Lorenzo Piñeiro Rivera

JUAN MARI BRAS

Por Juan Mari Brás

El Domingo de Ramos de 1937, cuando ocurre la Masacre de Ponce, Lorenzo Piñeiro Rivera, con rebosante juventud a los 28 años, había ingresado a la tierra amada luego de más de una década de duro exilio en Nueva York. Había emigrado hacia el norte desde la temprana adolescencia. La emigración es el exilio de los trabajadores. Lorenzo conoció ese exilio proletario en sus variadas vertientes. Cuando llegó al muelle neoyorquino por primera vez, con equipaje menudo y esperanzas inflamadas por la imaginación juvenil, apenas había cursado el octavo grado en su Ponce natal.

Trabajó en múltiples faenas por aquellos años veinte y treinta. Cursó la escuela superior a golpes de cansancio y sueño, tras la jornada cotidiana que la sociedad yanqui reclama a su moderno esclavo, el obrero migrante.

El trasiego extenuante de vender su fuerza de trabajo diaria más allá de lo que se puede recuperar normalmente, no impidió que empezaran a aflorar inquietudes sociales en su conciencia. Así se acercó a los círculos de actividad literaria y política en el Barrio. Empezó a desarrollar una de las virtudes características que  más definen su personalidad: la inmensa capacidad, de hacer amigos y mantener una lealtad sin límites al valor de la amistad, sin confundirlo con la deformación del amiguismo. De aquellos primeros contactos con el forcejeo social de los boricuas en Nueva York viene su amistad con Bernardo Vega, otro de los grandes pilares de la emigración puertorriqueña en Estados Unidos.

“Pero el gran acontecimiento de mi vida,” diría siempre Lorenzo en sus frecuentes incursiones retrospectivas, “fue conocer a Don Pedro Albizu Campos,” Como a tantos otros jóvenes de la época, la eclosión patriótica del Nacionalismo, conducida por la prédica y el ejemplo Albizuista, moldeó en forma definitiva la consagración de Lorenzo a la causa de la independencia de su patria.

A lo largo de los años treinta trabajaba intensamente en la Junta Nacionalista de Nueva York. Cuando se realiza conjura de Winship y encarcelan a Don Pedro junto al principal liderato nacional del partido, Lorenzo regresa a la Isla para reforzar  la dirección sustituida que asumiría las riendas de la colectividad. Lleva muy poco tiempo en Puerto Rico cuando le toca enfrentarse junto a sus compañeros a una de las manifestaciones más brutales de la barbarie imperialista, la matanza del Domingo de Ramos en Ponce.

Sobreviviente de la Masacre, Lorenzo es uno del grupo de dirigentes Nacionalistas al que el régimen acusa de asesinato, en burdo intento de inculpar a las víctimas por el horrendo atropello cometido por la Policía. Dos largos juicios, en el primero de los cuales no hubo veredicto, culminan en la absolución de todos los acusados, como resultado de la presión decisiva de la opinión pública que se vuelca casi unánimemente contra la irracional teoría de los fiscales. En esos meses, Lorenzo recorrió el país por todos sus contornos y obtuvo un conocimiento de su pueblo y una sintonía con su pálpito que ensancharon su perspectiva y abrieron cauce a una visión mucho más profunda del forcejeo patriótico.

Cuando regresa a Nueva York, su conciencia política renovada al calor de su pueblo no encuadra en los parámetros estrechos que constriñen al Nacionalismo huérfano de liderato por los sucesivos encarcelamientos de sus principales cuadros de dirección. Junto a Gilberto Concepción de Gracia –uno de los grandes amigos y compañeros de su vida- y a muchos otros compatriotas, funda la Asociación Pro Independencia de Puerto Rico, precursora en Nueva York del Congreso Pro Independencia y del Partido Independentista Puertorriqueño, al que se afilia desde su fundación en 1946.

En la tribuna y en las columnas de los periódicos boricuas de la época en Nueva York, Lorenzo va definiendo un pensamiento político cada vez más progresista, humanista e internacionalista. Colabora activamente con las campañas reivindicativas que libra el American Labor Party bajo la dirección de Vito Marcantonio a favor de los trabajadores puertorriqueños.

Trabaja intensamente. Tiene que rendir una jornada tiene que rendir una jornada diaria de ocho horas como redactor o traductor en periódicos y agencias de prensa y en ocasiones trabajar los fines de semana en otras chiripas que le suplementen el ingreso. Ya se ha casado y a sus dos hijos, Carlos y Lorenzo –“la luz de sus ojos”- no puede faltarles nada. Al mismo tiempo estudia de noche, con miras a terminar la carrera de abogado. Tuvo que estudiar leyes en tres épocas distintas para finalmente graduarse en 1953. En una ocasión, después de terminar todos los requisitos de graduación en Fordham University, en 1949, la Universidad lo expulsó porque alegadamente se enteró entonces de que él había sido enjuiciado por asesinato, y aunque salió absuelto, eso era suficiente para que no pudieran graduarlo. Por eso tuvo que empezar otra vez el primer año de Derecho en el Colegio Brooklyn. Y mientras hacía todo eso, presidía las organizaciones patrióticas sucesivas que existieron en Nueva York desde 1939 hasta 1953, cuando regresó a Puerto Rico definitivamente, redactaba periódicos patrióticas y participaba en toda clase de actividades de combate y lucha de la comunidad boricua.

En el seno del Partido Independentista, Lorenzo Piñeiro Rivera fue uno de los dirigentes más queridos y respetados por toda la base partidaria, en el periodo de 1953 a 1958 en que militó activamente en el mismo aquí en la Isla. Sus posiciones de avanzada chocaron en muchas ocasiones con la línea oficial de la dirección. Siendo Secretario General y Senador por acumulación del PIP, se une al grupo de dirigentes pipiolos que impulsamos la necesidad de renovar la lucha de independencia tras los comicios de 1956 y finalmente funda con todos nosotros el Movimiento Pro Independencia en 1959.

En muchas ocasiones me comenzó que “en el MPI me he reencontrado con mi verdadero ser como puertorriqueño”. Fue un admirador de la juventud luchadora que insufló al independentismo el espíritu combativo de la nueva lucha. Uno de los pocos “viejos” que se sentía plenamente identificado con los jóvenes que iban asumiendo el mando de la organización, se mantuvo en la línea ascendente del MPI hasta sus últimos momentos de lucidez. Por eso llegó a ser fundador y militante, así como miembro del Comité Central, del Partido Socialista Puertorriqueño. Sus últimas gestiones antes de caer postrado para siempre por una larga enfermedad fueron como notario para la inscripción del PSP.

Por una de esas casualidades de la vida, Lorenzo murió el Domingo de Ramos, cuarenta años después de aquel histórico Domingo de Ramos en que se selló para siempre su compromiso con la patria. Para sus compañeros y amigos su recuerdo vivirá siempre su compromiso con la patria. Para sus compañeros y amigos su recuerdo vivirá siempre como ejemplo de humanidad en su escala más alta. Para mí. Lorenzo, uno de los grandes amigos de mi vida, brillará siempre entre los recuerdos más queridos que hilvanan la esperanza de una humanidad plena. 

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