Por Alana V. Álvarez Valle/Especial para CLARIDAD
Ya lo tenía todo preparado el miércoles por la tarde. Refresqué mentalmente los conocimientos adquiridos en toda una vida de resistencia en mi bella Isla y preparé mis suministros y mi atuendo: bloqueador solar, gorra, agua, una merienda (la Solución Seattle la dejé), tenis, camisa feminista y pancartas. Le añadí los nuevos “accesorios necesarios”, mascarilla y hand sanitizer.
Preparé las cartulinas, agarré a mi crío y nos dirigimos al punto de encuentro con el corillo. “Black Lives Matter”, “Las Vidas Negras Importan”, “Brown and Black United”, “Without Blacks there would be no Boricuas!” (Sin negros no habría boricuas) leían las pancartas que llevamos con orgullo a la manifestación que participamos en apoyo a la comunidad negra y afroamericana.
Desde que el mundo vio en video el horrible homicidio de George Floyd en Minneapolis el 25 de mayo de 2020 a manos de la Policía, el problema de la desigualdad racial en los Estados Unidos (EE.UU.) y el movimiento de #BlackLivesMatter está presente en todas partes. La conversaciones en las redes sociales, en la familia, en el trabajo, en la calle cambiaron de tono. El video de George Floyd, crudo, desgarrador, irrefutable, era la prueba de la violencia desmedida que enfrentan los negros y negras en el país, en muchas ocasiones a manos de aquellos que se supone que nos protejan.
Nombres como Breonna Taylor, Ahmaud Arbery, Trayvon Martin, y muchos más se destacaron como parte de los esfuerzos para exigir justicia a una comunidad que ha sido oprimida y vejada por siglos.
Era –y es– palpable en los rostros de la gente que el miedo a las represalias por alzar la voz y denunciar las injusticias iba desapareciendo. Como dice mi camisilla del grupo Feminismo de marquesina “Nos han quitado tanto que ya no tenemos miedo”.
Un compañero y amigo me contó que no visita West Hartford porque cada vez que lo hace, la Policía lo detiene con alguna excusa y en ocasiones hasta lo mandan a bajar de su vehículo. Y no estamos hablando de alguien que va guiando irresponsable a toda velocidad y violando la ley. Mi amigo es un adulto responsable, padre de familia, profesional y trabajador, con un buen carro. Y es negro. West Hartford es un municipio rico, mayoritariamente blanco, perteneciente a un estado supuestamente progresista, liberal y demócrata. Confieso que me sorprendí.
Quería ir a una manifestación a gritar mi indignación, mi rabia, a exigir justicia. Una amiga me invitó a un rally, al que iría con su hijo y me apunté de inmediato. Entonces conversé con el Dude y le expliqué que participaríamos en una marcha por la justicia y la equidad, en apoyo a la comunidad negra.
—“Mamá, ¿por qué ‘Brown and Black United’”? “Pues porque nosotros somos puertorriqueños, latinos, hispanos. Y aquí en los Estados Unidos nos consideran ‘brown’ (marrones)”.
Para los latinos e hispanos, la raza no se define de la misma manera que para los estadounidenses. Por ejemplo, el Censo de los Estados Unidos obliga a las personas a contestar dos preguntas sobre su origen hispano: nacionalidad y raza. No obstante, según las instrucciones del Censo de 2020 “los orígenes hispanos no son razas”.
Los latinos y las latinas no nos regimos por la misma definición de raza que se tiene en EE.UU., en dónde históricamente han tratado a la raza como biológicamente determinada. Esto se refleja en la regla de «una gota» que define un individuo con una gota de sangre negra, como negra, independientemente de la cantidad de sangre blanca que posea. Hasta 1960, la ley de Virginia estipulaba que «toda persona en la que se pueda determinar la existencia de sangre negra será considerada como una persona de color».
Por eso, según esta definición de raza, los puertorriqueños somos “gente de color” (People of color) o como dijo el presidente George Bush, padre, somos “brown” (marrón).
—“Mamá, y por qué ‘Without Blacks there would be no Boricuas!’ (Sin negros no habría boricuas)”? “Porque en Puerto Rico también hubo esclavitud negra por cientos de años”.
A pesar de que en el Puerto Rico del 2020, todavía hay gente que se cree el cuento de que “como somos mezcla de español, africano y taíno” no hay racismo, sabemos que eso no es cierto. El racismo –como el sexismo– está en todos lados y nuestra Isla no es la excepción. Y si no, lo crees te pregunto “¿y tu agüela a ‘onde está?”.
—“Mamá y ¿por qué ‘Las Vidas Negras Importan’ en español? Aquí hablan inglés”. “Y también hablamos español y estamos orgullosos”.
Si bien las acciones y palabras del desgraciado Presidente Donald Trump causan que sus partidarios miren a una raro cuando habla español en público, siempre le he inculcado a mi chico que ser bilingüe es importante y que el español es el idioma de su país y de su familia.
Aunque no había nadie con un buen pandero, ni con cencerro, ni un buen vozarrón, la marcha fue un éxito. Todo el mundo usó mascarillas y se quedó cerca de su gente. Los niños marcharon sin quejarse de dolor en los pies y los adultos pudimos atender a los discursos. Mientras marchábamos de regreso y gritábamos “No Justice No Peace” (Si no hay justicia, no habrá paz) mi niño dijo a toda boca (en inglés) “¡Yo marcho por nosotros, por Puerto Rico, por la justicia, y por mi amiga Zyra, que es negra y es mi amiga!”.
Y con todo y las miradas de mis amigas “de ese hijo tuyo es un coqueto”, se me infló el pecho de orgullo.
Al otro día, un compañero de trabajo me dijo que había visto mis fotos de la manifestación. Me comentó que él no le había comentado nada a sus hijos de 7 y 9 años porque “cómo les voy a decir que los policías están matando gente inocente. Ellos son muy chiquitos para saber que el mundo es terrible”, expresó. “Piensas eso porque tú y tus hijos son blancos, de clase alta. Si fueran negros o latinos, ya hubieras tenido que hablar con ellos sobre el racismo y la violencia de la Policía hacia las comunidades marginadas. Nunca se es muy joven para saber que en esta vida hay que luchar contra las injusticias”, le respondí. “Vi con el nene un programa especial de CNN y Plaza Sésamo sobre el racismo, en el que educadores, profesionales de la salud y activistas, contestaron preguntas de padres y madres y niños y niñas sobre el tema. Te lo recomiendo”, añadí.
Esa noche antes del besito de buenas noches al Dude, conversamos sobre nuestra participación en la marcha. Le di las gracias por haberse portado tan bien y le dije lo orgullosa que estaba de él.
—“Mamá por esto es que luchaba Martin (Luther King Jr) y Rosa (Parks) y Harriet (Tubman), verdad?” “Sí mi amor. Nosotros marchamos por la justicia y marchamos por Puerto Rico, por su libertad. Recuerdas que te expliqué que Puerto Rico es una colonia de los Estados Unidos. Por eso luchamos por su libertad”.
—“¿Pero y quién será el Presidente (o Presidenta) cuando sea independiente”? “No sé mi amor, a dormir y hasta mañana”, dije saliendo del cuarto.
—“¡Ya sé Mamá! ¡El Patriota!”, gritó emocionado desde la oscuridad.
“El Patriota” esa figura casi mítica, a quien tuvimos el privilegio de conocer. “El Patriota”, mejor conocido como Oscar López Rivera. Pecho inflao’ otra vez.
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