Mirada al País Mi Viejo San Juan, mi pedacito de Patria

 

Especial para CLARIDAD

 

“En mi viejo San Juan

Cuantos sueños forjé

En mis noches de infancia

Mi primera ilusión

Y mis cuitas de amor

Son recuerdos del alma”

 En mi Viejo San Juan (fragmento), por Noel Estrada

 Confieso que el otro día me bebí las lágrimas con la interpretación de José Feliciano de “En mi Viejo San Juan”. Y aunque reconocí la ironía de que alguna vez en mi juventud pensé que la gente que lloraba mientras cantaba la famosa canción de Noel Estrada “era bastante clichosa y ridícula”, no pude contener el llanto.

Entre sollozos asentí con la cabeza cuando el cantante de Lares le explicó a la periodista María Hinojosa que –al igual que muchos boricuas– quiere morir en su Patria y por eso canta “En mi Viejo San Juan” con tanta emoción.

Este himno no-oficial de los diasporriqueñosme toca de muy cerca. Porque el Viejo San Juan es mi pueblo. Vengo de una familia de sanjuaneras que se traza hasta mi tatarabuela materna, aquella que se casó con el soldado español apostado al Cuartel de Ballajá allá por el siglo 19.

Mucha gente le preguntó a mi madre por años porqué no se mudó a una casa de urbanización para “criarme bien, con patio” y esas “cosas importantes”. Ella, con suma paciencia, explicó en más de una ocasión que las más de 10 plazas y los fuertes eran “mis patios”; y que criarme entre la diversidad de la gente de diferentes colores, clases, partidos, nacionalidades, era más importante que la casa con marquesina.

 Porque a la gente se le olvida que la centenaria ciudad amurallada es más que la capital, el centro gubernamental, político, cultural, histórico, turístico y religioso del país. El Viejo San Juan es un pueblo pequeño.

Fotos: Alana Alvarez Valle

Es donde aprendí a comer limbers de la familia que vende en La Rogativa, donde aprendí de niña a escuchar a los adultos mayores en la tertulia vespertina, aprendí a tener amistades tanto de La Perla y como de las mansiones de la Calle Sol; aprendí a visitar de puntillitas una de las capillas de la Catedral a ver si a la estatua de San Pío le habían crecido las uñas y el cabello como decían los cuentos de aparecidos.

También fue el lugar que me inspiró a ser fotógrafa y periodista. Porque puedo encontrar gran belleza en cada rincón, balaustre, picaporte, en los rostros de la gente, en el cielo más hermoso.

Por eso esta vez que regresé, aunque las circunstancias no fueron las mejores (muerte en la familia), decidí irme a caminar sola tempranito en las mañanas, para despejar la mente de la angustia y el dolor. Me refugié en mi adorado Viejo San Juan, en la belleza de sus murallas, de sus calles adoquinadas, en el salitre en el aire, en la vista del mar rompiendo contra la Garita del Diablo, para renovar fuerzas y ánimos.

Pero esta vez, mi barrio se sentía invadido. La antigua ciudad siempre es visitada por grandes cantidades de turistas, de todo el mundo, pero en especial de Estados Unidos. Muchos llegan en barcos cruceros o en grandes guaguas de los hoteles, con sus tenis blancos, camisas de flores y pamelas contra el sol.

Sin embargo, en tiempos de Covid-19 y de “airbianbi”, ni los turistas son los mismos ni los sanjuaneros se sienten igual cuando los encuentran.
Fotos Alana Alvarez Valle

Pasear por las calles no se siente igual cuando tienes que esquivar las hordas de turistas alborotosos sin mascarilla, esos mismos que si les dices que se la pongan te responden con un gritao’ “is not your problem” (“no es tu problema”).

 En menos de dos semanas fui testigo de varios incidentes, algunos violentos, en que turistas se agredían los unos a los otros, en que ebrios y beligerantes decían barbaridades, en que gritaban a toda boca y con música a todo volumen, durante altas horas de la noche violando el toque de queda, en días de semana, en zonas residenciales, para mencionar algunos. En el supermercado y en la farmacia de cadena gringa, presencié como llenaban sus carritos de botellas de alcohol y cajas de cerveza y hacían fila sin ningún tipo de distanciamiento social y con las narices por fuera de la mascarilla.

