preparaba para todos cada mañana[23]. La edulcoración de la esclavitud en el “Proemio” de Coll y Toste, poco tenía que ver con la referencia a Aristóteles que le antecedía, no es un dato excepcional. He documentado actitudes similares en otras figuras del cambio del siglo que celebraban la modernización sajona, pero añoraban el pasado señorial hispano[24].  pero reflejaba la contradictoria apropiación del pasado hispano desde el presente estadounidense que marcó a aquella generación y que será uno de los rasgos distintivos de la intelectualidad puertorriqueña colaboracionista con el régimen.

Invitación a la lectura

El interés de un segmento de la elites sociales y culturales del país, presente en la materialización de la construcción y difusión de las memorias de Tapia y Rivera y en las de Lee Basanta, no deja de llamar la atención. El estudioso cultural se enfrenta con la textualidad de dos testigos privilegiados del tiempo histórico que les correspondió vivir cuya reflexión no se limitaba a celebrar la modernidad, y, por lo contrario, fueron capaces de reconocer las fisuras del proyecto de aquel proyecto. A documentar esas fisuras me dedicaré en otro momento.

Notas

[1] Albert E. Lee (1963) An Island Grows. Memoirs of Albert E. Lee, 1873-1942. (San Juan: Albert E. Lee and Son Inc.)
[2] Ibid, iii.
[3] Ibid, 143-158.
[4] Ibid, iii.
[5] Earl Parker Hanson (1955) Transformation: The Story of Modern Puerto Rico (New York: Simon and Schuster)
[6] “James W. West” (Obituary) Sayli News (New York), Sat., Dec. 191959: 52.  URL: https://www.newspapers.com/article/daily-news-obituary-for-james-w-west-a/40518195/
[7] José Marcial Quiñones (1978) Un poco de historia colonial (incluye de 1850-1890) (San Juan: Academia Puertorriqueña de la Historia/Instituto de Cultura Puertorriqueña)
[8] Félix Tió y Malaret (1999) Epistolario histórico (San Juan: Sociedad Histórica de Puerto Rico)
[9] Find a Grave, “Albert Edward Lee Basanta”  https://www.findagrave.com/memorial/101375874/albert-edward-lee_basanta
[10] Lee, Op. Cit., 3.
[11] Ibid, 34.
[12] Ibid, 34.
[13] Sobre Paul G. Miller véase Mario R. Cancel Sepúlveda (2011) “Continuidades y discontinuidades: de Salvador Brau a Paul G Miller” en Porto Rico: Hecho en Estados Unidos (Cabo Rojo: Editora Educación Emergente): 76. Ver “Death ends Dr. Paul G. Miller’s brilliant career as educator, administrator at 77,” Winneconne News, May 30, 1952: s.p. en Paul G. Miller, Winnecomme Cemetery. URL: http://www.winneconnewi.gov/historical/cemetery/images/miller-paul.htm
[14] Alejandro Tapia y Rivera (1966) Mis memorias, o Puerto Rico, como lo encontré y como lo dejo (San Juan: Coquí)
[15] Lee, iii.
[16] Alejandro Tapia y Díaz (1986) “Dos palabras” en Alejandro Tapia y Rivera, Mis memorias (Hato Rey: Cultural Puertorriqueña): 5.
[17] Francisco Rodríguez López, “Prólogo” (1926) en Juan B. Huyke. Cuentos de Puerto Rico. Chicago / Nueva York: Rand McNally: 5-10.
[18] Lee, 133.
[19] Alejandro Tapia y Díaz (1986) “Dos palabras” en Alejandro Tapia y Rivera, Mis memorias (Hato Rey: Cultural Puertorriqueña): 5.
[20] Lee, 6.
[21] Cayetano Coll y Toste (1986) “Proemio” en Ibid, 9-11.
[22] Ibid, 9.
[24] Refiero a cualquier interesado a Mario R. Cancel (1997) “Teosofía y modernización: el caso de Olivia Paoli de Braschi” en Historia y género: vidas y relatos de mujeres en el caribe (San Juan: Asociación Puertorriqueña de Historiadores / Posdata): 49, 56-57.
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