Los rostros de la decadencia

 

CLARIDAD

Cuando las instituciones o los sistemas políticos entran en plena decadencia ésta se manifiesta en las personas que se supone las dirijan. La decrepitud que va carcomiendo la institución la hace incapaz de producir líderes capaces. Ocurre más bien lo contrario: quienes se supone la dirijan terminan hundiéndola más. La historia de la humanidad está llena de esas experiencias. En Puerto Rico, donde está carcomido por la decrepitud tanto el régimen colonial como el sistema bipartidista que siempre la ha sostenido, estamos viviendo esa experiencia desde hace bastante tiempo.

Desde que comenzó el colonialismo estadounidense su principal figura siempre ha sido el que ostenta el título de “gobernador”.  Durante los primeros cincuenta años los gobernadores casi siempre fueron personajes menores, enviados a la nueva posesión colonial como un pequeño premio político o por amistad. La excepción a esa historia tal vez sea el penúltimo de los gobernadores nombrados directamente por el presidente de Estados Unidos: Rexford Tugwell, quien había sido consejero de Franklyn Roosevelt y también había ocupado un cargo importante en su primera administración. En cuanto a los otros, lo común es encontrar personajes insignificantes, como aquel llamado E. Mont Riley, que los boricuas bautizaron como “Moncho Reyes”.

Luis Muñoz Marín, el primer gobernador colonial electo por los puertorriqueños, trató de darle al cargo un aire de jefe de estado, algo muy a tono con su visión de que, con las reformas logradas entre en 1948 y 1952, ya éramos “autónomos”, con “gobierno propio”. Durante su incumbencia, adornó la gobernación con aires presidenciales y se proyectó como uno más entre los dirigentes de la región caribeña logrando que, en efecto, se le reconociera como tal por varios presidentes del área. El puesto de gobernador seguía siendo de poderes muy limitados, sometido a los dictámenes del Congreso y el Ejecutivo estadounidense, pero el liderato de Muñoz lo hacía parecer distinto.

Para tener una idea de hasta dónde ha llegado la decadencia sólo tenemos que comparar aquellos tiempos, y aquellas figuras, con las que hemos tenido en los últimos seis años, después de que la crisis económica e institucional hiciera estallar la burbuja muñocista. La Junta de Control Fiscal impuesta desde Washington, al estilo de aquella que siglos atrás operaba desde Sevilla con el nombre de “Consejo de Indias”, borró con un soplo la burbuja que habían creado los padres del “ELA”, y la gobernación colonial quedó expuesta en toda su pequeñez. Desde entonces, los personajes que han ocupado el cargo -Alejandro García Padilla, Ricardo Rosselló, Wanda Vázquez y Pedro Pierluisi-, en lugar de tratar de sacarle algún lustre al puesto a pesar de las limitaciones, como había hecho Muñoz, lo han empequeñecido todavía más convirtiéndose en los rostros de la decadencia.

A García Padilla la crisis le explotó en las manos y apenas tuvo tiempo para tartamudear, mostrando sus insuficiencias. En cuanto a Rosselló y Vázquez ya sabemos lo que pasó y lo que está por pasar. El primero salió huyendo del país, acosado por los gritos de la calle, y la segunda está ahora mismo viviendo los últimos días en la libre comunidad. Durante el poco tiempo que gobernaron sus insuficiencias fueron dramáticas, aumentadas en ambos casos por desastres naturales -huracán y terremoto, respectivamente- que nos dejaron doblemente indefensos.

Arrastrando esos grilletes llegamos a Pedro Pierluisi.

Hay ocasiones en que la rápida decadencia de una institución se interrumpe con la llegada de un líder que, con su dinamismo y capacidad, logra aminorar el ritmo descendiente alargando un poco la vida útil. Algunos pensaron que Pierluisi podía cumplir esa función porque a pesar, de haber ocupado muchos cargos en administraciones anteriores, carecía de señalamientos sobre corrupción y podía ser “distinto”. Sin embargo, en lugar de salvador lo que el bipartidismo colonial está teniendo es su último enterrador.

Sobre Pierluisi se han publicado varios artículos últimamente destacando la evidente falta de competencia que ha demostrado en el año y medio que lleva como gobernador. Todos los comentarios ponen énfasis en la indolencia que proyecta y la insensibilidad con que opera. A esos rasgos, absolutamente evidentes, se añade la ineficiencia administrativa. Lo que se proyecta desde afuera es un gobierno al garete, incapaz de asumir los deberes más elementales de su cargo.

El ejemplo más dramático es su comportamiento frente a Luma Energy, la empresa a la que la Junta de Control Fiscal y el gobierno anterior le entregaron nuestro sistema eléctrico. En lugar de actuar como gobernador, en todo momento ha operado como abogado de la empresa privatizadora mientras la indignación del país crece.

Independientemente de los personajes que han pasado por Fortaleza en los últimos años, lo que queda demostrado es que la decadencia de la colonia, y del bipartidismo que la ha sostenido, ha llegado al punto en que no hay retorno. Cada uno de los últimos cuatro gobernadores que ese sistema ha producido ha sido peor que el anterior. La salud del país no aguanta un quinto.

 

 

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