 Además, muchas son expertas en pasearse con mínimos ropajes por el medio de la calle para tomarse selfis para sus redes sociales enseñando traseros y pieles tostadas al sol.

 Y no se trata de ser más papista que el Papa, soy feminista y apoyo el amor propio, en querer la cuerpa como es y en estar orgullosa de tus chichos y tus estrías. Es una cuestión de respeto, de que no se pasean en bikini por las calles de Nueva York, ni de Illinois, ni de Michigan; ni mucho menos se atreven a desfilar borrachos y haciendo escándalo.

Mientras conversaba con mi familia y discutíamos la situación turística, enfurecí de frustración de que el origen de la problemática actual es el mismo de siempre: la colonia. A riesgo de sonar cantaletera y repetitiva, la maldita colonia es la que les da a los gringos ese “sense of entitlement”, ese sentimiento de impunidad, de que se lo merecen todo porque vienen del U.S. of A.

 El estatus colonial es lo que le imposibilita al gobierno del ELA tener verdaderas garras para hacer más que dar multas y para darle seguimiento si acaso la situación llega a un poco usual arresto. Mientras que la mentalidad colonial es la que nos lleva a pensar que hay que hacerse de la vista larga con los turistas porque “vienen a ayudar la economía y por ende al país”.

 La colonia es la que no le permite a Puerto Rico controlar su aeropuerto internacional, ni siquiera para frenar una pandemia. La colonia es la que asiste a la gentrificaciónde mi Viejo San Juan, ya que los inversionistas extranjeros tienen millonarios incentivos contributivos para comprar edificios completos, y así sustituir la población. O los compran para alquilarlos a corto plazo y así convertir el casco histórico en una ciudad llena de apartamentos vacíos, con transeúntes que no tienen sentido de pertenencia, por lo que no cuidan ni invierten en ella.

 Bajo la Ley para Incentivar el Traslado de Individuos Inversionistas a Puerto Rico conocida como Ley 22 de 2012entre el 2019 y 2020 se aprobaron 613 casos, algunos nuevos y otros que ya estaban en proceso, según informó el Departamento de Desarrollo Económico y Comercio (DDEC). No obstante, el Servicio de Rentas Internas (IRS, por sus siglas en inglés) añadió la Ley 22 a su campaña de auditoría para identificar individuos que se han acogido a los beneficios del estatuto sin cumplir con los requisitos. La IRS lo considera de “alta prioridad” porque sospecha que han dejado de pagar millones de dólares al fisco federal.

Para colmo, ni siquiera me pude ir a dar una buena “fría” a alguna barra de sanjuaneros. Para mi inmensa pena, ya no existen. Las que sobrevivieron (el huracán) María, no sobrevivieron Covid. Solo quedan (y sin menospreciar) las de Gasolina 2X5 con música a to’ volumen, en las que se hace difícil conversar, las de piñas coladas y mojitos para los turistas, o las de hipsters con cervezas artesanales a sobreprecio.

Después de terribles vídeos virales en las redes sociales, la prensa gringa por fin reportó las incidencias de los turistas escandalosos. Por eso, hubo unos aguajes de hacer cumplir las órdenes ejecutivas de la pandemia, etc.

Pero como siempre la atención se desvió con alguna otra noticia del momento.

Entonces, llegó el momento que más detesto…

Mientras me preparaba para la separación, pensaba en que hay que seguir apoyando a los vecinos y vecinas del Viejo San Juan, y de las áreas turísticas, en su gesta para que sus comunidades sean respetadas por toda persona, local, nacional o extranjera.

 Me despedí de la familia, del terruño, del cielo más bello del mundo y de mi Viejo San Juan. Igual que Noel Estrada, le dije que me iba, pero que volvería, a buscar mi querer y a soñar otra vez en mi viejo San Juan…

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